“Keyle la Pelirroja”: triunfo del amor libre, incluso en la miseria y la agonía de la fe

Horacio Otheguy Riveira.

En esta extraordinaria novela, Isaac Bashevis Singer —Premio Nobel 1978— retrata, con la maestría de Dickens o Dostoievski, los bajos fondos de la comunidad judía en Varsovia, poblándolos del rico elenco de singulares personajes con los que crea un vívido fresco de toda sociedad a comienzos del siglo XX, al tiempo que describe los conflictos económicos, morales, religiosos, entre tres personajes que en ningún momento abandonan su apasionada entrega a los deseos sexuales…

Corre el año 1911 cuando Keyle, una prostituta judía, cree descubrir al amor de su vida, Yarme, ex convicto. La joven pareja sueña con escapar de la miseria del gueto de Varsovia, donde viven bajo la constante amenaza del acoso promovido por los rusos, así que cuando Max, un viejo conocido, les ofrece participar en sus lucrativos negocios en Sudamérica, no lo dudan ni un momento. Pero Max también se siente atraído por Yarme, y surge un funesto triángulo amoroso que, de diferentes maneras, atormentará a Keyle tanto en las oscuras calles del gueto como en las avenidas de una gran ciudad estadounidense.

Los impulsos carnales van por delante de los conatos tremendos de culpa y desasosiego, de avances y retrocesos que, sin embargo, permiten una y otra vez volver a cuerpos cuyo deseo expresa fantástica necesidad de cambio y libertad en una sociedad donde se entrecruzan pulsiones represivas. Por un lado la pobreza extrema con el hambre haciendo estragos (tan evidente en las calles), por otro la persecución a los judíos por parte de una clase rusa superior que no tolera disidencias, y por parte de las autoridades del judaísmo una concepción religiosa de la vida por demás castradora. En este ambiente los personajes se inquietan y adoran, para luego abandonar los placeres y más tarde volver a buscarse; se alejan, se culpabilizan y acaban regresando a los fuertes latidos que suenan en el cuerpo amado, ya desprovisto de vestimenta alguna y de culpas innecesarias… Con todo la lucha continúa, nada es fácil, aunque el amor y el placer bregan por triunfar sobre la miseria cotidiana.

 

Keyle la Pelirroja | Editorial Acantilado

 

CAPÍTULO I
1
Su verdadero nombre era Yirmiyahu Eliézer Holtzman. En la plaza de la calle Krochmalna, sin embargo, no había paciencia para los nombres largos. A él lo llamaban Yarme y añadían el apodo «Bódik» [el ‘Espino’]. A su esposa, Keyle Lea Kupermintz, la conocían como «Di Roite» Keyle, es decir, Keyle la Pelirroja, debido a sus flamígeros cabellos. Con el nombre bódik se designaba en Varsovia a los arrancamoños que los muchachos se arrojaban mutuamente al invadir la calle en el día de ayuno de Tisha b’Av. Cuando una de esas bolas de espinos daba en la barba de un varón o la cabellera de una fémina, no era nada fácil desenredarla. Y Yarme el Espino, en particular, disfrutaba ejercitando la puntería sobre sus camaradas, así como sobre las muchachas con las que tenía trato.
A sus treinta y dos años, Yarme ya había «visitado» cuatro veces la terrible cárcel de Pawiak, acusado de robo (era un experto en forzar cerraduras), y asimismo lo habían detenido varias veces por negociar, tal como él lo llamaba, con «mercancía viva». Keyle la Pelirroja, a sus veintinueve años, ya había pasado por tres burdeles: uno en la calle Krochmalna, otro en la calle Smocza y el último en Tomkis. Su primer proxeneta fue nada menos que Itche el Ciego. Yarme conoció a Keyle en la posada de la calle Krochmalna, Pasar con ella un día y una noche le bastó para conducirla ante un rabino de la calle Stavsky y pedirle que los casara. A diferencia de otros rabinos, el de la calle Stavsky no hacía demasiadas preguntas a quienes venían a él con intención ya fuera de unirse bajo palio o de divorciarse. Se limitaba a aceptar los tres rublos de rigor y, acto seguido, estampar su firma en el certificado matrimonial o de separación.
Eso sucedió en 1911, unos seis años después de la revolución obrera. Los huelguistas, en cooperación con los que lanzaban bombas, habían conseguido lo suyo y el zar Nicolás II redactó una Constitución. Sólo que la primera Duma, el Parlamento, fracasó y enseguida fueron elegidas una segunda y una tercera. Los partidos políticos rusos y polacos se enfrentaron entonces para alcanzar el poder. Al igual que en Rusia la banda de los Cien Negros, prozarista y antisemita, incitaba a las masas a perpetrar pogromos, en Polonia los nacionalistas llamaban a boicotear la mercancía de los judíos. Cientos de miles de muchachas y muchachos judíos cruzaron clandestinamente la frontera en dirección a Prusia o a Galitzia para, desde
allí, marcharse a buscar fortuna en América, al otro lado del océano. Por otra parte, desde hacía años, cada semana los políticos y los periódicos en yiddish venían comparando a la península balcánica con un polvorín; no sólo predijeron la guerra de Serbia, Bulgaria y Montenegro contra los turcos, también el enfrentamiento entre Rusia y Alemania. Los sionistas, pese al fallecimiento del doctor Theodor Herzl en 1904, continuaban celebrando cada año su congreso. Los socialistas, por el contrario, en sus proclamas, definían al sionismo como una fantasía vacía de contenido. Según ellos, los trabajadores judíos  deberían luchar por el socialismo en los países donde vivían y dejar de soñar con un país semidesierto y habitado sólo por árabes. El sultán Abdul Hamid (1) nunca les otorgaría un fuero propio. […]

(1) Sultán turco que en 1901 rechazó las insistentes peticiones de Theodor Herzl para que aceptara el reasentamiento del pueblo judío en la tierra de Israel. (Todas las notas son de los traductores).

En este contexto, la ingenua todo-corazón de Keyle, hace del oficio de prostituirse una acción sin consecuencias morales. Es, eso sí, tan emocionalmente sufriente e inestable que se enamora de un bisexual neurótico que se lía con su socio, un delincuente consumado, y en esas que aparece Búnem, un joven de familia muy religiosa, pero que disfrutará con entusiasmo el cuerpo de la bella pelirroja sin dejar de desear a Solche, una anarquista de gran activismo en la resistencia a las embestidas rusas, pero de una virginidad absoluta, que ni siquiera permite besos y caricias.

Un círculo de libertades y angustias característico de este prolífico escritor, hijo y nieto de rabinos, que en casi todas sus obras desarrolla dilemas amorosos en el marco masculino de una religión judía muy exigente con la que resulta imposible convivir…

«[…] Cada noche Búnem se preparaba una cama sobre dos bancos en el despacho rabínico de su padre, pero dormía poco. En cuanto sonaba el timbre del portal, le asaltaba el temor de que vinieran a arrestarlo. De su sueño lo despertaban también tanto las preocupaciones como el deseo sexual. Echaba de menos a Keyle y sus historias acerca de los burdeles, los proxenetas… Recordaba todo detalle cada una de sus palabras de borracha, aquella última noche en el sótano del panadero. Reía un instante y al siguiente lloraba. Tan pronto se jactaba de que se iría con Max a la “otra América” y se convertiría allí en propietaria y matrona de un burdel para millonarios, como amenazaba diciendo que iría al Vístula, abriría un agujero en el hielo y se ahogaría.

La verdad era que añoraba tanto a Solche como a Keyle. En sus fantasías, se acostaba con ambas a la vez, Pero ¿de qué servían esas imaginaciones? Estaba inmerso en un dilema sin salida…».

 

Isaac Bashevis Singer (1904-1991), Óleo sobre lienzo por Clara Klinghoffer en 1965. © Michael J. Laurence.

 

Isaac Bashevis Singer posa para un retrato afuera de la librería hebrea S. Rabinowitz en el Lower East Side de Nueva York en 1968. (David Attie/Getty Images/ vía JTA/SUE).

 

Isaac Bashevis Singer (Radzymin, Polonia, 1904 – Surfside, Estados Unidos, 1991), hijo y nieto de rabinos, vivió en el barrio judío de Varsovia hasta 1935, cuando emigró a Estados Unidos. Su obra, sin embargo, tuvo siempre Polonia como horizonte: el tema recurrente en las novelas y cuentos de Singer es la vida en su país natal en diferentes períodos históricos, con particular atención a la vida cotidiana de las comunidades judías. Galardonado con el National Book Award en 1974 y el Premio Nobel en 1978, es autor de las novelas Satán en Goray (1935), La familia Moskat (1950), El mago de Lublin (1960), El esclavo (1962), En el tribunal de mi padre (1966), La casa de Jampol (1967) y Los herederos (1969),  Enemigos, una historia de amor (1972), Sombras sobre el Hudson (póstuma, 997), entre otras, así como de los libros de relatos Gimpel el tonto (1957) y Un día placentero (1973). En esta editorial han aparecido el relato La destrucción de Kreshev (2007), las novelas El seductor (2022) y Keyle la Pelirroja (2023).

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