Jorge Pérez Cebrián: “La poesía, como otras artes, nos habla de la relación del hombre consigo mismo”

Jorge Pérez Cebrián nació en Requena (Valencia) en 1996. Actualmente estudia el grado de Historia del Arte, habiendo cursado previamente el grado de Filosofía en la UNED, disciplina que impregna la temática de sus poemas. Su primer libro publicado fue La voz sobre las aguas (Valparaíso, 2019). Más adelante publica La lumbre del barquero (Olé-Libros, 2021), obra nominada al Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana en 2021. En 2022, Pre-Textos publica De cuánta noche cabe en un espejo, Premio de Poesía “Arcipreste de Hita”, también nominada al Premio de la Crítica Valenciana al año siguiente. En 2024 publica de nuevo con Pre-Textos, con motivo de la concesión del Premio RNE de Poesía Joven Montemadrid su poemario Pero nunca los huesos de las aves. En este tiempo, ha participado en antologías como Para decir amor sencillamente (Diputación Provincial de Granada, 2021) y publica poemas en revistas como 21veintiúnversos, Zenda, El coloquio de los perros, o Estación Poesía. Hoy le hemos pedido que nos dé su Primera Impresión sobre Pero nunca los huesos de las aves, que está a punto de llegar a las librerías.

 

Escribir nos es esa forma de cifrar lo que somos bajo la derrota del lenguaje

Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?

Jorge Pérez Cebrián: Parece que al preguntar por qué uno está haciendo en realidad dos preguntas: cuáles fueron las condiciones que propiciaron el libro y cuáles fueron las finalidades que se pretendían (además de señalar el libro como algo publicado o como escrito). El caso de la segunda, respecto al ahora, parece más fácil. Si lo tomamos como una pregunta por las circunstancias de publicación, la respuesta está clara, un jurado ha creído conveniente premiar el libro; el hecho de que sea en este momento y no hace dos meses o dentro de dos años sólo se explica por esas felices circunstancias. Pero entiendo que lo fundamental no se refiere tanto a las circunstancias de la publicación como a las de su escritura: por qué este libro ha podido escribirse ahora.

Si me retrotraigo a mis inicios, durante mucho tiempo, tras una etapa meramente estética de disfrute de la poesía, me parecía que era una suerte de error, casi de traición a los deberes de la escritura, el hecho de que un poema pudiera escribirse de manera completamente distinta a las 12 de la mañana que a las 8 de la tarde. Creía, y lo sigo creyendo, si bien acaso menos dogmáticamente, que a cada poema le corresponde su forma, de igual modo que una ecuación no dará distintos resultados dependiendo de la hora. Sin embargo los contenidos, los códigos y parámetros según los cuales sentimos, vivimos y reconocemos la realidad cambian a largo plazo, como cambia, con la lectura y el devenir existencial, la forma de concretarlos en poemas. Los temas que trato en el libro dependen inextricable e inescrutablemente de su momento: de una mirada prolongada, de la única que me ha dado estos poemas y no otros. Acaso eso, la condición última de lo que soy, que tiene su fin y origen en esta escritura, es el único por qué de este libro y su momento. Este libro es por cómo fui cuando acometí sus poemas. No podría haber sido antes sin ser de otra manera.

Pero el porqué, entiendo, no sólo atañe a su publicación y a sus temas, sino también la finalidad de toda escritura. Doy este libro, como todos, porque el mundo, para el cual el libro es sólo una ocasión más para la poesía, el mundo que leemos constantemente, nos ofrece a veces una imagen menos plana, enriquecida por claroscuros, por perspectivas nuevas, complejas, contradictorias, que el lenguaje no alcanza a cifrar rígidamente. Y ante esa falta uno quiere dar su voz, su palabra, como un neologismo que atrape finalmente una arista más de la infinitud humana. Sin embargo apostamos por lo performativo: no nos basta nombrar, queremos replicar su emoción con un ritmo, con una música, con una atmósfera, un tacto, que haga de esa lectura una experiencia cercana a la que originó la emoción primera.

Por eso todo libro. Por el deseo de corregir la lengua, de enriquecer lo humano, de comunicar y compartir la vida. El ahora del que hablas ha sido un mapeado particular, como es toda emoción, que me ha permitido juzgar e interpretar la realidad desde nuevos prismas y ha dado en mostrar estas particularidades y no otras; el libro, porque escribir nos es esa forma de cifrar lo que somos bajo la derrota del lenguaje.

¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?

La poesía, en mi caso, no se presenta en forma de una idea global que deba llenar con poemas acordes. Al contrario, el libro surge –o se abandona–, cuando he encontrado el hilo que hace que ciertas piezas ya escritas manifiesten en común un espíritu acorde, algo que de lejos nos deje ver la imagen, el momento vital, del que nacen estas consideraciones. Todos mis libros han sido, en ese sentido, recopilaciones de poemas que sólo más tarde he podido ver como unidad y que me han permitido extraer lo sobrante, quedando una imagen global, un mosaico que la lejanía convierte en una etapa vital. Por eso, la idea del libro tomada como concepto de forma última, surge sólo cuando estos poemas ya han sido confeccionados y todo lo que puedo hacer es colocarlos dándoles un nombre común.

En este caso, Pero nunca los huesos de las aves, toma su título de un poema de mi segundo libro, Después. En él digo: “Y nadie, nunca nos había hablado,/ de los frágiles/ y fríos huesos de las aves”. Así, los poemas filosóficos como tal, han sido colocados en una primera parte, llamada a posteriori Devolver el remo, imagen de deuda última antes del regreso que, según Borges, los marineros cartagineses elevarían ante la muerte. La segunda parte encierra los poemas que tratan el amor, esta vez desde una ingenuidad buscada, madurada, que su propio título advierte a modo trágico, esto es: lo que es verdad Antes de que nos halle la mentira. Y, por último, los poemas que más responden a lo vital, a la visión liberada del juego de referencias o menciones filosóficas, a lo que íntimamente he sentido de manera feroz en la muerte como destino. Su título es La sangre de Agamenón en el cuello de un cisne, parte también de un poema de mi primer libro en el que el destino fatal de Agamenón, del fuego de Troya, de la muerte, se hace presente ya en el cuello del cisne que se apoya en Leda.

En definitiva, la imagen del libro, la idea, surge como algo último, cuando aprovecho estas composiciones para saber quién he sido al escribirlos. En este caso, todos los poemas parecían hablarme de una confección trágica, la arquitectura profunda y oscura de los huesos de aquello que alguna vez, para nosotros, fuera liviano y fácil como un ave.

La suerte del contemporáneo es que no necesita la contextualización minuciosa que otros autores deben sostener.

¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?

La suerte del contemporáneo es que no necesita la contextualización minuciosa que otros autores deben sostener. He mencionado factores que pueden o no tenerse en cuenta, pero la cuestión es que cada poema es fruto de una misma voluntad de valerse del lenguaje y su ruptura, de la música y el ritmo, para expresar únicamente aquello que siente que es universal (aunque la individualidad y a veces el olvido, lo alejen de nuestra mano). Más allá, no daría ninguna clave. La racionalidad ante un poema, si la hay, debe ponerse en juego como una curiosidad filosófica o filológica secundaria. El fin de estos poemas va poco más allá de un cierto hedonismo: del complejo placer que experimentamos al situar el mundo en un orden determinado, al saber que nuestra andanza es acompañada, al ver a través de la herida del lenguaje una imagen, deformada y fiel, de nosotros mismos. Cuando es así, los recursos, la técnica, la mano del autor, en fin, quedan, como en el caso de un ilusionista, en un plano oscuro, facilitando que la poesía suceda.

Es una obligación hacer que el lector se sienta inspirado.

¿Qué efecto esperas que tenga en ell@s?

En el mejor de los casos deseo que la mirada lectora se aproxime con la apertura suficiente (que no es sino una manera de dejarse leer a la que se suma la actividad de proyectar sus recuerdos, su emotividad, su vida, sobre las palabras) para que, en ese papel activo, ella misma se vea reflejada. Deseo que sienta que las cosas guardan algo más y que señalan algo más allá que, en último término, se dirige a uno mismo.

En mi opinión, es una idea históricamente compleja la de la inspiración, idea de la que el autor puede prescindir; pero entiendo que es una obligación hacer que el lector se sienta inspirado. Que sienta su vida en esas palabras, algo ajeno y propio, algo presente y olvidado y, en esa suerte de anamnesis platónica, que haya algo que lo alcance como un recuerdo.

La ciencia, en su historia, nos muestra bien la relación del hombre con la naturaleza, en su dominación, en su interpretación y demás. Pero creo que la poesía, como otras artes, nos habla de la relación del hombre consigo mismo. El hombre y la mujer se descubren en una obra de hace siglos como en un espejo, como se descubren en el tacto del mar o en el de otra piel. El ser humano es infinito y la poesía, la perpetua imperfección de la poesía y la convulsa búsqueda del poema nos dan fe de ello. Desearía que alguien reconociese como algo nuevo y propio lo que en algún momento, ese alguien y yo, sin saberlo acaso, hemos compartido.

Un buen libro no es más que la feliz estadística de poemas que funcionan.

¿Qué importancia tiene la estructura o la disposición de los poemas en el volumen? ¿Fue algo deliberado o más intuitivo durante el proceso de creación?

He hablado anteriormente de esa disposición tripartita, además de la propia selección de los poemas (entre los otros que fueron descartados) como algo a posteriori, elaborado a raíz de un sentir común en los poemas.

Cada poema, cuando escribo, es perfectamente independiente de los demás, y más aún, de la propia idea del libro. Cuando leo, un buen libro no es más que la feliz estadística de poemas que funcionan. Recuerdo poemas, cuando no versos, y creo que su contigüidad en un libro es sólo el reflejo de un momento vital de quien lo escribió que le pudiera dar más o menos perspectivas sobre quién es. En este caso no hay interdependencia, sólo dos poemas, de la primera parte, que podríamos llamar la más filosófica, Natura Naturans y Natura Naturata, dialogan en esa visión de la naturaleza panteísta de la que me valgo para hablar del ser humano y su relación con el todo como creado o como todo creador. El resto de poemas fueron escritos sin más objetivo que ellos mismos.

Sin embargo ese devolver el remo primero es una forma de continuar la deuda de lo que me ha sido más valioso en la vida, el pensamiento que se siente. Allí hablo de la trágica continuidad del todavía, de la belleza imperceptible como parte imprescindible del universo, de la paradoja de un ser que se descubre en el otro, de la búsqueda romántica de lo innombrable y la otra, la racional, del mundo como presa. Después el amor. El amor como una bella verdad en la que sólo el tiempo teñirá de mentira los cimientos de lo que creímos más hermoso. Y en último lugar, de menos a más íntimo, un repaso por aquello que me ha hecho ser quien soy, prescindiendo todo lo posible de lo anecdótico, de lo que me separa del lector, hasta dar con una leve despedida, una suerte de testamento en esa aceptación de la intensa y profunda dialéctica de la existencia con la muerte.

Espero que el lector pueda verse a sí y no a mí.

¿En qué medida veremos en él —o no— al Jorge Pérez Cebrián de tus anteriores obras?

Creo que fue Agamben quien habló del estilo como “la mano que tiembla” de un autor que no puede escapar de sí, aun cuando busque la perfección más transparente. Temo que no sé escapar de muchos mecanismos que me hacen interpretar las cosas y plasmarlas de cierto modo. Hay símbolos que siempre me acompañan y se definen con el paso del tiempo, hay formas de alzar la voz, hay tonos y conceptos que nos resultan tan propios que no podemos eludirlos, siendo estilo en el mejor de los casos e incapacidad en el peor.

Sin embargo, me digo que he podido prescindir del catálogo museístico de referencias clásicas que fuera el primer libro. Que la filosofía tratada es menos recóndita y acaso más humana, que el tono, aun cuando hablen voces que requieren de lo sublime, es más humano. Creo que el tiempo me ha podido liberar de las máscaras barrocas y de los harapos de otro que uno usaba como si fuera la púrpura prestada de los reyes. Intento esta vez dirigirme al lector, no con el remoto beneplácito de una tradición intrincada, sino con algo de la austeridad que amplía los significados.

Será quizá la última parte, la más íntima, la más novedosa, y aun así creo que puede pasar, con suerte, desapercibida esta característica. Aun cuando hablo de lo que una vivencia o un sentir privado son para mí, creo que he podido liberarlo minuciosamente de todo lo anecdótico, buscando es voz cuya gravedad, cuya imperceptible frecuencia, parece admitir la sintonía con otras vidas. Por eso, aunque para mí haya sido acaso el libro más íntimo y sincero, espero que el lector pueda verse a sí y no a mí, que es lo que he buscado (con variable éxito) en mis anteriores libros.

Te pongo en un aprieto: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de Pero nunca los huesos de las aves, ¿cuáles serían?

El tiempo acaba por facilitar esta respuesta; ahora tengo la suerte de concebir este libro, cosa que no me había pasado con los anteriores, como una sucesión de poemas que considero verdaderos, parte intrínseca, pura y elaborada, de quien soy. Pero creo que me atrevería a señalar Alguien, Refutar el viento y Ligero de equipaje, uno de cada una de las tres partes del libro.

Los premios poco afectan a la producción, pero sí a la recepción.

Además de haber quedado finalista en varios certámenes de “primera división” [risas], nada menos que el Premio RNE joven avala tu último libro. ¿Supone este premio un punto de inflexión en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?

Supongo que los premios poco afectan a la producción, pero sí a la recepción. Es bueno que el lector se aproxime a una escritura con esa seguridad que da leer a un premiado, pero el libro es el mismo que antes del certamen, como lo que escriba en el futuro será lo mismo independientemente del premio. Una valoración así anima, en la vasta soledad de la escritura, a saberse menos solo, da valor al tiempo que uno invirtió en las naderías de la métrica o la retórica, como en la afanosa lectura de la que tan sólo se desea aprender.

Este libro tiene un tiempo y desde el último poema no he sentido la necesidad de decir nada nuevo. El último sentimiento que tuve con él fue el de final. Pensé que era un buen modo de acabar, pero uno no puede escapar de esa lectura, de esa disposición afectiva, de esos fogonazos de poesía que la vida ofrece y que parecen obligarnos a la escritura como si fuera el único motivo. Mientras espero que suceda algo parecido, algo que me invite a volver a hablar, espero dedicar mi tiempo al estudio.

Mencionaré que, además de un experimento literario que mezcla verso, narrativa y ensayo y que acaso nunca vea la luz, trabajo arduamente en un ensayo que sigue la pista a la deriva de la palabra “arte” a lo largo de la historia. No se trata de una Historia del Arte, sino de una historia de cómo el concepto ha llegado a significar lo que significa hoy para nosotros, cuándo, cómo y por qué le hemos atribuido ciertos predicados y cómo ha variado a lo largo de los siglos. Es un trabajo complejo en el que la mejor de las suertes, su publicación, se me presenta como algo posible dentro de quizá un lustro. Sin embargo, el aprendizaje que cada día me brinda me es suficiente.

Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su “Primera impresión”?

Me gustaría conocer la opinión de muchas personas. Para no darle muchas vueltas y ser consciente de todas las personas que no menciono, propondré a Antonio Rivero Taravillo, que publicó este año Luna sin rostro en Pre-Textos y a quien debo mucho. Con él publiqué mi primer poema, fue el primero en leer mi primer libro cuando después de siete u ocho años me animó a compartir lo que escribía y es alguien a quien admiro sobremanera como poeta y como lector.

***

Tres poemas de Pero nunca los huesos de las aves

 

 

No.

 

No mi rostro
ni su cómputo de azar en los cristales.

 

La férrea terquedad de las entrañas,

el cuerpo y su entramado de secretos.

 

No sus puertas selladas, con sus hilos,

y con su horror sagrado y
su soborno.

 

No mi nombre.

 

Mi nombre que ha abreviado mis ayeres

en unas pocas sílabas gastadas
como si nada hubiese ya escondido.

 

No un instante,

ni el inasible aquí

ni el inconstante ahora.

 

No el pasado,
las inconexas huellas que inventé

para darle al desierto su sentido.

 

La moneda,
que no es nunca la misma, de los otros.

 

El que escribe.

 

Y miro a un pájaro arañar el aire y

callo entonces.

 

Y me digo

 

que pese al mismo sol, al mismo cuerpo,

al mismo rostro, al mismo nombre,

 

soy sólo, acaso, ese lugar que espera

que aquello que no es tome su carne.

 

Y que nos halle el tiempo

y que nazca la tierra otra mañana.

 

Alguien,
alguien, quizá las hojas,

las hojas que protegen los pistilos,

pueda decirlo:

 

“detrás de cada pétalo hay futuro”,

dirá
“al fondo de la vida está el Silencio”.

 

REFUTAR EL VIENTO

(UN POEMA SOBRE EL ABRAZO)

 

Pregunto con asombro

si puede algo de cielo refugiarse

bajo las alas blancas de las aves.

Pregunto

por el secreto respirar

en los pistilos negros de las calles

y las sendas de la luz más leve

que eleva como un ruego la mañana.

Pregunto

el dócil tiritar del árbol,

el sagrado caudal que abre la música,

la flor del mar, los labios de tu frío.

Pregunto, al fin,

adónde va ese aire que exorciza

de la flor de tu pecho nuestro abrazo

y si puede servirle

a la lenta y terrible voz de un ángel.

Pregunto cuánta vida duerme

en el pobre prodigio de unos brazos,

en un hueco que acoge sus adioses.

Pregunto adónde,

adónde todo el aire que nos sobra,

que damos a los días sin saber,

que deja de existir entre dos cuerpos,

y que sirve, quizá,

para que exista el mundo.

 

UNA CANCIÓN ANTIGUA

 

Esperé

con los ojos abiertos

que allanaras, paciente, mi mirada.

 

Esperé ver la mano que cimentó la tierra,

la severa indolencia de los astros

que arrastra como hojas

las vidas de los dioses y los hombres.

 

Pedí el milagro.

 

Y así

cubrí mis ojos y cayeron.

 

Cayeron con mis párpados los mantos,

cada velo,

los escorzos que cubren la mirada,

la imagen que delata la ceguera.

 

Y vi de cuántas formas es tu nombre.

 

Fui en ti

el instante y el rostro que se apagan.

 

—Qué verdad nos cabría en las pupilas,

qué vida entendería tus labores—.

 

Yo, que jamás te vi romper la roca,

vi los lentos cinceles, la belleza

que nunca condesciende a ser del hombre.

 

Abrí los ojos

y volvió la materia tras sus velos

volvieron a ser cosas los instantes.

 

Y entendí:

sólo tú, Tiempo, eres tu sola obra.

 

Y no hay testigos.

 

Así que erígete en nosotros

y borra nuestros rostros con tu mano.

 

Crea y destruye.

 

Y di tan sólo, cuando acabe,

que todos fuimos parte de tu nombre:

di a la Nada que fuimos necesarios.

 

ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.

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