‘Cuentos completos’, de Julio Cortázar
EDUARDO SUÁREZ FERNÁNDEZ-MIRANDA.
Julio Cortázar (Bruselas, 1914 – París, 1984) fue uno de los grandes autores latinoamericanos, un escritor que revitalizó la literatura con una obra excepcional. Parisino de adopción, algunos de sus cuentos se encuentran entre los más relevantes del género. Con Rayuela alcanzó unas cotas literarias difíciles de superar. Como traductor le debemos que vertiera al castellano los cuentos del genio norteamericano, Edgar Allan Poe.
Cortázar no era un escritor disciplinado -así lo reconocía él mismo-, cuando quedaba atrapado por un texto, lo escribía en diferentes trozos de papel, iba saliendo así, por momentos. De alguna manera “el cuento ya está escrito, lo que necesita simplemente es convertirse en idioma, y ahí está mi trabajo”.
Sí era, en cambio, un escritor con una elevada autocrítica. Se había fijado una especie de nivel, no con relación a modelos externos, como pudiera ser su admirado Borges, sino autoimpuestos. Su noción de estilo era muy exigente, sentía que “si tienes alguna cosa que decir y no la dices con el preciso y exacto lenguaje con que tiene que ser dicha, de alguna manera no la dices o la dices mal”.
La editorial Alfaguara reúne, en dos volúmenes, la obra cuentística completa del gran escritor argentino. En el primero de ellos encontramos reunidos las colecciones de cuentos aparecidos entre 1945 y 1966, títulos tan emblemáticos como La otra orilla, Bestiario, Final de juego o Todos los fuegos el fuego, sin olvidar Historias de cronopios y de famas.
El segundo volumen recoge sus libros de cuentos publicados entre 1969 y 1982. Último round, Octaedro, Alguien que anda por ahí, Un tal Lucas, Queremos tanto a Glenda y Deshoras, están reunidos en un libro muestra de la grandeza del escritor.
Bestiario, por ejemplo, es uno de los títulos donde aparecen las características fundamentales en la obra narrativa de Julio Cortázar, lo fantástico como un elemento más de la realidad. Como recuerda el propio autor: “Mi noción de fantástico es una noción que finalmente no es diferente de la noción del realismo para mí, porque mi realidad es una realidad donde lo fantástico y lo real se entrecruza cotidianamente”. En sus cuentos nos encontramos hechos inverosímiles que, a través de la portentosa maestría de Cortázar, los aceptamos como cotidianos.
Cortázar, que se definía así mismo como cronopios, es decir, temperamental, entusiasta, desordenado y vacilante, aunque “de vez en cuando me sorprendo con alguna reacción de fama”, mantuvo siempre desligada su obra narrativa de su compromiso político: “Huyo de ser un escritor de los que llaman comprometidos, porque si un hombre, una persona, pone su literatura al servicio de un mensaje ideológico, sacrifica esa literatura”.
Tras su muerte, Octavio Paz le dedicó unas palabras en las que ensalza su literatura: “Obra a un tiempo simple y refinada en la que lo cotidiano y lo insólito se unen con la naturalidad con que las plantas crecen, los astros brillan y giran, la sangre circula por nuestras venas. La poesía colinda con el humor, y la mirada de Cortázar –juez y cómplice- descubre sin esfuerzo el lado grotesco de las cosas y las gentes. Fue uno de los renovadores de la prosa española, a la que dio ligereza, gracia, soltura y cierto descaro. Prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo, pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones. Julio resucitó muchas palabras y las hizo saltar, bailar y volar”.