‘Cruce de vías’, de José Antonio Garriga Vela

Cruce de vías

José Antonio Garriga Vela

Candaya

Barcelona, 2024

305 páginas

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

«Me respondió que perder la propia vida es una nimiedad, pero perder el sentido de la vida, ver cómo desaparece nuestra lógica, es insoportable». La frase la imagina José Antonio Garriga Vela (Barcelona, 1954) en boca de Albert Camus durante un encuentro con él. En realidad, con quien se está encontrando, constantemente, es con sus fantasmas. Deberíamos mostrarnos agradecidos por los fantasmas, por la lección de fantasmas que Garriga Vela ha ido exponiendo a lo largo de los años en las páginas del diario Sur, de Málaga, y que nos demuestran que no se trata de seres a los que debamos temer. Uno tiene derecho a elegir la calidad de sus fantasmas, es decir, uno tiene derecho a crear el firme sobre el que se traza la ruta de la memoria. Garriga Vela reconoce que esta selección de textos responde a sus inquietudes personales —viajes, relaciones, soledad, mudanzas, paso del tiempo, la muerte— y, sobre todo, a la memoria que «siempre vuelve para poner las cosas en su sitio». «Lo bueno de la memoria es que no conoce límites, ni siquiera la frontera de la muerte», dirá en algún momento.  Esta selección nos habla de muchas cosas, pero mayormente nos habla de él, del autor: «Yo soy el hombre que duerme. El que espera», concluye en un mensaje que un segundo antes había sostenido: «El hombre vive de la imaginación, se gana la vida gracias a ella y los viajes le ayudan más que ninguna otra cosa».

Los viajes como ideal, pero también una infancia, en la que todos nos reconocemos, son parte de este autorretrato. Se trata de demostrarnos que uno es especial siendo uno más. Aunque la principal enseñanza que uno extrae de este compendio es que uno puede sentir que la vida sucede sin malestar. ¿Cuál es el antónimo de malestar? Bienestar. ¿Y el de desasosiego? Sosiego. El de guerra es pasa, el de dolor salud, el de nerviosismo tranquilidad. Pero Garriga Vela no acude a mostrarnos la importancia de estos sustantivos como si estuviéramos frente a un libro de autoayuda. ¿Cuál es el antónimo de autoayuda? Posiblemente sea descubrimiento. Para ello, Garriga Vela nos recuerda, una y otra vez, que la vida es eso que sucede ahí afuera, pero que las emociones y los sentimientos son lo que sucede de la piel hacia dentro. En este último territorio lo que se impone es la convicción de que no necesito perdonarme nada, porque no he intentado hacer daño. He fabulado y he recorrido caminos para sentirme, para saberme vivo, porque soy un tipo curioso, pero no he hecho daño. Me he limitado a ir creciendo sin intentar inflarme como un globo, que corre el riesgo de explotar. Y aquí nos expone sus pequeñas confesiones, en las que nos indica que el pasado seguramente era más bonito que el presente, que lo echa de menos, pero que las emociones guardan la misma intensidad con la que se impusieron en su momento, y que por tanto sigue igual de vivo. Y en esa vida ha ido creando sus propios mitos que no nos intenta imponer: se limita a indicar que cada uno tenemos derecho a crear los nuestros, y que la función de estos mitos será hacernos compañía en la soledad, en la solitud, en la inevitable sensación de que por muchas personas que uno quiera y que a uno le quieran, en los momentos difíciles está solo. Es decir, solo con sus mitos. Que son una muchedumbre, un coro y una guía.

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