Tío Vania por Juan Pastor: algunas emociones y demasiados anticlímax

Horacio Otheguy Riveira.

Cada intérprete de esta propuesta tiene evidente talento con el que saca adelante la difícil situación de un distanciamiento impuesto por el director Juan Pastor, ajeno a la obra original ya desde el prólogo en el que se advierte que se nos va a representar una historia sucedida hace muchísimos años (aunque no se dice, se estrenó en 1899), y de inmediato se activa una puesta en escena en la que los personajes sí respetan las pautas del texto, pero interrumpen su acción para dirigirse al público y ejercer de cuenta-cuentos dentro de una dinámica de distanciamiento que rompe, una y otra vez, la atmósfera en la que se nos ha sumergido con buen hacer.

Todos monologan un poco en este plan de anticlímax, excepto el abrumador protagonista, centro de todas las desgracias, directas o indirectas, de personajes torturados a fuerza de frustraciones. Si bien Tío Vania es el único rebelde, en el fondo no es más que un desesperado, a veces tragicómico, que manotea en busca de una salida, prisionero de su cuñado, un señorito intelectual con altiva superioridad sobre estos terratenientes venidos a menos, casi campesinos con escasos recursos y puros sueños incumplidos.

Amores imposibles, la naturaleza que crece voluptuosa en bosques y otros paisajes cautivadores, la pesadilla del clasismo inherente a una forma de vida y gobierno vertical… son algunos de los muy sugerentes temas que trata la pieza. Juan Pastor conoce muy bien a Chejov y ha optado por esta pasión de distanciar el melodrama y romper todo encantamiento. Después de ver cuatro versiones muy distintas de esta obra, me considero abatido ante un resultado de este tipo por una Compañía de excelentes profesionales que, sin embargo, solo a ratos, en algunas escenas, pueden desprenderse del excesivo anticlímax de una realización que no cree en el poder reflexivo y emocional de la obra de Chejov y necesita interrumpir la acción para explicarla. De paso altera el comienzo e inventa un nuevo final que traiciona la vocación de Chejov. (Según la traducción más difundida de E. Podgursky).

Dentro de las excelencias de la función, a continuación destaco algunas escenas en la que se viven páginas aún hoy fascinantes de la obra maestra de Chejov (1860-1904): retrato de familia en tierras rusas que pocos años después serían transformadas por la revolución más importante del siglo XX.

 

Una de las escenas más intensas en la reconciliación de Sonia (Gemma Pina) con su madrastra (María Pastor): flota en el aire la ilusión de una posible unión ante el desamparo.

 

Tío Vania explota, arma en mano, ansioso por liquidar a su mayor enemigo. Una frustrada peripecia que aumenta su desesperación y agudiza su conciencia de una soledad imposible de resolver. Luis Flor logra una composición conmovedora en la compleja travesía de ser el personaje y su propio relator.

 

Alejandro Tous y María Pastor: dos que se desean en un  mar de infortunios: ASTROV. -¡Dígame…, dígame dónde nos encontraremos mañana! (Le rodea el talle con el brazo.) ¡Es inevitable! ¡Tenemos que vernos! ELENA ANDREEVNA. ¡Tenga piedad! ¡Déjeme! 

 

Autor: Antón Chéjov
Dirección: Juan Pastor

Reparto:
Vania: Luis Flor
Astrov: Alejandro Tous
Elena: María Pastor
Sonia: Gemma Pina
María: Aurora Herrero
Serebriakov: José Maya
Espacio escénico: Juan Pastor
Escenografía: María de Alba
Iluminación: Raúl Alonso
Espacio sonoro: Pedro Ojesto y Marisa Moro
Vestuario: Teresa Valentín-Gamazo
Diseño gráfico: María de Alba
Prensa: Manuel Benito
Producción: Guindalera Teatro SL

TEATRO FERNÁN GÓMEZ. HASTA EL 28 DE ENERO 2024

 

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