Sonido de libertad, de Alejandro Monteverde
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Tema sórdido y muy actual el que trata el director mexicano. aunque haya rodado todas sus películas en Estados Unidos, Alejandro Monteverde (Tamaulipas, 1977), en su tercer trabajo, film de denuncia este Sonido de libertad rodado en escenarios naturales de Latinoamérica que resulta un thriller bastante convencional y a ratos poco verosímil (la fuga del campamento de la guerrilla en la selva colombiana, una de sus puntos menos creíbles) pese a estar basada en hechos reales. El director de Bella y Little Boy lleva a la pantalla la odisea personal del ex agente del Departamento de Seguridad Nacional Tim Ballard (Jim Caviezel) que dedica buena parte de su vida al rescate de niños latinoamericanos secuestrados por mafias y destinados a la explotación sexual.
Sonido de libertad tiene muy buenas intenciones pero recurre a todos los tópicos en los perfiles de algunos de sus personajes como Vampiro (Bill Camp), el delincuente arrepentido y alcoholizado que decide sumarse a la causa del ex agente benefactor, la pérfida Giselle (la actriz cubana Yessica Barroto), la supuesta modelo y miss Venezuela que capta niños en su falsa agencia de talentos para venderlos a las mafias o la abnegada Katherine Ballard (Mira Sorvino), la esposa del beatífico héroe que se pone en el lugar de las madres que han perdido a sus hijos. La peripecia altruista de este ex agente tiene algún punto interesante e ingenioso como el de montar un complejo hotelero para pedófilos en una isla del Caribe, tras sumar a su causa al multimillonario Paul (Eduardo Verástegui, que también produce la cinta), para así poder rescatar al mayor número de niños explotados además de capturar a los delincuentes sexuales. Pero el éxito de esa operación no le basta porque se ha comprometido a encontrar a la niña hondureña Rocío (Cristal Aparicio) con cuyo secuestro se abre el film.
Le falta fuelle para ser una buena película de acción, y le sobra buenismo al retratar a Tim Ballard para ser creíble este film denuncia de una de las más repugnantes lacras de esta sociedad que se convierte en una hagiografía personal. La parte final de Sonido de libertad transcurre en la selva colombiana en donde el superhéroe tiene que localizar a un jefe guerrillero llamado Alacrán (Gerardo Taracena) en una misión imposible y arriesgada haciéndose pasar por médico. El film, que dura más de dos horas, se ve con relativo interés y ya hacia el final, cuando salen los títulos de crédito y el propio Jim Caviezel hace una apología de la intencionalidad de la película y de su carácter altruista para pedir al espectador que recomiende su visión diciendo que “Es la película que los grandes estudios de Hollywood no quieren que veas”, descubre el espectador que el ultra religioso actor que encarnara a Jesús en La pasión de Cristo no está solo en esta aventura solidaria en la que le acompaña Mel Gibson en tareas de productor de un film que tuvo una génesis accidentada tras ser rechazado por las plataformas Disney, Netflix y Amazon y recalar en la productora cristiana Angel Studios que consiguió levantar el proyecto a través de un crowfunding entre las parroquias asociadas. Y hay más, Donald Trump la apoya de forma directa con lo que el film se está convirtiendo en un buque insignia de la ultraderecha norteamericana y de las tesis de Qanon que asocian las elites políticas de Washington con la pedofilia, y Eduardo Verástegui, productor del film y uno de sus actores, es, además de cantante, un político de extrema derecha mexicano.
Tim Ballard, cuya imagen real y la de su numerosa familia aparecen en los títulos de crédito (lo que me parece una temeridad por su parte) fundó en 2013 Operation Underground Railroard, una ONG radicada en Estados Unidos para combatir el tráfico infantil con fines sexuales que ha rescatado de las garras de las mafias de pederastas a más de siete mil niños y llevado a cabo seis mil detenciones, aunque malas lenguas dicen que infla sus datos. Por otra parte, Ballard está acusado de abusos sexuales por parte de algunas de las mujeres que trabajaron con él en la organización y tuvieron que desempeñar el papel de esposas en las acciones que se llevaron a cabo. El Tim Ballard real, y el de la ficción en esta película polémica, se salta las normas legales y las leyes internacionales para conseguir sus fines. Lo extracinematográfico invade lo estrictamente cinematográfico porque Sonido de libertad tiene un tufillo ultra del que no se desprende en sus 131 minutos de duración que recuerda lo que hizo Roland Joffé, el director de notables películas como Los gritos del silencio o La misión, beatificando a José María Escrivá de Balaguer en Encontrarás dragones, superproducción financiada por el Opus Dei. De hagiografías hablamos.