Llamada de socorro: una novela con edición en preventa

REDACCIÓN.

 

Una novela inquietante, de crimen y misterio sin policías ni detectives, alrededor de una psiquiatra y la terrible aventura del caso de un semimuerto que no consigue sacar adelante, pero que le revelará el sórdido pasado de su detestado padre, celebridad de la psiquiatría contemporánea…

 

Una novela en crowfunding, es decir, con edición en preventa…

 

 

[…] La suave llovizna de los aspersores besa el césped como un tierno poema que se escribe en el aire con letras de colores mansos; expande su humedad sobre las plantas floridas y los árboles pequeños, como si fueran los verdes campos de alguna clase de Edén, así, en un tiempo que se desea infinito, la señora está a punto de corretear descalza por el amplio jardín y mojar sus pies alegremente, pero en cuanto el sistema de riego da por concluida la mecánica labor, cesa la música del agua y vuelve a su boca el sabor amargo, la saliva espesa, la debilidad de sus piernas que la obligan a tumbarse, sentarse, levantarse, deambular sin encender las luces.

El mágico ambiente ahora pertenece a un mundo encantador que acaba de despreciarla. Tras los ventanales ha desaparecido la pradera con su piscina protegida por una tela impermeable de colores a juego con el ambiente, lo que observa no es más que un paisaje saturado de pena, de dolor. Y en el fondo, un pálido reflejo de la crisis de una mujer desdibujada bajo sus muchos logros: eminente doctora en neurología, psicología y psiquiatría. Alguien muy influyente que lucha denodadamente por no quedar fuera de juego, transformada en una paciente de sí misma.

Enfila sus temblorosas piernas hacia el salón-dormitorio, una suite cargada de objetos y elementos personales y una gran cama solo para ella. Enciende todas las luces, luego reduce la intensidad hasta conseguir un acogedor ambiente donde no sabe si podrá dominar los impulsos agobiantes que ya cuando comía sus tortitas de medianoche iban y venían como señales de mal agüero.

No consigue separar la necesidad de dormir del deseo de ahogarse en un saco de barbitúricos. No sabe si quiere alcanzar algo de cordura o prefiere despeñarse por la más irracional de las pendientes…

 

Llamada de socorro – Horacio Otheguy Riveira

 

[…] Se atreve a afrontar el completo recorrido de pasillos y salas hasta la salida de casa para dar por hecho el comienzo de la jornada. La arropa una fantástica sensación de plenitud al percibir desde muy lejos aquella voz tan querida como temida. Primero la percibe, luego la convierte en caricia sobre su cuerpo exhausto; la voz imperativa del padre que prometía un mundo seguro, el mejor refugio: Aquí no ha pasado nada ni pasará mientras yo viva.

Pero ya no hay modo de recuperarle con su temple, su temeridad, su indiferencia. El célebre doctor murió hace tiempo en el fastuoso patio-jardín creado para disfrute de los huéspedes del Psiquiátrico Delsol, con amplio espacio para reunirse cuando le viniera en gana con sus cuatro perros formando un quinteto juerguista, donde cualquier gesto era atendido, cualquier deseo obedecido. Fervientes juergas perrunas sin contar con su única hija, jamás invitada. […]

 

Un final de etapa escalofriante

 

Se acercaba descalzo hasta el umbral del jardín aguantándose la risa. Permanecía un tiempo escondido, confiando en que los animales le olieran a distancia, y ya a punto de asomarse chasqueaba los dedos varias veces. Le bastaba con eso para que surgieran de los sitios más recónditos y corrieran a buscarle, para luego repantigarse bajo sus mimos y sus risas, adoración absoluta y mutua con él como uno más de la jauría, otro animal, sí, pero uno con jefatura de largo alcance, único con capacidad para asustar y reír, dirigir, manipular, impulsar obligaciones y travesuras, jugando a las escondidas, al corre que te pillo, al me caigo y me recoges, al ladro más que tú, mareándolos alrededor de los árboles y los bancos, deprisa entrando y saliendo de los escondites, excitándolos hasta empezar a calmarlos con dulces palabras, cancioncillas para niños… y después de refrescarlos bajo una buena ducha, y tras un gran almuerzo con golosinas especiales para mis babosos chicos, ya les abandonaba dejándolos más agotados que él, que se daba un largo baño con agua bien caliente, y marchaba camino del comedor, muerto de hambre; allí volvía a lavarse cuidadosamente sus manos perrunas para llevarlas impolutas a la carita seria de su niña, perfectamente aseada esperando la orden de empezar a comer; esa carita manufacturada con lágrimas reprimidas era acariciada con aroma a lavanda y besada en la frente, sin lograr la sonrisa buscada, ese ansiado gesto que no se producía porque su única hija estaba convencida de que solamente amaba a sus perros.

El espectáculo le resultaba insoportable. Desprecio convertido en odio infinito cuando le veía retozar por el césped como un niño consagrado a las bestias, pero no a ella, la virgen intocable, la criatura encaminada desde el nacimiento a ser un personaje perfecto, una niña con muchas tareas desde los cuatro años para encumbrarse en los estudios presentes y venideros, alejada de cualquier misión física: nada de llevarla en sus hombros ni de trepar a los árboles, las caricias justas para que creciera con dominio militar, con energía de vestal.

Un proyecto de mujer que la niña se empeñó en conseguir sin conseguir el éxito más deseado; los años pasaron y nada cambiaba porque a lo largo del tiempo su mentor siguió sin fijarse en ella; lo recuerda como si continuara vivo, su sombra pegada a su espalda tocándole ligeramente la cabeza como si fuera un gesto cariñoso; sólo aprueba con regalos los éxitos conseguidos y planifica objetivos.

Con el tiempo mucho peor, mucho más distante cuando la pequeña despide sangre mes a mes y huele diferente, adquiere formas mujeriles que adora en las desconocidas pero rechaza en su criatura, y la deja en manos del personal sanitario y doméstico, gente bien pagada, condescendiente; empleados fríamente amables más por miedo al gran jefe que por deseo de estar con ella, aunque políglotas, eso sí, como exigía para que su angelito se formara en idiomas evitando mimos y carantoñas, mientras la observaba como a una muñeca de primera calidad tras el cristal del escaparate, lejana del maestro, a varios metros, no más que sonrisas distantes, más distante aún cuando el desarrollo de la niña impulsa dos glándulas relevantes entre cuello y ombligo, busto creciente que no la avergüenza porque gente amable le explica la naturalidad fisiológica del acontecimiento, pero el cambio físico la aleja todavía más de ansiadas caricias que ya ni llegan a su carita-de-porcelana. […]

 

Pasiones delirantes, crímenes legalmente aceptados, torturadas aceptadas y protegidas… Obra de Marlina Vera (Guayaquil, Ecuador).

 

Vas a saltar y apoderarte de todo lo que encuentres

 

[…] Y hace un momento tantos besos en mi boca y un pedido de perdón, un perdón, un perdón en letras rojas rebotando por las paredes. Cómo encajar la novedad, ahora que es como si nada de esto hubiera sucedido, otra vez inmóvil, con los brazos cruzados como si yo le hubiera vuelto a poner las correas, pero está libre, solo le falta la voluntad de resurgir; ojos cerrados, amado inmóvil. Delirio puro si no fuera que en mis manos y en mis labios hay restos de sangre verdadera.

Entra en un campo de fragor demencial. La esperanza de un momento vuelve a trocarse en impotencia. Le da por repasar reiteradamente mucho de lo ya realizado.

No se da por vencida. Busca nueva documentación de diversos maestros, países variados, rimbombantes nombres y apellidos. Al día de hoy ya llenó cuatro libretas de cincuenta páginas cada una donde mezcla anotaciones profesionales con asuntos de andar por casa, y mientras tanto el paciente 883 ya superó los 36 años y continúa enclaustrado en la celda acolchada del mejor psiquiátrico de pago —amparado por una Fundación que ella preside— y permanece limitado a la misma clave del comienzo: 883 a-x: paciente número 883 clase a «preferencia sin delegar» y x «extremadamente oscuro», «catatonia sospechosa de pronóstico reservado: tópico síndrome esquizofrénico con rigidez muscular, y estupor mental, pero sin la excitación sobrada que acompaña a otros casos. NOTA: Llamar a Verónica Mercedes para decirle que no eche tanta sal en la sopa y, SOBRE TODO, nada de acelgas para mí y prohibida toda dosis de chocolate para las sobrinas que están a mi cargo, ni un maldito snack, que se les llena la cara de granos. Llamar a Baldrich, el precio de los últimos cuadros supera todo delirium: ¡Mon Dieu, 230.000 euros por una acuarela de Vanesa Velmont!

Todos los desaires sociales intentan recomponerse, aprovechar el vacío para volver a la normalidad y tal vez abandonar el caso de una vez, pasarlo a un enemigo o a una amistad. Pero la duda es grande y es mucha. Enemigos o amistades pueden actuar con mayor libertad y repentina sabiduría.

Ya soy capaz de descubrir que estoy en baja forma, sin capacidad de justa reacción y ellos tal vez obtengan sobre mi cadáver profesional éxitos jamás imaginados. No, lo mejor será devolverlo al origen, regresarlo, «reponerlo» a la esquina maloliente donde fue encontrado. […]

 

Vas a hacerlo, vas a oír su humedad, a lastimar su pensamiento, a quemar su sombra, a despellejar el aire que respire. Vas a saltar dentro de su sueño y apoderarte de todo lo que encuentres. Tomás Eloy Martínez, El vuelo de la reina

 

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