Creatura, de Elena Martín Gimeno
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Pocas películas hay que hayan sabido plasmar en imágenes, y también en silencios, la sexualidad femenina huyendo de los tabúes y dándole una patada en la entrepierna a lo políticamente correcto como Creature, premiada como mejor película en la Quincena de cineastas de Cannes. La actriz catalana, y aquí también directora, Elena Martín Gimeno (Barcelona, 1992), regala los sentidos de los espectadores con este film bello, honesto y muy físico que admite diversas lecturas tras unas escenas rodadas con un naturalismo sorprendente. La película bien podría haberse titulado las tres edades de Mila, porque es una radiografía completa del personaje a través de su sexualidad en tres períodos fundamentales de su vida: la niñez, la adolescencia y la madurez moduladas por una atracción edípica hacia su padre.
La niña Mila (Mila Borrás) que se mete, para jugar, en la cama de sus padres e interrumpe una relación sexual entre ellos y se empeña en ver el sexo de su joven padre (interpretado por Marc Cartanyá); Mila púber que descubre su sexualidad en cuerpo propio en la soledad de un dormitorio masturbándose; Mila adolescente (Claudia Dalmau, ante cuya interpretación hay que quitarse el sombrero) que experimenta la sensualidad de los bailes discotequeros, el cosquilleo de los primeros besos y caricias con los chicos, juega a exhibir su sexo en Internet (situándolo ante la pantalla de su ordenador para chatear con un chico) y sueña fantasías eróticas turbadoras que no lleva a cabo (esa posesión múltiple onírica y algo lynchiana); Mila madura (Elena Martín Gimeno) que se traslada con su marido Marcel (Oriol Pla), un profesor con el que mantiene una relación con altibajos emocionales y bloqueos sexuales que desea eliminar mediante imaginación y juegos de rol que no acaban de funcionar. Y todo ello marcado por la difícil relación de la protagonista con su madre por su enganche emocional con su padre Gerard (Àlex Brendemühl) desde que era niña, componen su retrato sexual repleto de fantasías, represiones, deseos ocultos e insatisfacciones.
El mar, presente en esas tres etapas de la vida de Mila, con el que se funde nadando desnuda la protagonista en las últimas secuencias, un contacto íntimo de la piel abrasada por la urticaria que padece desde la infancia (una somatización de su sexualidad ya que parte siempre de su vagina y se extiende por sus piernas), es para ella una especie de líquido amniótico que la protege en los sucesivos estadios. Ese mar Mediterráneo, los pueblos de la costa, los ambientes playeros, el sexo desinhibido entre jóvenes, el escenario en el que se desenvuelve esta película fresca rodada sin los tapujos de la liga de la decencia (como dice el escritor y cineasta mexicano Guillermo Arriaga) que invade nuestra sociedad.
Elena Martín Gimeno rueda su segunda película tras Júlia ist con una naturalidad pasmosa, incluidas las numerosas y veraces escenas de sexo, los bailes en la discoteca o las conversaciones familiares, y utiliza los efectos de sonido como contrapuntos dramáticos e inquietantes a su historia (en los momentos en que la imagen se ralentiza). Por momentos me ha recordado a la excelente Aftersun de Charlotte Wells por lo edípica de la trama de esta película bella, cruda, inquietante y valiente que es una master class desinhibida y muy física sobre el deseo y la sexualidad femenina.