Cigarreras: triunfo de noble costumbrismo gallego
Horacio Otheguy Riveira.
El noble costumbrismo gallego está lleno de piezas interesantes, como las que se encuentran por todo el país cuando se trata de indagar en la vida cotidiana de la gente a través del tiempo.
Lo de «noble o buen costumbrismo» sobraría, si no fuera que nuestra escena está saturada de teatro urbanita, salvo excepciones, y el término costumbrista suena demoledor, viejo, carente de interés. Y resulta que solo es así cuando vamos al teatro con el ombligo como prismático principal; la perspectiva cambia radicalmente si abrimos las ventanas y dejamos en paz las ansiedades nuestras de cada día, y recuperamos la capacidad para salir de los círculos viciosos que tanto nos cercan y nos atrevemos a ver, por ejemplo, aquello que una aristócrata y escritora y periodista como Emilia Pardo Bazán expuso en su novela La Tribuna, creando un microclima social trascendente al visitar una fábrica de cigarros de Galicia atendida por mujeres.
De aquella novela de 1883 a este teatro de 2021 transcurre el tiempo fervoroso de datos históricos muy graves con jóvenes atrapadas por el encanto de tipos de otra clase, madres paralíticas, hijas luchadoras, grupo de mujeres de diferentes edades trabajando duro con sus manos para armar los cigarros que fuman repantigados los señoritos que las explotan, y llegan a estar meses debiéndoles el sueldo.
Pero el amargo melodrama está teñido de brochazos de ternura y gran sentido del humor. Es el espíritu brioso de la Pardo Bazán que en escena tiene voz propia, gracias a una compañía espléndida que oscila con absoluta armonía de un estado a otro.
Feliz encuentro entre la novela y el teatro
Gran idea la del nuevo director artístico del Fernán Gómez, Juan Carlos Pérez de La Fuente, abrir temporada con esta pieza ya rodada en gallego, ahora en el precioso castellano de la autora y a cargo de un gran elenco dirigido por un magistral sentido escénico que fusiona el ámbito histórico, realista, muy fiel al espíritu de la autora de la novela, con una dinámica de teatro de hoy; actrices que desdoblan personajes, agilidad en la sucesión de cuadros sin necesidad de hacerlo patente con explicaciones abusivas. En síntesis, una historia del XIX enmarcada en una narrativa escénica de esta época.
EXTRACTO ENTREVISTA AL DIRECTOR CÁNDIDO PAZÓ EN REVISTA GODOT
[…] La obra lleva mucho tiempo rodando a lo largo y ancho de España. Sientes alguna diferencia en la recepción del público cuando visitas lugares más rurales donde la figura de la mujer está más relegada a funciones familiares o, aunque se dediquen a labores relativas a la agricultura y ganadería, no acceden a posiciones de liderazgo, y mucho menos que cuenten con independencia económica.
En general, el teatro no va a lugares muy rurales. Como la compañía tiene su sede en Galicia igual hacemos bolos en localidades pequeñas de aquí porque tenemos un caché más bajo y estamos al ladito, pero cuando vas por España quien te contrata son ayuntamientos de 20 mil habitantes como mínimo, capitales de provincia… En ese sentido, no sabría decirte, y mira que estoy muy atento a eso, y hay diferencia en la percepción, pero no sabría decirte si hay una diferencia. En la que sí la percibo es en el espectador masculino y femenino, básicamente, por una cuestión emocional. Hay unas canciones en la obra que se pusieron para contener la emoción, y es una emoción en la que entra de lleno el espectador femenino, y el hombre también entra, pero más racional, entra más al rebufo, entra más en lo político general. Una canción que reclama la mano de obra femenina y además metafóricamente, que está creando una nueva manera de estar en el mundo es lógico que resuene más en los corazones y las emociones femeninas que en las masculinas, que también entran, pero entran de otra manera.
Intérpretes:
Doña Emilia: Susana Dans
Amparo: Tamara Canosa/María Roja
La comadreja: Isabel Naveira
Consolación: Ledicia Sola
Pura la Chosca: Mercedes Castro/Casilda G. Alfaro
Fina: Covadonga Berdiñas
Lupe: Ledicia Sola
Aurora: Ana Santos/Casilda G. Alfaro
La madre: Ana Santos/Casilda G. Alfaro
Matilde: Mercedes Castro/Casilda G. Alfaro
Pilara: Ledicia Sola
Música: Manuel Riveiro
Escenografía: Dani Trillo
Iluminación: Alfonso Castro
Vestuario: Martina Cambeiro
Espacio sonoro: Manuel Riveiro
Ayudante de dirección; Antonio Mourelos
Directora de producción: Belén Pichel
Después de esta muy lograda versión teatral, completo regocijo con la Pardo Bazán en su novela, fiel a los intereses de los escritores realistas de la época. He aquí un extracto de La Tribuna, publicada en 1883, sobre hechos reales ocurridos en 1863, en pleno apogeo de la Revolución Republicana conocida como La Gloriosa:
«[…] El barrio de Amparo era de gente pobre; abundaban en él cigarreras, pescadores y pescantinas. Las diligencias y los carruajes, al cruzarlo por la parte de la Olmeda, lo llenaban de polvo y ruido un instante; pero presto volvía a su mortecina paz de aldea. Sobre el parapeto del camino real que cae al mar estaban siempre de codos algunos marineros, con gruesos zuecos de palo, faja de lana roja, gorro catalán; sus rostros curtidos, su sotabarba poblada y recia, su mirar franco, decían a las claras la libertad y rudeza de la existencia marítima; a pocos pasos de este grupo, que rara vez faltaba de allí, se instalaba, en la confluencia de la alameda y la cuesta, el mercadillo: cestas de marchitas verduras, pescados, mariscos; pero nunca aves ni frutas de mérito.
Lo más característico del barrio eran los chiquillos. De cada casucha baja y roma, al lucir el sol en el horizonte, salía una tribu, una pollada, un hormiguero de ángeles, entre uno y doce años, que daba gloria. De ellos los había patizambos, que corrían como asustados palmípedos; de ellos, derechitos de piernas y ágiles como micos o ardillas; de ellos, bonitos como querubines, y de ellos, horribles y encogidos como los fetos que se conservan en aguardiente.
Unos daban indicios de no sonarse los mocos en toda su vida, y otros se oreaban sin reparo, teniendo frescas aún las pústulas de la viruela o las ronchas del sarampión; a algunos, al través de la capa de suciedad y polvo que les afeaba el semblante, se les traslucía el carmín de la manzana y el brillo de la salud; otros ostentaban desgreñadas cabelleras, que si ahora eran zaleas o ruedos, hubieran sido suaves bucles cuando los peinaran las cariñosas manos de una madre. No era menos curiosa la indumentaria de esta pillería que sus figuras».