La intimidad erosionada
José Luis Trullo.– Acierta Charo Crego al afirmar en el epílogo de Dentro que, hoy en día, “los dispositivos modernos de captar imágenes y las redes sociales han erosionado totalmente el concepto de lo íntimo abriéndolo a la escena del espectáculo” (pág. 320), hasta el punto de que la nueva divisa sería: si no lo difundo a los cuatro vientos, es que no lo he vivido. Cierto es que pueden rastrearse antecedentes en la fotografía familiar y los visionados domésticos de imágenes de viajes y eventos señalados, pero no a la escala actual, en que la proyección de la propia vida se realiza de manera planetaria e indiscriminada: uno se expone todos los días a la vista de cualquiera, en un panóptico invertido que hace redundante la amenaza de un poder que todo lo ve, porque ahora somos nosotros quienes nos exhibimos, y a cambio de unos misérrimos likes…
Ante este panorama, la publicación de un libro consagrado a la intimidad en el arte no puede por menos que resultar pertinente, por no decir urgente, con el atractivo añadido de averiguar cómo se puede abordar un tema que, por su propia naturaleza, se hurta al escrutinio ajeno. Lo personal, lo privado, lo doméstico, son esferas que solo raramente habían merecido la atención de la historia del arte, hasta que la pintura holandesa del siglo XVII la pusiera en su punto de mira. De todos modos, no es exacto, como se afirma en el libro, que fuesen los artistas de los Países Bajos los pioneros en este aspecto: los iluminadores de manuscritos de finales de la Edad Media y del Renacimiento ya habían incorporado a su quehacer entrañables miniaturas en las cuales, por ejemplo, aparecía la Sagrada Familia en un portal que reproducía, a escala, un interior doméstico, con la Virgen María junto al Niño tumbado en una suntuosa cama y San José avivando el fuego o calentando agua.
Incluso en algunos casos, la domesticidad de la escena alcanza cotas inauditas, como la que contemplamos en un manuscrito iluminado del s. XVI , con María y José atendiendo al alimón al Niño Jesús:
Sí es correcto el destacar la importancia de De Witte, De Hooch o Vermeer en la “dignificación” de la domesticidad como materia para el arte. El capítulo consagrado a esta temática es, con diferencia, el más atractivo del libro, pues incorpora datos interesantes acerca de la realidad social de la época que ayudan a contextualizar la exposición acerca de unos años en que la burguesía empezaba a imponer valores que, con el tiempo, acabarían siendo dominantes.
A continuación, y efectuando un gran salto temporal y geográfico (del XVII a finales del XIX) la autora presta su atención a la obra pictórica del danés Vilhelm Hammershoi, quien se especializó en plasmar los interiores domésticos con una contumacia obsesiva. En estas pinturas se demora Crego aplicando una mirada iconológica sumamente atenta, analizando con tino los componentes de las mismas y guiando al lector, de manera eficaz, por el contenido que a un ojo apresurado pasaría desapercibido. En ciertos momentos, uno tiene la impresión de asistir a un “pase de diapositivas” comentadas por una auténtica erudita en dicho campo, y la experiencia resulta grata y amena. También es atractiva la hermenéutica de los grabados de Felix Valloton que efectúa la autora con su ojo clínico y educado, con el cual logra sacar a la luz las tensiones que se plasman en escenas aparentemente anodinas, pero preñadas de ambigüedades y amenazas latentes. Ya solo por esta pausada y escrupulosa atención a las imágenes (tan distinta a la rápida y banal del consumidor de pienso electrónico en nuestros días), el libro se ubica en una nivel de excelencia que enseguida evoca a los grandes títulos de Alianza Forma o Gustavo Gili.
No ocurre así en el apartado siguiente, dedicado a los cuadros sobre mujeres en la bañera pintados por Degas y Bonnard, cuya lectura se me hizo tediosa y poco estimulante, habida cuenta de que no consigo apreciar en dichas figuras mucho más que sus aspectos estilísticos: hay escasísima “intimidad” en las personas que se enfrascan en su aseo cotidiano, por mucho que se lleve a cabo al abrigo de la vista ajena. Y es aquí cuando caigo en la cuenta de que Crego emplea un concepto de intimidad que no acabo de compartir: se diría (sobre todo, a la luz de las bellísimas palabras de la introducción, “La casa sí es el hombre”) que le basta y le sobra con la idea de aislamiento físico para conceder, sin preámbulos, dicha entidad a una experiencia, cuando no tiene por qué ser así. En mi opinión, la intimidad es antes una dimensión espiritual que meramente física: implica introspección, desapego respecto al entorno, inmersión en las profundidades psíquicas, evocación… aspectos que no percibo, en modo alguno, en los lienzos de Degas, por ejemplo. No basta con estar solo para abrirse a la propia intimidad: hay que abismarse en ella, accediendo a ese “hombre interior” de las epístolas paulinas que tan olvidado parece en nuestra sociedad. De hecho, en el arte existen sobrados ejemplos de estampas “íntimas” que se ubican a la vista de todos: pienso en algunas obras de Toulouse-Lautrec, en las cuales la figura de una mujer sentada sola en un cabaret atestado de gente transmite mayor impresión de “intimidad” que las contorsionistas figuras de Degas. En este sentido, me habría encantado que la autora hubiese incluido en su itinerario iconográfico sobre la intimidad un apartado dedicado al subtema de “mujeres leyendo”, donde la intimidad brota por todos los lados: hay pocos argumentos pictóricos más recurrentes que este, cuando pensamos en la soledad, el ensimismamiento y la meditación de una persona aislada, en diálogo con otra que no comparece, pero se deja sentir.
El capítulo dedicado a Hopper permite al libro remontar el vuelo y, aunque no aporta informaciones novedosas, sí articula las que utiliza de manera inteligente y didáctica. El tramo final, para mi gusto, se desenvuelve de manera apresurada y un tanto desmañada, sin esa hondura que nos había seducido a lo largo de las anteriores páginas; rápidas reflexiones al hilo del arte del último siglo parecen encajadas a vuelapluma para ilustrar con ejemplos una tesis que se solventa en pocas líneas al final del libro, y que hemos mencionado al principio de esta reseña. Ello transmite al lector cierto desasosiego, como si un arranque que prometía una investigación de amplio calado se hubiese resuelto a trompicones sin acabar de pergeñar un discurso más sólido por cuanto mejor argumentado.
Visto lo visto, Dentro se presenta menos como un ensayo sobre “la intimidad en el arte” (lo cual no es en modo alguno, pues carece de afán panorámico) que como una colección de ensayos, unos más interesantes que otros, en torno a la representación del espacio doméstico en unas épocas y autores muy concretos, todo ello ilustrado profusamente y presentado en una edición primorosa, con una encuadernación cosida y unas calidades más que notables… En fin, un balance agridulce que deja cierto regusto a expectativa frustrada, pues no cabe duda de que Crego es una autora sensible, inteligente y capacitadísima para darnos, en algún momento, un libro como el que podría haber sido Dentro.
Charo Crego, Dentro. La intimidad en el arte. Madrid, Abada Editores, 2023.
me parece interesante conocer otras opiniones sobre la intimidad sobre todo cuando se trata de que si nadie lo ve es porque no lo e vivido cuando en realidad deberia ser algo que no deberia mostrarse mas alla de las personas involucradas
Gracias por su comentario, pero se trata de la intimidad en el arte, no la de las personas reales. Un saludo.