La “cultura” contra el pluralismo. Un manifiesto personal

Con puntualidad suiza y un espíritu militante digno de mejores causas, un grupo de personas autocalificadas con el pomposo calificativo de “mundo de la cultura” (?) han vuelto a comparecer públicamente para -erigiéndose en representantes no electos de los millones de creadores y artistas que viven y trabajan en España- pronunciarse ante la celebración de nuevos comicios.

Como era de esperar, lo que se presenta como una defensa neutra e imparcial de altos valores universales no es otra cosa que un amasijo de consignas vacías, dogmas ramplones, falsedades palmarias y prejuicios sectarios que sonroja ver en boca de quienes presumen de intelectuales, cultos y eruditos. Y todo ello, única y exclusivamente para tratar de pescar alguna papeleta despistada en favor de su partido favorito. ¡Válgame Marx! Quién os ha visto y quién os ve, cráneos privilegiados: de azote de los poderosos a sumisos lacayos.

Aunque estos posicionamientos sonrojantes ya hace tiempo que no pasan de un mero posado para la galería (hay que llevarse bien con el cargo público en funciones, por si pudiera repetir y continuar deparándonos su favor institucional), sí que se hace necesario poner pie en pared ante la apropiación indebida, por parte de unos cuantos, de un concepto tan elevado y respetable como el de “mundo de la cultura”. Así como ha ocurrido con el feminismo, el movimiento LGTB, el ecologismo y otros ismos, todas ellas luchas legítimas en defensa de valores justos, su secuestro por parte de una minoría avispada en beneficio de sus intereses particulares puede ocasionarle un daño irreparable: basta con que un tuerto se jacte de la agudeza de su visión para que todos nos volvamos un poco más ciegos.

Las proclamas dadas a conocer se resumen en una sola idea: “o nosotros, o el caos”. En un ejercicio de intolerancia que recuerda, este sí, a otras épocas remotas, estos portavoces de una ideología que cuenta en su haber con un amplio historial de atropellos a las libertades públicas y los derechos civiles, impugnan la base misma de una democracia avanzada: la de que, en una sociedad libre y plural, todas las opciones pueden aspirar a acceder al poder y a ejercerlo, siempre que se respeten escrupulosamente las normas vigentes y, en caso de querer cambiarlas, se ajusten a los cauces establecidos. Ahora mismo, en España no existe ninguna (repito, ninguna) perspectiva de que esto vaya a cambiar: nuestro marco institucional es lo suficientemente sólido como para neutralizar cualquier amenaza en ese sentido, como se hizo manifiesto durante el conato secesionista catalán.

La mera afirmación de que únicamente uno mismo (y sus amigos) está habilitado, primero, para hablar en nombre de quien no le ha elegido como portavoz; segundo, para alzarse por encima de sus conciudadanos para regañarles por amagar con no votar correctamente; y tercero, y más grave, para arrogarse el papel de centinela de la democracia, expulsando a los arrabales del totalitarismo a quienes no suscriban sus postulados, constituye una seria agresión al sentido común e incluso a la mera convivencia. Nunca esos adalides de la cultura y la libertad han concurrido a unas elecciones para recabar el aval de esa ciudadanía a la que dicen defender, y cuando alguno lo ha hecho (caso de Luis García Montero), ha salido severamente trasquilado. ¿Qué espíritu democrático es ese que no resiste una prueba tan sencilla como la de pedir y recibir el apoyo franco y explícito de la gente de a pie, en nombre de la cual se supone que intercedes? Hay que ser muy elitista -y muy cínico- para regañar al pueblo reputándose como su máximo paladín.

Ante tanta desmesura y demagogia, no me ha quedado más remedio que dar un paso al frente y -hablando exclusivamente en mi propio nombre y sin otra pretensión que la de automarginarme de ese “mundo de la cultura” que, definitivamente, NO me representa- afirmar, alto y claro: ¡voten libremente, sin miedo ni cediendo a chantajes de ninguna clase! La base  de una sociedad madura, tolerante y plural es la de que podamos defender y apoyar aquellas propuestas que estimemos más adecuadas, respetando el derecho de los demás a hacer lo mismo. Si, por el contrario, optamos por proscribir la mera posibilidad de poder elegir entre planteamientos distintos, simple y llanamente nos adentramos en un túnel del tiempo tenebroso -este sí- para retornar a un modelo totalitario de partido único, afortunadamente ya caducado en Occidente (aunque vigente en algunas repúblicas populares orientales).

Pilar Andrada,
presidenta de La cultura No soy Yo

 

 

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