‘El amor, el mar’, de Pascal Quignard
RICARDO MARTÍNEZ.
El título ya supone un a modo de descanso estético, y propicia la percepción de un ver-percibir, un sentimiento sensible. Buen prólogo –más o menos explícito- para el inicio de una aventura –todas lo son- de lectura literaria.
Es curioso porque, ya por el interior del texto, nos topamos de nuevo con una ambigüedad que, como casi todas, no son ingenuas, y menos en este caso, me temo. La frase que otorga amplitud a la interpretación dice así: “Le gustaba infinitamente beber infinitamente”
El lector, el lector atento, ha de sentirse, a través del discurso –tan metódico en su vaguedad poética (adviértase, no hay coma, separación, entre mar y amor), tan sugerente más allá de las significaciones sencillas- ha de sentirse apelado hacia el pensamiento abierto, liberado, deseante, anhelante de mayores significados o prolongación.
Tomemos un fragmento alusivo a los conceptos o significaciones que nos han de rondar desde un principio: “¿Qué queda del amor, como es evidente, cuando ya no está? Tantas cosas que es imposible enumerarlas (he aquí el espacio abierto a que antes he querido aludir) Todo un mundo” Y entonces el canto se abre y se prolonga como un sueño vinculante, deseado como pasión y como conocimiento. Convengamos, desde luego, que el texto al que el lector le otorga su voluntad y su comprensión es, al fin, un compendio de sentimiento reflexivo que le propicia un paisaje literario a cambio de una entrega decidida, ofrendada desde su propia actitud personal; así implica la literatura cuando de tal se trata, sin fingimientos.
El discurso-canto se prorroga siempre bajo la advocación de una implícita comprensión, un diálogo permanente donde esa inteligencia observadora y ‘sentiente’ establece pronto el vínculo que propicia a los comportamientos emocionales, afines.
“Lo esencial no termina (adviértase que el mismo orden de las frases otorga aquí la forma de un escenario casi onírico) El amor es mucho más que la depredación tan animal, tan atenta, tan curiosa, tan ávida, tan apasionada, tan embrujadora, de un cuerpo desconocido
Permanece instalado mucho más que la contigüidad tan turbadora, odorífera, extraña, estupefaciente, que nace de la presencia física.
Hasta las plantas añaden al polen el néctar, al néctar el perfume, al perfume el color –para retener lo que les ayuda a resucitarse
Entonces, sublimemente, súbitamente, las plantas, como ebrias de sus propios esplendores, incorporan a los animales, a las mariposas, los pájaros –para añadir a la erección el movimiento, al color el canto, y al canto, la memoria.
Y, finalmente a la memoria la nostalgia, estación tras estación, en la rueda de las estaciones, que no es otra cosa que el deseo del deseo que da la vuelta del tiempo en la luz celeste”
Todo como una larga letanía. “Una enhebrada y sutil sinfonía del mar y el amor”
Como dentro del mar y el amor.
Tal es el sempiterno canto.
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