“La astucia del vacío”, Jesús Aguado [DVD Ediciones]
Jesús Aguado, que nació casi en Sevilla (como él mismo afirma), pero nació en Madrid en 1961, acaba de publicar un nuevo poemario en DVD ediciones, La astucia del vacío. Este poeta, que es también traductor, articulista en el diario La Opinión y antólogo, es una de las figuras más sobresalientes de la última generación de poetas españoles.
De entre su obra, destacan títulos como Los amores imposibles, ganadora del premio Hiperión en 1990, así como La gorda y otros poemas y Heridas.
Ha vivido en Sevilla, Madrid, Málaga o Benarés (India). Su paso por este último país le impactó tan hondamente que ya son numerosos los poemarios, traducciones y ediciones relacionadas con la India. Entre ellos, sobresalen Antología de poesía devocional de la India, Kabir. Poemas breves, Antología de poemas de las tribus de la India, Segunda antología de poesía devocional de la India, Fervor de la India. La India en la poesía en castellano: final del siglo XIX mediados del XX y No pasa nada.
De esa ciudad hindú, Benarés, ha comentado para DVD Ediciones cómo le gusta «ese modo nada histérico que tiene de proponerle a uno acuerdos sobre cosas que en nuestra civilización son amenazas constantes: la muerte la primera, pero también el dolor y la enfermedad, los dioses y la nada, el tiempo y la eternidad». En ese sentido, el autor ha explicado que es común tomarse un chai con esas amenazas, como por ejemplo con la Muerte, «esa mayúscula que habla con voz de ultratumba y todas las otras hijas suyas, desde la desesperación hasta el absurdo, desde la tristeza hasta el malhumor».
He aquí un trocito de La astucia del vacío, éste que es su último poemario.
«(…) El vacío es tan astuto que hasta sabe cómo robarme un poema que él mismo me había propuesto. No sólo consigue que no me salga (después de haberme ofrecido el título como señuelo), sino que, manteniéndome en esa tensión propia de la disponibilidad plena en la que uno debe quedar cuando la escritura le llama, ha aprovechado mi inmovilidad, mi inactividad, para crecer. Y tanto ha crecido que, hasta el momento de ponerme a redactar estas líneas (ellas son mi conjuro, mi hilo de Ariadna), me ha hecho su prisionero: de ser un punto diminuto dentro de mí ha pasado a ser estos férreos barrotes que me rodean y que sólo ahora creo saber cómo doblar. Lo que me preocupa es que su astucia sea tal que mi propio acto de doblegar los barrotes esté inspirado por él, lo que significaría que mi cárcel habría pasado a ser el hecho de intentar escaparme de la cárcel —y mi laberinto, el empeño de encontrarle una salida. (…)
Desde hace un año fotografío, con máquinas de usar y tirar, perros dormidos. Tengo cientos. En las escalinatas que bajan al río, detrás de bicicletas o debajo de tractores y coches, hundidos en montoncitos de arena, en medio de la basura, escondidos en agujeros, sobre un fondo de ladrillos rojos de una obra o de una montaña de guisantes verdes desenvainados o de las carretillas de los basureros o de la ropa tendida, solitarios o en parejas o en grupos, en canalillos de desagüe para refrescarse en verano o sobre cenizas tibias en invierno para calentarse un poco. Quiero saber qué sueñan, y si es conmigo, y entonces qué. Su sueño protege un secreto que me concierne. Cada vez que hago click me acerco un paso a donde está enterrado. Mis perros dormidos son autorretratos sin mí».