‘A la intemperie’, de Gustavo Forero
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
El escritor colombiano radicado en España Gustavo Forero, con una amplia obra narrativa a sus espaldas como Desaparición, Amantes y destructores, Una historia del anarquismo y El innombrable, además de los libros de ensayo Capitalismo como crisis y Anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España, La novela de crímenes en América Latina, y La novela de crímenes en Colombia, publica en Distrito 93 una novela ambiciosa en sus planteamientos que puede ser leída como una obra de iniciación y búsqueda del propio autor, porque Gustavo Forero, y sus vivencias personales, son los protagonistas de esta novela autobiográfica en la que un joven que deja atrás la convulsa y violenta Colombia —Hoy por esos días, los placeres de Bogotá convivían, no obstante, con la violencia. En el barrio se bajaron dos muchachos.
Con señales de tortura, sus cuerpos fueron amarrados con alambre de púas a un poste de luz. Decían que los habían matado por marihuaneros.— , para sumergirse en la espectacular Amazonia — En el Amazonas los días pasaban a su propio ritmo, entre sueños y realidad, en medio de una vegetación que lo devoraba todo. Bajo la espesura de la selva, el sol dejaba a veces de existir o nos sumía en un paisaje constante de reflejos que no permitían discernir mayor cosa a su paso.— , formarse en España, en la prestigiosa universidad de Salamanca — Salamanca contaba entonces con más de seiscientos bares para una población de unas ciento ochenta mil almas en busca de diversión. Sin duda, su economía dependía de eso y los amantes de la juerga, turistas y extranjeros de paso como Frederick lo aprovechaban.— ,perseguir el sueño de todo escritor — A la postre, yo tenía la sensibilidad imbuida de literatura y soñaba con vivir una vida poética como la de Artaud, César Vallejo o Julio Cortázar.— en la Ciudad de la Luz, París —El día de nuestra llegada a la ciudad, la estación de Montparnasse estaba llena de gente: árabes, negros de todos los matices, orientales, polacos, rusos y rumanos, americanos, latinos como yo, y muchos, muchos seres humanos más que iban y venían presurosos por la estación.— y recalar en la mítica Tánger a la búsqueda de Paul Bowles — Poco a poco, al fondo, en la penumbra de la inmensa habitación, de un pequeño bulto sobre la cama surgió Paul Bowles, el mito Bowles. Su cabeza canosa sobresalió entre las almohadas y el brillo de sus ojos grises resaltó por encima de la manta oscura adquiriendo una extraña prominencia.— y desde allí atravesar el Sahara, un desierto que puede ser tomado como una metáfora vital de purificación y renacimiento.
Pero A la intemperie es también una reivindicación del viaje como fuente de conocimiento y apertura mental y vital frente al denostado turismo que todo lo corrompe —Turistas. Eso es lo que somos, Ahmed; eso somos para usted, para el mundo, para Dios y para los habitantes de este país, que solo quieren nuestro dinero. ¿Qué no es verdad? Mírenos.— , el rechazo de los paraísos lisérgicos a los que estaban tan unidas las vidas de figuras icónicas de la literatura —Al escuchar las palabras de Selenia, mis sentimientos estaban hechos trizas. En ese momento empecé a detestar los paraísos artificiales de Baudelaire, Rimbaud o Artaud, los excesos de Bourroughs o Miller, los cantos al LSD de Anais Nin o las fiestas ciceronianas de Bowles.—. La novela del escritor colombiano reflexiona sobre la confrontación de civilizaciones y creencias: Sí con el estandarte de la fe cristiana Saint Genevieve detuvo a los impíos y a partir de su conocimiento astronómico Genoveva Alcocer logró socavar las bases del “ancien regime”, yo, Gustavo Forero, podía, si se daba el caso, impedir la colisión de las civilizaciones cristiana e islámica que se venía encima.
El escritor colombiano reflexiona sobre su estigma nacional —El hecho hoy me resultó muy grato, y además, porque hasta entonces el nombre de mi país solo había sido asociado a la cocaína.—, viaja al exotismo en el que buena parte de los escritores autoexpatriados, a los que se suma, cayó rendidamente fascinado en busca de la autenticidad lejos de sus países de origen (Robert Louis Stevenson en Polinesia; Malcom Lowry en México; Paul Bowles en Marruecos; Ernest Hemingway en Cuba y España; Arthur Miller en París, como Julio Cortázar) —Yo quería conocer a Bowles y preguntarle sobre esas y otras tantas cosas. Incluso, si era franco con las circunstancias, quería visitarlo como una más de las atracciones de la ciudad, una que entusiasmaría sin dudarlo a un escritor o estudioso de la literatura de estos tiempos—. El Gustavo Forero narrador y protagonista de su novela se interroga también a sí mismo, sobre su carrera literaria y la idoneidad de ese viaje vital: Has tenido las mismas oportunidades de Ignacio Padilla o Jorge Volpi con tus colegas de Salamanca, pero te has disipado, has perdido el tiempo haciendo viajes como éste o viviendo experiencias que no te conducen a nada. Pero le conducen a mucho.
El autor se deja fascinar por los mismos cantos de sirena que los protagonistas de El cielo protector —Allí se veían muchísimos, incluidos jóvenes prematuramente envejecidos, ancianos de toda condición, desdentados, algunos mal formados, con anomalías, limitaciones o heridas a la vista, junto a seres famélicos que golpeaban el hierro sobre yunques arcaicos para forjar una lámpara o un cuenco, o dejando su piel en el teñido de lienzos y cueros.—, una seducción hacia el primitivismo todavía no contaminado por Occidente, una entelequia a día de hoy, que no es tan diferente a lo que dejó en Colombia, Tercer Mundo al fin y al cabo, aunque separado por un océano: Estos seres de la medina de Marrakech se asemejaban de cabo a rabo a los explotados de la Colombia más profunda, a esos de San Victorino en Bogotá, el barrio de las ventas ambulantes; a los del barrio triste de Medellín…/ Al bajar del vehículo y ver la pobreza del lugar, sin quererlo recuerdo los barrios periféricos de Bogotá, el Simón Bolívar…
A la intemperie rezuma sensualidad en sus páginas —Esa mañana, en Marrakech Eloise estaba más hermosa que nunca con su bikini azul turquesa y un albornoz amarillo. La belleza de sus formas era sobrecogedora y, como era de esperar, me generó un deseo tal que con dificultad pude esconder.—, en sus descripciones físicas —Sus miembros adquirieron una maleabilidad tal que parecían hechos de gelatina, y el brillo de su piel derivado del sudor, un barniz de pura excitación.—, ensalza el erotismo —Selenia invitada al amor y mucho más. Constituía en sí misma una conquista y a la vez una promesa de absoluto cada vez deseable poco a poco más satisfactoria.—, pero también se hace eco de doctrinas religiosas y filosóficas como el sufismo, porque es una novela reflexiva en la que el autor dialoga con el lector y consigo mismo.
A la intemperie, novela inclasificable por su complejidad y multitud de aristas, es una narración de iniciación, formación o aprendizaje, también de aventuras, punteada por reflexiones políticas y filosóficas, autobiográfica y sincera, un viaje que es una especie de Odisea en la que Ulises es el propio Gustavo Forero descubriéndonos su itinerario vital y formativo en tres continentes, América, África y Europa, en donde las sucesivas experiencias lo van moldeando porque el protagonista del libro es esponja que todo lo absorbe.
Una anciana que nos atendió explicó en su francés elemental que siempre debíamos tomar tres tés: el primero, amargo como la vida; el segundo, dulce como el amor; y el tercero, suave como la muerte.