Pedro Calderón de la Barca al detalle en ‘Calderón esencial’

RICARDO MARTÍNEZ.

El teatro es, ha sido siempre, no solo la gran representación de la realidad que enmarca al hombre, sino también, por extensión, el espejo que refleja el interior de su propia alma. Y Calderón supo hacer buena, como autor, esta máxima que ha interesado siempre al verdadero protagonista de tan inmenso argumento: el propio hombre

Ha sido, además, uno de los dramaturgos más valorados en el ámbito internacional, de ahí el poder señalar, sobre todo, la repercusión que ha alcanzado, con el tiempo, su obra ‘El príncipe constante’, que ha gozado, entre otros, del elogio de Goethe.

Y qué decir de la vigencia, acaso por su argumento: la importancia del libre albedrío en esa obra paradigma del sentido moral y ético del protagonista en ‘La vida es sueño’, obra a la cual, es posible, quepa deparar tan largo futuro como valor intrínseco tiene su significado en el  devenir humano ‘como ser y representación’.

De ahí el saludar sin ambages este volumen antológico de sus obras, donde podremos acercarnos al pensamiento social, político y cultural no sólo de una época, sino de una consideración íntima y estética en su valor cívico de la significación del cortesano, del ciudadano por extensión, como definición dentro de cualquier sociedad pasada o futura.

Cabe ratificar, desde luego, lo que se nos dice en la presentación a modo de advertencia cultural: ‘Pocos nombres han alcanzado la altura de Calderón de la Barca (hombre del siglo XVII, del Siglo de Oro, definido con justicia) en la historia del teatro universal.

De sus obras, abundar en la relevancia, ya queda dicho, de ‘La vida es sueño’, tal vez su obra favorita, estrenada en 1630, donde “el paralelismo histórico con el distanciamiento entre Felipe II y el imprudente príncipe Carlos no pasará desapercibido a ningún espectador de la época” a pesar de que la acción se traslade a Polonia.

De ‘El médico de su honra’ destacar el tratamiento de aquel tema recurrente (en qué época no) del amor y los celos. En ‘El príncipe constante’ resalta, además del tema de la dignidad y el libre albedrío en la defensa de una causa, la exquisita riqueza verbal, casi musical en tantas ocasiones, que sigue fascinando por su atemporalidad. En fin, en ‘El alcalde de Zalamea’ el tema del honor aparece como paradigma de defensa moral y social y, tal como se nos explica, aquí es también “de apreciar el valor de lo cómico en el teatro calderoniano a través de los donaires y gracias”, fecunda herencia recibida de su meritísimo predecesor Lope de Vega.

Sea, pues, bienvenido el presente volumen, un grato presente a la fidelidad del  exigente lector. Él propiciará la vigencia del genio literario.

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