‘Sonny Boy’, Las memorias de Al Pacino
Pilar Martínez Manzanares.
Criado por una madre intensamente cariñosa pero mentalmente inestable y por sus abuelos cuando su padre le abandonara cuando era niño, en realidad se crió en las calles del South Bronx con su pandilla de intrépidos amigos, cuyo espíritu rebelde nunca le abandonó. Después de que una profesora reconociera su prometedor talento y le animara a entrar en la célebre High School of Performing Arts de Nueva York, ya no hubo vuelta atrás. En los buenos y en los malos momentos, en la pobreza y en la riqueza, y de nuevo en la pobreza, en el dolor y la alegría, la interpretación fue su tabla de salvación y este grupo su tribu.
Al Pacino irrumpió en la escena mundial como una supernova. Consiguió su primer papel protagonista en Pánico en Needle Park en 1971, y en 1975 ya había protagonizado cuatro extraordinarias películas, El padrino, El padrino: parte II, Serpico y Tarde de perros, que no solo significaron grandes éxitos, pero que marcaron la historia del cine. Fueron interpretaciones legendarias y que cambiaron su vida para siempre. Desde Marlon Brando hasta James Dean a finales de los años cincuenta, ningún otro actor había irrumpido en la pantalla con tanta fuerza. Pacino tenía por aquel entonces poco más de treinta años y había vivido ya varias vidas. Habitual de la escena teatral de vanguardia de Nueva York, llevaba una existencia bohemia con pequeños trabajos para subsistir.
Sonny Boy son las memorias de un hombre que ya no tiene nada que temer y menos que ocultar. Todos sus grandes papeles, colaboraciones esenciales y relaciones importantes reciben merecida atención, así como el controvertido vínculo entre la creatividad y la parte comercial del negocio. Sin embargo, el hilo conductor de la narración de esta extraordinaria historia es su amor y su determinación. El amor puede fallar, y se puede caer víctima de las ambiciones; las mismas luces que brillan también pueden atenuarse. Pero Al Pacino tuvo la suerte de enamorarse profundamente de este arte antes de tener ni la más mínima idea de sus recompensas terrenales, y nunca dejó de amarlo. Esto marcó la diferencia.