Retrato sin rostro
“En una época como la nuestra, cuando la creciente complejidad de la vida apenas si nos deja espacio para leer, cuando el mapa de Europa acaba de experimentar profundas modificaciones y está acaso en vísperas de pasar por otras mayores y hay tantos problemas nuevos y amenazadores asomando por doquiera, me reconocerán que tenemos derecho a pedirle a un escritor que sea algo más que un ingenio sutil que nos hace olvidar en discusiones ociosas y bizantinas sobre méritos de pura forma, ese peligro en el que estamos de vernos invadidos de un momento a otro por un doble tropel de bárbaros, los de fuera y los de dentro”.
El párrafo, tan contemporáneo como imperecedero, fue escrito por Marcel Proust hace más de un siglo, en algún momento entre 1908 y 1922, y pertenece a la segunda de las siete partes de su gran obra En busca del tiempo perdido. Su reflexión sobre el rol del escritor en una sociedad en constante cambio para que su creación sea algo más que mero entretenimiento y contribuya de algún modo a descifrar los tiempos que vivimos es igualmente perdurable y podríamos extenderla a muchas otras disciplinas artísticas.
En un entorno cultural sobresaturado de productos, deslumbrado por la inmediatez y capitalmente regido por criterios cuantitativos (número de ejemplares vendidos, número de reproducciones, número de seguidores, etc.) no resulta fácil, sin embargo, cribar el trigo de la paja y muchos libros, películas, obras de teatro, poemas, fotografías, pinturas etc. que nos dicen tanto conviven (y a menudo, malviven) frente a muchas otras que dicen nada o aportan muy poco.
En la cascada infinita de imágenes y videos que nos asaltan y acompañan a lo largo del día desde cualquier pantalla, distintivo de la sociedad audiovisual en la que vivimos, merece siempre la pena detenerlo todo por un buen rato para concentrarse en el World Press Photo: un espacio único en el que confluyen periodismo y arte fotográfico de calidad para mostrarnos, con singular belleza y singular dureza, las profundas transformaciones que vivimos cada día e interpelarnos sobre ellas. Lo he seguido siempre con atención, en algunas épocas incluso con devoción esperando ansioso cruzarme con la exposición itinerante que recorre el mundo cada año o haciendo y cambiando planes para que así ocurriera. Visitarla es siempre una experiencia estética, intelectual y emocional de alta intensidad, un paseo por el frágil puente colgante que nos conecta como individuos, tanto al espectador como a los protagonistas de las fotografías, con los momentos trascendentales de nuestra historia colectiva que van transformando el mundo.
Una vez más, la fotografía ganadora de este año es un abrumador testimonio impactante y silencioso. Un retrato de la desolación y el desgarro, sin semblantes pero indudables en gesto del abrazo impotente, en las telas arrugadas con la dolorosa estética de un sudario y en los detalles de la historia del mundo que se esconden entre sus pliegues: la de un conflicto cronificado que asola desde hace décadas una región e irradia violencia y odio por el mundo entero; la indescriptible crueldad y deshumanización que presenciamos, una vez más y especialmente, desde hace meses; la triste y dura intimidad que queda después de que hayan caído las bombas; la realidad de un lugar inaccesible y confinado que solo pueden mostrar los periodistas locales que están allí atrapados; la historia personal de un foto periodista que ya fue galardonado hace más de una década por otra fotografía de la guerra en Gaza y captó la instantánea días después del nacimiento de su propio hijo.
Merece la pena, nunca mejor dicho, detenerse, contemplarla en silencio y pensar cuántas mujeres, cuántos niños y niñas hay representadas en esas figuras sin rostro, en cuánto amor y cuántos abrazos quedan absurdamente interrumpidos por las guerras de todo el mundo; en cuánto y cómo el tiempo pasa y en la velocidad con la que normalizamos y convivimos con el dolor ajeno.
Pasen, callen y vean: https://www.worldpressphoto.org/collection/photocontest/2024/winners