Golpe a Wall Street, de Craig Gillespie
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Habiendo visto El lobo de Wall Street, esa comedia desternillante de Martin Scorsese, uno se muestra algo escéptico ante esta pequeña producción norteamericana del director australiano Craig Gillispie (Sidney, 1967) —I, Tonya, sobre una famosa patinadora de hielo norteamericana; Cruella, la adaptación en imagen real de 101 dálmatas; y La hora decisiva, entre otras— y se lleva una agradable sorpresa. La película, una comedia financiera poco acre, es la historia de una lucha entre una multitud de pequeños David contra el monstruo Goliat de las grandes corporaciones que actúan en Wall Street, aunque no llega a la mala baba del film del director de Taxi Driver, y también está inspirada en un caso real, lo que puede ser tomado como una lección de moral financiera si es que el mercado y la bolsa tienen corazón y moral, que lo dudo.
En tiempos de la pandemia, Keith Gill (Paul Dano) un influencer algo estrafalario que tiene un canal de consejos financieros en YouTube con multitud de adeptos entre los pequeños inversores, apuesta por una popular y pequeña tienda de videojuegos y electrónica llamada GameStop, y sus seguidores, que se cuentan por millares, hacen lo mismo, lo que desencadena una tormenta bursátil y coloca las acciones de ese pequeño comercio por las nubes en muy poco tiempo para estupor de los expertos. Los monstruos de Wall Street reaccionan ante ese movimiento revolucionario del dinero tonto (los pequeños inversores que invierten en Bolsa para perder sus ahorros, es decir, para que los grandes se coman el pastel y sus ahorros) que, sin infringir las reglas del juego, los humillan en su apuesta.
Para alguien no muy entendido en los entresijos financieros y en ese casino global que es la Bolsa, la película podría ser un tostón, pero la habilidad de los guionistas Lauren Schuker Blum y Rebecca Angelo, un montaje inteligente y ágil que imprime ritmo y un simpático elenco de actores, la mayor parte de ellos desconocidos salvo el protagonista y Vincent d’Onofrio, que interpretan a esos pequeños inversores (enfermeras, repartidores, ancianos pensionistas, empleados de supermercado) consiguen que esta película modesta, un David en sí misma, destaque por encima de la media, se vea con agrado y hasta se comprenda el mecanismo de los que se enriquecen en un segundo y se arruinan en el siguiente. Excepcionalmente miles de inversores norteamericanos consiguieron doblar el poderoso brazo de Wall Street, excepcionalmente, durante unos meses, porque luego las aguas volvieron a su curso.