‘Libelo de sangre’, de Sandra Aza

HÉCTOR PEÑA MANTEROLA.

Una de mis últimas lecturas ha sido Libelo de sangre, de la escritora Sandra Aza, publicada recientemente por Editorial Planeta. Es una de sus apuestas para este otoño en materia de novela histórica.

Y… qué novela. Al primer vistazo, intimida. Unas 800 páginas que nos transportan al decadente Madrid del Siglo de Oro. He utilizado ese adjetivo, decadente, a propósito. No dudéis que la alta alcurnia disfrutaba de unos privilegios que distaban de la decadencia, pero, si sacamos el tablero de Ouija y preguntamos a los menos afortunados, el panorama apunta en otra dirección.

La obra comienza in media res, con una mujer moribunda dando en adopción a su hijo bastardo, un grupo de maleantes que la violentan, y un huerfanito que, además de entregar a su propio hermano también a las sores, promete venganza. Si lo sumamos al título, que hace referencia a las calumnias antisemitas por las que se acusa a los judíos de cometer asesinatos con el fin de obtener sangre para la realización de rituales, pinta potente.

A partir de aquí, la autora retrocede hasta el punto de partida: el huerfanito se llama Alonso Castro, y esta es su historia. Hijo de un escribano judío (dato que no consta en los registros), verá como el buen hacer de su padre y la traición de los poderosos le roban todo. Las garras de la Inquisición se cernirán crispadas sobre los pescuezos de sus familiares, y a él le tocará decir, «piernas, para qué os quiero». Aunque los personajes puedan parecer arquetípicos de los dramas históricos españoles, Sandra los perfila valiéndose de la herramienta fundamental de cualquier escritora: el lenguaje. Qué tonto, me diréis. No lo negaré. Pero en este caso me refiero al uso propio de las antiguas maneras y los vocablos ignorados por el común que fuerzan al lector a sentirse en el pasado en todo momento. La forma de hablar, precisa. La narración, también.

Permitidme aquí una nota al margen que, los que seáis lectores de críticas, ya conoceréis: Sandra, cuando describe, no deja mantel sin ribete. Las descripciones de la novela son extensas, muy ricas en vocabulario, tanto las visuales como las que hace sobre las calles y la propia documentación histórica. Como historiador me parece un trabajo encomiable. No creo que saque de la lectura y ayuda a una de las labores fundamentales de los libros: cruzar la contracubierta habiendo aprendido algo nuevo.

A la vez que presentarnos el Madrid de entonces y a sus gentes, Sandra relata cada etapa de la calumnia y del proceso inquisitorial, lo cual me parece interesantísimo. Así, resaltado. Creo que la fascinación oscura que desprende el Santo Oficio sigue siendo un recurrente entre los amantes de la Historia, ya sea a nivel ensayístico como de ficción histórica.

¿Para cuándo la segunda parte que continúe las aventuras de Alonso?

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