Contra el clamor del mundo
Elena Marqués.- Soy «dueña» de un gato desde hace más de nueve años. O él se convirtió en mi amo y señor apenas cruzó el umbral de la casa que compartimos. En esa alianza en la que él pone la belleza y yo, la comida, nos vamos bandeando, sin mucha esperanza por mi parte de que algún día considere obedecerme.
Que el gato es uno de los animales más misteriosos y, no sé si por eso, más literarios que existe, nadie lo niega. Quizás por ello es la compañía elegida por muchos escritores. Por compartir características como el deseo de tranquilidad y quietud. Por pasar «casi toda la vida soñando con otras vidas» (Ricardo Álamo dicit). Quién no recuerda a Julio Cortázar, Doris Lessing, Charles Bukowski, Carmen Martín Gaite, Truman Capote, Colette, Hermann Hesse o Patricia Higshmith retratados con un gato o un ramillete de ellos. Quién no ha leído y admirado la célebre cita de José Emilio Pacheco («Ven, acércate más. / Eres mi oportunidad / de acariciar al tigre / – y de citar a Baudelaire») que sirve al libro que pretendo reseñar como frontispicio.
Porque, aparte de su papel en la mitología y la superstición, de prestarle rostro a la diosa Bastet en Egipto y acompañar a Ares en sus periplos de guerra, hay célebres felinos en libros y cuentos, desde El gato con botas del clásico de Perrault, pasando por el de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas o El gato negro de Edgar Allan Poe, sin olvidar a Zapaquilda y Marramaquizel, protagonistas del poema épico-cómico de Lope de Vega. Hay libros en los que asume la voz narradora, como Soy un gato, de Natsume Soseki, o La historia de la humanidad contada por un gato, de Gerard Vincent. Hay también algún ensayo dedicado a ellos, como el Elogio del gato, de Stéphanie Hochet, y hasta gatos famosos en la animación, empezando por aquel comedor compulsivo de lasaña y odiador de los lunes. Pero desconozco si existía hasta hoy algún libro de aforismos dedicado a este felino ancestral.
Ricardo Álamo, licenciado en Filosofía, escritor prolífico en los géneros más breves, al que he tenido ocasión de conocer en estos días, ha decidido llenar ese hueco con un opúsculo, Pasos de seda. Aforismos sobre los gatos, donde reúne sus reflexiones en torno a este animal «como figura filosófica, literaria y poética elusiva, incluso trascendente, ante la cual el ser humano no es extraño que se sienta fascinado, pues sintetiza todo aquello a lo que aspira, pero se le escapa», reza la contracubierta del libro. Quiere esto decir que el autor considera al animal desde múltiples perspectivas, sin olvidar las pseudodescripciones tópicas sobre sus envidiables siete vidas, la paz que se siente al contemplarlo y lo que puede aprenderse de ellos, su mirada enigmática, sus afinidades con el hombre, su supuesto carácter equilibrado («Ninguna vieja loca está tan loca como para volver locos de remate a todos sus gatos»). Su propia belleza.
No falta, en este amplio repertorio tripartito de ritmo delicado e ilustrado por el también escritor José Manuel Benítez Ariza, algún aforismo con un toque humorístico («La prueba de que Dios es un gato es que ninguna de las plegarias de los hombres le quitan el sueño»), e incluso otros que resultan muy poéticos («Alfa y Omega: la eternidad tal vez sea un gato ovillado»), en los que utiliza Álamo las figuras retóricas propias del género lírico, especialmente la paradoja, recurso muy adecuado para describir la naturaleza felina («Egipto no habría sido Egipto sin la minúscula grandeza de los gatos»).
Aprecio mucho, en esa intertextualidad propia de los autores grandes y humildes, los múltiples homenajes a ciertos autores que para mí, además, son fundamentales, como Borges y su oro de los tigres, el ruido y la furia faulknerianos de los que tan alejado está el sujeto de sus disquisiciones, Luis Antonio de Villena con Los gatos príncipes, el poema de Jaime Siles… De hecho, el título del libro procede de una composición de la salvadoreña Emma Posada que yo me empeño en pensar que eligió el autor de estas páginas por señalar con él no solo el apreciado sigilo de los gatos, sino la parquedad de términos con que se construyen por definición los aforismos y la sorpresa que en ocasiones nos ofrecen sin casi previo aviso. Como un gato al acecho.
Por último, me ha llamado la atención la fórmula utilizada en algunas de estas reflexiones, en el sentido de que se dirigen a un tú que no es mi mucho menos el autor, ni el lector, sino el objeto mismo del libro («Naciste para el sueño», «Como a ti, gato, también a mí me gusta…»), en una humanización/personificación acorde con estos tiempos en que las mascotas se convierten en algo más que un miembro de la familia. No voy a suponer en Ricardo Álamo actitud misántropa alguna que lo haga refugiarse en esta tendencia moderna, pero sí que debo remarcar que en ninguno de sus aforismos califica al animal negativamente. Quizás no haga ninguna falta. Tal vez en el amable sistema de signos, compuesto por guiños, cabezazos y ronroneos, con que estas hermosas criaturas se comunican aún duerma algún dios antiguo al que es preciso no indisponer con sentencias más ásperas. Bastante ruido tenemos que soportar en este mundo clamorosamente arisco.