Bajo la lluvia de la vida
Ana Isabel Alvea Sánchez.– Florencio Luque Alfonso es Licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y desde hace décadas cultiva la poesía y el aforismo. Es autor de los poemarios El tiempo nombra (2014) y Ai(m)ée (2019) y de las entregas aforísticas El gato y la madeja (2018), Caja de cromos (2021) y Melismínimas. Cien aforismos flamencos (2022). Con su libro Acerico consiguió el Premio internacional Artemisa de Aforismos 2023.
El propio título demuestra el ingenio en su metáfora, Acerico, la almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas, como la mayoría de sus aforismos, unos dardos que alcanzan la diana y nos hace merodear por el centro, precisos y agudos, como alfileres clavados en su acerico. Estructurado en 5 apartados: Visiones, Sueños, Tiempo, Laberintos y Lienzos; en ellos se recogen las preocupaciones fundamentales de todos nosotros, temas universales que le rondan.
Sus aforismos siempre trascienden, nos hacen pensar, y pocos saben fusionar poesía y pensamiento como nuestro autor, la síntesis certera y la elegante ironía. Aforismos dotados de imágenes poéticas, como podemos comprobar en este aforismo: “En la pizarra del cielo, alfabeto de pájaros”. Abre la mirada del lector con una revelación o traza un recorrido que nos invita a sopesar.
Visiones parece centrarse en la identidad y el ser. Están muy presentes los sentidos de la vista y el oído. ¿Qué es aquello que oímos en el silencio? “Cuando el jilguero canta ilumina su sombra”, la música siempre nos alumbra y más vale escucharla, en lugar de atender otros ruidos, como las consignas o himnos: “Los sordos solo oyen consignas”; o bien: “En el sonido de los himnos oigo el silencio de las víctimas”. En cuanto a la vista, predomina una mirada esperanzadora, más luminosa que en libros anteriores, pues incluso en la oscuridad podemos encontrar luz: “Atardece: ¡cuántas estrellas alumbrarán nuestra oscuridad!”. No podía faltar el sentimiento y el sentido de fraternidad, de entrega, que logra salvarnos: “Quien salva a otro salva el mundo”, “Quien se da, renace”. Aparece igualmente el tema de la identidad, quién no se ha sentido un extraño en su propia piel: “Todos nos parecemos a un desconocido”. Su segunda parte, Sueños, nos advierte con tono irónico que no es oro todo lo que reluce, “lo que sueñas te desvela”, porque pueden decepcionar y quedarse en humo; sin embargo, he aquí siempre el matiz paradójico, qué sería de nosotros y de nuestra vida sin abrigar algún sueño: “Donde mueren mis sueños se abre mi sepultura”. Ellos nos otorgan una ilusión para vivir, como el agua, y todos tenemos un poco de Don Quijote, resultan un engaño necesario, viene a decirnos y habitamos esa contradicción, como tantas otras.
En Tiempo destaca lo evanescente de la vida con un timbre más lastimero y melancólico, “Vida, extraño oficio de pérdidas”. Pone de relieve otra paradoja común a todos nosotros, la invención del pasado: “Soy lo que el futuro hace con mi pasado”. Y aflora la añoranza de la infancia, siempre presente, “En la cometa voló tu infancia”. ¿Es el tiempo circular, está el autor más a favor de Parménides o de Heráclito? ¿Siente el eterno retorno, como Borges? Al respecto nos contesta: “Si solo percibes repeticiones, obvias matices”.
Su cuarta parte, Laberintos, nos recuerda al ya mencionado Borges y su percepción de la vida como un laberinto, e igual que este genial escritor argentino lamenta nuestra ceguera en la vida: “He modelado mis días como un ciego su busto”. Un vivir en el que nos persigue la oscuridad y la bruma, anhelando, y buscando, siempre la luz. ¿Y quién vive en sociedad sin usar máscara alguna? Pues pese a ello, “todo disfraz desvela”, para quien sabe ver.
Ultima con Lienzos, material fundamental para todo pintor y Florencio es un buen pintor, soy una admiradora, también, de su obra pictórica. En este apartado reflexiona sobre el arte y la pintura, pensamientos propios de la rama de Estética, referentes a la finalidad y los efectos del Arte, cómo hace revivir o vivir con una mayor plenitud al artista, “Cuando pinto un árbol me crecen pájaros”, así como la fusión del artista con su obra. La pintura, al igual que la literatura, convoca la presencia de lo ausente, y ambos son un intento de entrar en el misterio, de desvelarlo y hacer ver lo invisible. Para todo creador es preciso tener la mirada originaria del niño, mirar con su asombro, como decía Borges en su poema Casi juicio final: “He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre”. También el cuadro debe hacerte sentir, igual que un poema o cualquier otro objeto artístico. El vacío está en la pintura, ahí, junto a la luz y los trazos. Y no podemos olvidar la importancia de la mirada porque “La mirada hace el paisaje”, fundamental en cualquier acto creativo.
En Acerico, mirada y pensamiento van de la mano, junto a la poesía y un sutil tono irónico, para ofrecernos en breves palabras gotas de un saber, fruto del conocimiento y de las vivencias, bajo la lluvia de la vida.
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