“UNA CITA CASI PERFECTA” – ALEX LEHMAN (2022)

Por Pol Antúnez Nart.

Hay preguntas que no tienen respuesta, porque no beben de un razonamiento explícito, científico, basado en algo palpable y demostrable. La realidad, lo que vemos o lo que podemos llegar a percibir, no siempre tiene una lógica ni una explicación posible, más allá la particularidad y la percepción de cada uno. Por eso los gustos son propios y la sensibilidad con la que nos desarrollamos es algo sumamente personal, aunque todos partamos de la misma base, o al menos desde puntos similares. Esta magia, que lleva implícito el cine en sí mismo como expresión artística que es, supone un reflejo sin paliativos de que no hay nada más subjetivo que los gustos y esta introducción viene a propósito de una película que con total seguridad podéis amar u odiar sin ningún tipo de punto intermedio.

‘Una Cita Casi Perfecta’, no deja a nadie indiferente, como tampoco lo ha hecho Alex Lehman en ninguna de sus otras producciones, creando siempre historias tremendamente difíciles de expresar con palabras, cómo ‘Paddleton’ o ‘Asperger’s are Us’, situándonos a medio camino entre el misterio y la tragicomedia sin terminar de explorar por completo ninguna de las dos vías. No obstante, esta película que trataremos va un poco más allá de todo eso, presentando una estructura narrativa muy poco agradable, con un abuso del bucle temporal y del flashback al más puro estilo del ‘Día de la Marmota’ o de directores cuyos productos resultan terriblemente incómodos de seguir, cómo Florian Zeller. Este hecho, como es obvio, puede ser un input muy negativo para una parte importante de los espectadores, pero resulta absolutamente necesario para poder desarrollar la trama.

Desde el punto de vista de la fotografía, en cambio, sí que nos topamos con un material que puede resultar mucho más agradable para todo el mundo, donde se agradecen algunos planos de la siempre bella e imponente ciudad de Nueva York por la noche que son una auténtica gozada para la vista, y qué combinados con la calidez de la iluminación, contribuyen a rebajar la densidad narrativa mencionada anteriormente. A su vez, esto nos permite concentrarnos en el pasado de los personajes, fundamental para comprender lo que sucede en todo momento, y tener así la oportunidad de acompañarlos en los viajes a su infancia, observando sus cicatrices emocionales y sus recuerdos más profundos. Todos estos recursos terminan creando una transición perfecta, partiendo de lo que parece en un principio la película (una comedia romántica) hacia lo que en realidad es, un alegato sobre la superación de los traumas y la importancia en el cuidado de la salud mental.

La historia, en este sentido, comienza de manera muy repentina con el personaje de Sheila, interpretado por la actriz Kaley Cuoco, entrando en un bar a media noche, dónde conoce a Gary (Pete Davidson), un chico solitario y algo retraído con el que va a establecer un vínculo muy particular. A raíz de esa cita, Sheila terminará descubriendo un misterioso centro de estética que supondrá un antes y un después en su vida. Ahí descubrirá la posibilidad de viajar en el tiempo, y se iniciará en un compendio infinito de repeticiones temporales, a través se irán desarrollando los acontecimientos. Todo esto terminará justificando un desenlace algo previsible en el que nuestra protagonista logrará encontrar un final distinto a su historia, superando los obstáculos ocultos que irán apareciendo de manera subyacente y que nos mostrarán a la verdadera Sheila, descubriendo desde la raíz las razones de su frágil estado psicológico.

Pese a lo difícil que es asumir la primera media hora de la película y algunos elementos surrealistas que exceden un poco de lo humana y cotidiana que pueda llegar a ser la historia, según vamos avanzando, todo empieza a ganar enteros. La oscuridad que rodea al personaje de Sheila empieza a generar una gran adicción por su pasado y la mano de Gary mientras la acompaña en este recorrido es totalmente inestimable. La combinación entre la melancolía, el hartazgo y el sufrimiento, se hace cada vez más visible, la emoción no para de crecer, y es en este punto donde empezamos a ver cosas diferentes. Empezamos a visualizar la historia de una persona vulnerable, aferrada a los pocos momentos buenos que puede recordar, y que poco a poco se van desvaneciendo, mientras se ve cada vez más atrapada y encerrada en un lugar del que no conoce salida. Es en este punto, en dónde el mensaje de la película se hace imprescindible, explicitando el valor de seguir avanzando, pese a no ver una salida, porque quizás, y solo quizás, es en este proceso de lucha, en donde se puede encontrar el camino para llegar a un final distinto.

Se trata, por lo tanto, de película con un brillo especial, oscura, valiente y personal, aunque presente elementos que puedan resultar densos, incómodos o incluso incongruentes y por ello ese contraste en cuanto a la aceptación. En todo caso, merece la pena darle una oportunidad y ver de qué lado cae la moneda, teniendo siempre en cuenta la lección de vida que nos dan Sheila y Gary, sobre la lucha, la ayuda mutua y la superación de los obstáculos que nos podamos encontrar en nuestro día a día.

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