CREEP: terror de nuevo cuño desde los teclados; somos observados hasta dejarlos entrar…
Horacio Otheguy Riveira.
CREEP, del alemán Philipp Winkler, se lee como una novela de terror bajo influencia de Stephen King, quien por otra parte lleva mucho tiempo creando herederos: el terror en la vida cotidiana, entre las acciones inofensivas de todos los días, y más aún, entre los objetos más apreciados desde que nos levantamos hasta que volvemos a acostarnos, hasta que poco a poco nos descubrimos entre gente peligrosa y fatigosas soledades que engendran jóvenes temibles.
CREEP viene de Creeper: personas que (digitalmente) irrumpen en las casas de otras personas. Funciona a través de vigilancias informáticas cuya peligrosidad trasciende al atravesar puertas y ventanas concretas, campos más reales, cara a cara con el crimen desprovisto de teclados.
Narrativamente recorremos tiempos de Fanni en Alemania y el joven Junya en Japón. La primera trabaja en el departamento de desarrollo de BELL, una empresa que ofrece cámaras de vigilancia para uso doméstico, por ejemplo, para proteger el hogar de ladrones. Y Junya es un chico de Tokio que realmente no ha salido de su habitación desde que murió su padre y solo vive en un mundo digital. Ambos, Fanni y Junya, en realidad solo participan en la vida en Internet o Darknet. Penden como ramas de un enorme árbol, son almas de CREEP: “Las personas que irrumpen en las casas o apartamentos de otras personas mientras los residentes están en casa y se mueven a través de las cuatro paredes de otras personas se llaman enredaderas. La segunda referencia a la confluencia de ser un Creeper: el que se comporta de manera sospechosa y la otra persona persigue sin cesar”. Vigilante y vigilado en extraña pareja que se va convirtiendo en tortuosa.
Pero mientras que Fanni en Alemania solo mira a través de la cámara de vigilancia los apartamentos de extraños y vive la vida de los demás, a veces aburrida, a veces melancólica, Junya en Japón aborda una amplia gama de seres humanos en términos reales hasta convertirse en un tipo sanguinario, a fuer de sobrevivir en un mundo hostil. Vida cotidiana de seres asociales, espionaje pagado por clientes temerosos de ser acosados o robados, y la soledad campeando a sus anchas por arterias robóticas que destruyen seres humanos. Contrastes que el autor elabora con parsimonia, evitando golpes bajos, deslizándose con extraña sensualidad por territorios inhóspitos por los que se cuela una distopía demasiado cercana a la realidad actual.
… El índice puesto en el ratón. La tecla del ratón y los nudillos hacen clic. En los auriculares, depositados encima de la torre del PC, resuenan martillazos. Junya desplaza el ratón por la alfombrilla, en cuyo centro el material similar al neopreno se ha vuelto ya fino y quebradizo. El cable del ratón susurra por entre los clínex arrugados y el papel de impresora, topa con vasos de ramen instantáneo cubiertos de moho y botellas de Ramune vacías y caídas. Con otro clic del ratón, Junya corta el final del vídeo. Acto seguido, pone en marcha el proceso de rendering y exportación.
Mientras espera, abre al azar un tankōbon amarillento de Hokuto no Ken. El protagonista, Kenshiro, se enfrenta una vez más a una banda de gánsteres postapocalípticos que, no obstante, no representan ningún obstáculo para él y sus puñetazos hiperrápidos. Impresionados por aquella exhibición de violencia bruta y sin esfuerzo, el resto de los gánsteres empiezan a sudar a conciencia y se retiran con las palabras: «¡Es un monstruo!».
La exportación ha terminado. Junya devuelve el libro al montón de mangas, que brotan como setas en la repleta estantería de aluminio junto a su escritorio. Las ruedecitas de la estantería gimen más cada año bajo el peso de los gastados ejemplares, gruesos como guías telefónicas, de Shūkan Yangu Sandē, Bessatsu Māgaretto y Gekkan Afutanūn, así como la colección de Junya de libros sobre yōkai y ediciones de tankōbon de Hokuto no Ken, Yokohama Kaidashi Kikō, Nozokiya y otras series de manga terminadas en su mayoría hace ya una eternidad.
A pesar de los esfuerzos de Junya por abrir la puerta tan solo para lo absolutamente imprescindible, el tiempo ha lanzado su aliento destructor sobre sus pertenencias. Ha secado la pasta termoconductora de su ordenador, sembrado el moho en su cubo de la basura y en las bolsas de Katto Yocchan Ika caídas a su alrededor, descompuesto el asiento de su sillón bajo sus huesos y dejado manchas húmedas y oscuras en los rincones de su habitación, como si el demonio Tenjōname se hubiera instalado en el cuarto de Junya. Desde hace poco, el tiempo se complace en hacer brotar verrugas de cabeza clara en el cuerpo de Junya, que él, contorsionándose, trata de fotografiar y diagnosticar con el buscador de imágenes.
Abre el foro del browser inicial, se registra y sube el vídeo al Creator’s Corner.
Un coche toca el claxon en la calle. Enseguida, un chirrido de neumáticos y un choque metálico. La curiosidad de Junya se impone. Apenas pasa la vista por su captura, ignora los errores de inglés y pone un post con su última obra. …»
Mientras Junya se viste, no pierde de vista la puerta de la habitación, y con ella el mundo hostil que empieza detrás.
«Fanni.
… —Oh, los Bredthauier, quizá los recuerdes, se han instalado un timbre con cámara. La señora Bredthauer me lo enseñó hace poco. Es increíble todo lo que se puede hacer hoy día. Le he contado que tú has trabajado en su diseño.
—Madre.
—¿Sí?
—Eso no es cierto. Sin duda oficialmente estoy en Research & Development, pero todo lo que hago es registrar grabaciones para apoyar el proceso de aprendizaje del algoritmo de BELL.
—Ah, Fanni —hace un gesto desdeñoso—, eso no lo entiende ninguna persona normal. Bueno, en cualquier caso la señora Bredthauer ha preguntado porqué entonces aún no tenemos un timbre así nosotros. Estoy intentando convencer a tu padre, pero ya sabes lo que opina de esas tecnologías modernas. El campesino no come —la expresión levemente asqueada de su rostro, porque le disgusta emplear un refrán tan ordinario— de lo que no conoce. Pero la empresa de seguridad que se ocupa ahora de nuestro barrio recomienda expresamente en su folleto esos productos BELL.
—¿Empresa de seguridad?
—Sí. La comunidad de propietarios ha firmado el contrato hace dos meses. Desde que la empresa, no me acuerdo el nombre, patrulla por aquí varias veces al día no ha sucedido nada.
—¿Es que antes había pasado algo?
—Ah, Fanni. No se trata de eso. Se oyen y se leen cosas por todas partes. Militantes y extremistas que merodean por las calles y prenden fuego a coches. Bandas de delincuentes que atacan a la gente en su cama durante las noches. Todas esas historias de clanes familiares. Tráfico de drogas y de personas. Lavado de dinero. Tiroteos y peleas a navajazos. Asaltos.
De pronto, Fanni tiene la sensación de que su corteza cerebral tuviera su propia nuca y algo le picara en esa nunca imaginaria, intenta prestarle atención. Pero es demasiado inaprehensible, demasiado borroso. Se lo quita de encima…».
Fanni se imagina lo bonito que sería oír sirenas. Al profundo alarido se añadiría la voz chisporroteante de un megáfono invitando a la ciudadanía a quedarse en casa porque de pronto se ha liberado un virus que convierte en zombis a todos los que se expongan a él…
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Extracto de entrevista publicada en Objective el 30 de junio de 2023
P.- Los personajes de tu novela resultan bastante perturbadores, al tiempo que posibles en la era digital. ¿Crees que son representativos del mundo que vivimos?
R.- Diría que son personajes reales. En mi anterior novela quise presentar como en un contexto violento se desarrollaban emociones humanas. En esta, la idea era llevar las cosas a cierto extremo, sacando a los personajes de la realidad y haciéndolos entrar en otra realidad particular y oscura. En el caso del personaje femenino, también quise generar la sensación de que se trataba de un ser camaleónico, cosa que también tiene el personaje japonés. Este es un aspecto, a mi entender, muy significativo de la era digital.
R.- Hay muchas razones para esa aceptación. La primera, yo diría, la seguridad. No sólo queremos sentirnos seguros sino también poder decir que lo estamos. Por ejemplo, desde los gobiernos, para los que aceptamos gastos increíbles en las fuerzas de seguridad, como la policía. El problema es que tú puedes llenar tu casa de cámaras, comprar un montón de mierdas y hasta tener una armería, pero la sensación de inseguridad seguirá ahí. Es un discurso. Y otra razón sería… La he olvidado.
R.- Ese es el eterno debate. Pero, ¿qué es la libertad? ¿Hacer lo que te da la gana? Pongamos un tipo que le apetece ir dando bandazos con el coche por mitad de la acera y acaba atropellándote. ¿Esa es la libertad de la que hablamos? Imagino que la libertad que desea la mayoría es la de sentirse seguros.
P.- ¿La libertad de sentirse cómodos, tal vez?
R.-Sí, exacto. Cómodos. Eso es. La comodidad es lo que más desea la gente.
P.- Tus personajes son particulares. Bucean en foros oscuros, se enclaustran en sus mundos particulares de los que no salen. Son antisociales y viven en la Web más que en el mundo real. ¿Cómo te documentaste a la hora de crearlos?
R.- ¿A qué te refieres con documentarlos?
P.-¿Hiciste entrevistas a personas con esa clase de vidas? ¿Leíste ensayos? ¿Dónde te inspiraste?
R.- La mayor parte viene de mi propia ficción, o de mi propia experiencia en foros y blogs. Crecí con los videojuegos, así que esa parte viene de mí también. Pero sí, admito que usé mucho Reddit para investigar sobre determinadas cosas, la mayoría de índole técnica. Es un espacio muy rico de información. De hecho, es verdad que ahí hice bastantes preguntas de cara a ciertos fetiches que luego se han volcado en el libro. Cosas que, o te las cuentan, o resultan difíciles de imaginar. Muchos fans del true crime, de los videos de asesinatos, esas cosas.