“La sed y el brindis”, de Ícaro Carrillo

ESCULPIR RETAZOS DE ESPERANZA

Por Faustino Lobato Delgado.

Ícaro Carrillo, heterónimo de Francisco Sierra (Cieza- Murcia, 1984), da a luz su último libro, La sed y el brindis, editado por Ediciones En Huida, colección Extravaganza-Poesía. Un libro dedicado  a sus hijas Candela y Helena “para que un día lean…lo que supusieron su nacimiento”. Este hecho, el nacer de unas niñas en medio del dolor, es el que provoca está eclosión lírica explanada en el libro. Así es, La sed y el brindis es un libro fresco y directo, vital y esperanzador donde Ícaro Carrillo desnuda su alma de poeta para contarnos su experiencia de ser padre en un contexto complejo.

El libro tiene dos capítulos donde se desarrollan: por un lado, la sed, como el ansia de “ahogar mapas y resucitar caminos”, como imagen que expresa el deseo de preparar el advenimiento de unas hijas; y por otro, el brindis, como metáfora de celebración superando el dolor de un parto complicado.

En el primer capítulo, nuestro poeta arranca con un poema descarnado, que titula “desguace”, donde subraya los temores de “todo lo que no (puede) escribir”. Unos versos con tono existencial, como el de todo el capítulo, donde buscar, oír y esbozar marcan el camino de toda la obra: “busco -dice- un punto entre el bostezo y la asfixia”; “oigo -sigue- el resuello de la primavera”; “esbozo -continúa- la herencia del relámpago” para finalizar con una expresión que remata la hipérbole del poema: “temo todo lo que no puedo escribir”, un temor que debe entenderse como búsqueda y no como impotencia.

En este primer capítulo, de 41 poemas, hay una serie de claves que merecen atención.

La primera, es la que se refiere al hecho mismo de escribir, al terrible oficio de poeta capaz de quebrar la rutina porque “hay un espejo para el fuego en el revés del folio”. Esto es, el poeta “refugia versos en su tintero/ fracasando en el desesperado intento de domesticar huracanes recién nacidos”. Así, con un registro aforístico continuará indicando que lo que se escribe es “de tinta y papel / porque el mordisco de la ceniza / siempre viene después del incendio”. En esta clave el poeta termina diciendo que escribe” sobre las sombras / para conquistar la luz”. Será esta misma luz sobre la que el yo lírico camina “de puntillas”, la misma ante la que se pregunta “¿cuánta luz descansando sobre nuestros hombros / se enturbia como un espejo olvidado?”. Y desde aquí, nuestro autor aspira a no escribir “cuentas pendientes marcadas en la piel”.

La segunda clave, importante, es la que hace referencia a la materia y al espíritu, con las imágenes del asfalto y Dios. Por un momento, estos elementos convergen en la vorágine urbana de las calles. El asfalto que “ahoga los árboles”, el que “degolla, con el humo de los coches, estrellas fugaces sin descanso”; “el sucio asfalto, un Dios en el que creer, muriendo bajo las ruedas”; el asfalto “donde la luz de los coches de policía / echan raíces”. Este asfalto “es un lienzo imperfecto / donde el frío dibuja sombras encogidas”. Por otro lado, nuestro autor expresa la realidad espiritual (Dios) en invierno “como un malabarista ciego / con un puñado de vida en las manos”; un Dios que “vomita noche y silencio / sobre el calendario” y hace que el yo lírico “busque a tientas el interruptor”. En referencia a lo espiritual, son tremendas las expresiones, que siguen en otros versos donde la imagen de lo divino termina por materializarse al decir que “Dios tiene párpados que son muros”. Sí, “la pupila ciega de Dios desconoce estas cosas: puños en alto / faros en mitad del desierto / la huella de la luz perdida”. En la lectura de estos versos hay que resaltar el gran contenido aforístico que subyace en ellos.

La tercera clave es la referida a la corporeidad centradas en las manos y los pies. Dos imágenes que, como otras, se transforman en metáforas que arropan un contenido esencial en el entramado de los versos. Por una parte, las manos del poeta “cabalgan a lomos del fuego / en la cuerda floja” por contra de otras manos frías “de escarcha / cubiertas por guantes de cuero”. Estas manos, a las que se refiere nuestro autor, “amasan tristeza / lloran hasta quedar secas” revelando así un dolor profundo. En otro poema, después de ver “como llueve silencio / sobre un mar de hambre “, dirá: “una mano extraña / dibuja en mi pecho / la huella de un ángel ciego”.

Por otra parte, la alusión a los pies, menos profusa pero no menos importante, señalan la humanidad más elemental y al mismo tiempo que nuestra dignidad de personas. Así, para nuestro autor. los pies son los que “buscan tierra”, los que “conocen el fuego, pero no el resplandor” y los que, paradójicamente, “renuncian al suelo”.

Será en el capítulo segundo, el brindis, donde el libro desemboca en un mar de ternura teniendo a las hijas como el eje vertebrador de los poemas. Es este un capítulo, de veinte poemas, que arranca con el embarazo de Alicia. El poema inicial es la visión de un yo lírico que siente la urgencia, en un periodo de ocho meses, de “inventar un mundo libre; de hacer de la casa familiar “un vivero de luz inexpugnable”; para “esculpir retazos de esperanza”. Lo temporal y los espacios, señalados en algunos rincones de la obra, vuelven en este capítulo de forma más explícita subrayando el otoño de 2019 y la planta cuarta, habitación 420, donde las hijas llegan “entre una estampida de luz”. Los versos sobre las hijas adquieren un halo de universalidad, de emoción, al significar que son ellas las que desgranan puentes “por el que antes golpeaba el dolor”; son las que abren caminos/ para escapar de las espinas turbias del dolor (covid-19). En definitiva, son las que tienen un Dios “responsable del milagro de las flores de asfalto”.

En este segundo apartado, el significado de esperanza es muy fuerte. Sí, “entre los dedos” de Claudia y Helena, “crece la palabra esperanza” siendo ellas las que provocan que las heridas cicatricen. Serán los versos de este hecho la imagen más potente con la que Ícaro Carrillo cierra la obra: “mis heridas -escribe- no renuncian a su vocación de cicatriz / a pesar de que la noche devore luciérnagas / sin piedad ni destellos.”

Badajoz, diciembre de 2023

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