El hombre nuevo

El hombre nuevo

Grigore Dumitrescu

Omen


Entre 1949 y 1952, Rumanía se vio sumida en el horror de la primera oleada de represión comunista. Miles de personas fueron víctimas de encarcelamientos, torturas y asesinatos en nombre de la «dictadura del proletariado». En el mapa del gulag rumano, el centro penitenciario de Piteşti ocupa un lugar especialmente siniestro. Sus reclusos fueron sometidos a un monstruoso experimento de «reeducación» a través de la «autocrítica radical» y la tortura recíproca. El objetivo no era otro que convertirlos en una masa informe e infrahumana, para modelar al «hombre nuevo», un clon poshistórico al servicio de la distopía comunista. Este es el primer testimonio de una de las víctimas de Piteşti, una desgarradora historia de supervivencia que a la vez sirve como llamada a la reflexión y a la memoria: un recordatorio imperecedero de las atrocidades que puede cometer la humanidad cuando se ve arrastrada por dogmas totalitarios.

El terror descrito en este volumen, puesto en funcionamiento a través de un diabólico sistema, hunde sus raíces en un pasado lejano que nos retrotrae a las cárceles de Rusia, también durante los primeros años que siguieron a la revolución bolchevique. Sin lugar a duda, lo que ocurrió en el penal de Piteşti es la reedición, treinta años después, de la «reeducación» a través del terror que emprendió la Unión Soviética; esto es, la reedición de un terror aún más inhumano y perfecto, que pretendía aniquilar la personalidad del individuo. Todo hace pensar que lo sucedido en Piteşti acabaría siendo repetido en los otros centros penitenciarios, solo que, gracias a Dios, cuando el terror había alcanzado cotas de paroxismo y Piteşti se había convertido en un infierno, una orden puso fin a todo aquello. Pero ¿de dónde vino aquella orden y por qué? La respuesta es más compleja de lo que podría parecer.

«La reeducación consistía, sencillamente, en poner al torturador en la misma celda que al torturado y no permitir ningún descanso. Malraux dijo en algún sitio que nadie podía resistirse a una tortura incesante, pero lo que no sabía por aquel entonces era que en Rumania se iba a encontrar el secreto del éxito total: bastaba con hacer que los prisioneros se torturen unos a otros. A nadie se le permite olvidar que entre 1949 y 1952 la experiencia tuvo lugar en Rumanía y que, de un archipiélago de horror, una de las islas más odiosas se llamaba Pitesti.»

Virgil Ierunca, escritor

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