‘Nadie corre más que el plomo’, de Ignacio Marín
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Si hay que poner un ejemplo de lo que debe ser una novela negra, la segunda de Ignacio Marín (Madrid, 1984), escritor y periodista afincado en Vallecas tras Edificio España, publicada en 2022, un policial sobre el tardofranquismo y las desigualdades en el Madrid de los años 70, cumple todos los requisitos del género: velocidad narrativa, personajes bien dibujados, trama bien construida, raigambre social, lenguaje brillante y adecuado a lo que se narra, final impactante y además, y no es una minucia, título perfecto: Nadie corre más que el plomo.
El autor, que además es un activista cultural que dirige Vallecas negra, el primer festival de novela negra de su popular barrio, y colabora con sus artículos de denuncia social en Vallecas va, retoma al policía protagonista de su anterior entrega y lo sitúa en la nada modélica Transición — Ni las iglesias servían ya como refugio en esa Transición de sangre y plomo.—en la que aún eran muy visibles los tics franquistas, y de tranquila—… en unos años en los que los muertos, ya fuera por terrorismo, en enfrentamientos con la policía o por cualquier tipo de crimen, se contaban por decenas cada semana. —, como bien ha documentado Mariano Sánchez Soler, nada aunque se nos haya querido vender exactamente lo contrario. Una transición hacia la democracia que se hizo sin depurar a una policía franquista: El seno de la Policía tampoco se modernizó, más bien lo contrario, parecía como sí con la llegada de la democracia la impunidad de torturadores y corruptos hubiese incluso aumentado.
Eugenio Martín, subdirector del Cuerpo Superior de la Policía—Es difícil quererse incorruptible en un cuerpo gangrenado.—, viaja desde Madrid a Benissa de la Safor, pueblo de pescadores de la costa levantina en el que reina una especie de omertá —Mientras, allá afuera, el pueblo callaba con ese silencio tan característico que provocaba el miedo.—, con el objeto de investigar el asesinato de un alcalde. Al policía le persiguen los fantasmas del pasado —Nunca superará lo que pasó en el edificio España. ¿Verdad? Y lo de Vitoria fue una puntilla.., le dice uno de los suyos—, lo que hizo o vio hacer en una época en la que el cuerpo era un ente poderoso e impune que no debía dar cuentas a nadie de lo que hacía: Lo torturábamos porque ese día le había tocado a él, Aquello era la guerra: o ellos o nosotros. Ni nos importaba lo que pudiera decirnos. Lo habíamos acallado como al segundero del reloj. Pero sus ojos gritaban en silencio. Incluso cuando ya no respiraba. Gritos que aún retumban en mi cabeza.
Ignacio Marín denuncia el machismo de esa sociedad patriarcal que se resistía a cambios drásticos: Lo hizo además en una época en la que cualquier paso que dieran las mujeres tenía que ser un paso de plomo, bien cimentado, porque como en un descuido, el sistema retrógrado y machista las haría retroceder ya no a pasos sino a saltos.
El novelista maneja dos puntos de vista narrativos, el de Eugenio y Paco, su amigo junto con Rosa en la población, más una serie de flash backs esclarecedores, e introduce un elemento mágico y telúrico que resulta determinante: la Polseguera, —Por esa Polseguera roja que hacía aquel lugar más fascinante y misterioso de lo que ya de por sí era el Levante.—, un viento extraño que lleva consigo tierra en suspensión: Y todo es rojizo, más que rojizo, rosa claro, como salmón, como una pintura desgastada por el acoso del sol. Todo, la arena, el mar, la barraca, todo tiene ese color. Parece como si lo hubiese todo a través de unas gafas pintadas de rosa.
Hay tiroteos narrados con precisión cinematográfica —Eugenio salió a toda prisa, sorteando el cuerpo tendido del pistolero herido. Se retorcía violentamente mientras trataba de detener la hemorragia del cuello, que manaba como un grifo abierto.-—, ritmo creciente que se acelera en el último cuarto de la novela, excelentes descripciones —El cielo encapotado, el mar encabritado, incluso el viento, que parece transportar esa tierra colorada como en una tormenta de arena. / La vivienda de Febrer era una construcción cúbica, moderna, acristalada casi en su totalidad, que parecían nacer directamente en las rocas, proyectándose desde ellas como si fuera una especie de nave alienígena.—, denuncia de la especulación inmobiliaria que se sirve de la gallina de los huevos de oro del turismo y, sobre todo, verismo narrativo, porque nada está impostado, ni el lenguaje ni la brillante resolución del conflicto.
Res escapa a la Polseguera. No dejen escapar esta novela.