Lorca y Julio Romero De Torres
Por Antonio Costa Gómez.
Ahora que es su centenario pienso otra vez más en Julio Romero de Torres. He visitado dos veces su casa en Córdoba. Las dos veces he salido colmado.
Ciertos “modernos” desdeñan a Romero de Torres, les parece demasiado andaluz, demasiado tradicional. Dicen que es tópico, dicen que es superficial. Porque ciertos modernos creen que hay que basarse solo en conceptos y cortar con nuestro interior, con la tierra.
La culminación de lo moderno es el diseño actual, convertir todo en rombos y triángulos. Matarlo todo.
Sin embargo en eso tenía razón Eugenio D´Ors : todo lo que no es tradición es plagio. Porque la tradición (es decir, en sentido profundo, nuestro origen, nuestra fuente vital) admite infinidad de desarrollos personales, pero lo moderno es una monotonía, los rombos por todas partes.
La vida tiene infinidad de manifestaciones, la muerte es siempre la misma. El misterio tiene mil formas, la fórmula solo es una fórmula. Los locales de diseño moderno son los mismos en todas partes, el colmo del aburrimiento. Nos venden como diferente lo que se repite millones de veces.
Pero a mí Romero de Torres siempre me ha fascinado, desde que era un muchacho. No podía escapar de él. A los 19 años escribí un artículo titulado “Delirios de Julio Romero de Torres”.
Hablaba del delirio en el sentido de expresión libre y apasionada de lo escondido, y lo publiqué en no sé qué revista. Hablaba del delirio como revelación, como manifestación de lo oculto.
A mí Romero de Torres no me parece nada tópico ni nada superficial. Habla con fuerza de la vitalidad misteriosa, de la belleza profunda. Pone el vértigo y la distancia en los ojos, pone la pasión debajo de la calma.
Ataca a los cuervos que quieren acabar con la vida. En “El pecado” el verdadero pecado está en las viejas rabiosas que critican y muerden con sus bocas, no en la mujer desnuda tendida en su apasionada inocencia.
Lo que no le gusta a Romero de Torres son los buitres. Y extrae la hondura de fuentes profundas y cauces ocultos, como decía Lorca en un verso: “Oh pena de los gitanos, / pena limpia y siempre sola./ Pena de cauce oculto / y madrugada remota”.
Romero de Torres, como Lorca, tiene algo de trágico, en el sentido vitalista nietzscheano. La vida que se opone a los límites que la constriñen.
Como Lorca, Romero de Torres une lo popular a lo culto. Parece muy sencillo, pero tiene implicaciones profundas. Y segundas y terceras lecturas. Une lo evidente con lo visionario.
Lo mismo ocurría con Bécquer, otro popular y también culto. Otro que despreciaban los pedantes, pero inspiró a los más profundos poetas. A Antonio Machado, a Juan Ramón, a tantos otros.
Su pintura fue una forma de simbolismo, que tuvo distintas manifestaciones en toda Europa, desde España hasta Rusia, en su época, y el simbolismo manifiesta el misterio y lo incontrolable.
Y la fuerza de los mitos y los símbolos, y la verdad del inconsciente. Pero lo suyo, naturalmente, es el inconsciente andaluz. Y la sombra de Andalucía. Y en concreto de Córdoba, con sus rincones como pañuelos.
Sí, Julio Romero de Torres tiene varios niveles de recepción. No es evidente como los pedantes creen. Y puede enseñarles muchas cosas. Como lo hicieron Lorca y Bécquer.
Y tiene la fuerza trágica de Andalucía, pero tiene también la fuerza de la vida en general. Igual que Lorca hablaba a los andaluces, también les habla a los hombres del mundo entero. Igual que lo hace el flamenco o el fado portugués. Tiene cierta melancolía y un invencible vitalismo. Tiene la veladura y la gracia que tuvo también Lorca.