Del cepo del vicio a la virtud de la vergüenza
Cuando uno actúa de forma correcta, el espíritu se descarga y se libera de modo inmediato, mientras que con las formas incorrectas y viciosas de conducta, como con todo lo imperfecto, el espíritu queda enganchado y se hace prisionero de ellas. Esta es la razón por la cual vienen a triunfar el vicio y los modos viciosos de conducta.
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Decía La Boétie que “cuando se juntan los malvados, siempre hay complot, no compañía”. Yo diría, antes de ello, que lo peor de un ambiente de ruines es que no hay ni ocasión ni material humano para la amistad.
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Los defectos no son más comunes en las gentes más comunes, ni son excepcionales en las gentes excepcionales.
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Suele ocurrir que cuanto más se exige uno, menos le perdona a los demás.
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Me gusta la gente que no quiere demasiadas virtudes, porque sabe que una sola virtud es el nudo de las demás.
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El deber ─por ejemplo, de cuidar a unos hijos, a unos padres…, e incluso el deber del propio trabajo─ sacan al hombre del absurdo de la existencia por el sencillo procedimiento de atarnos ─es decir, de comprometernos─ a su sentido (aunque no sepamos cuál es).
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El sabio es aquel que trata, no tanto de actuar bien (que ello es imposible), cuanto de no actuar mal.
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La limpieza (incluso moral) es la condición de todo bienestar (sobre todo del bienestar pobre, que no tiene más que ella).
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El que es malo tiene que tener necesariamente la tara moral de la hipocresía (pues la hipocresía es una de las formas de la maldad). Así pudo decir Isócrates que “los más criminales de todos y los que merecen castigo mayor son quienes se atreven a acusar a otros de los mismos delitos que ellos cometen”.
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Quien te pide que aceptes sus excusas te está pidiendo que le comprendas, es decir, que comprendas las razones por las obró de tal manera; que aceptes, en definitiva, lo que hizo (y hasta lo compartas). Lleva el intento de que el otro entienda los motivos de la ofensa o el daño que ha causado y, por tanto, lo acepte. Lo cual suena a puro recochineo hipócrita. La prueba está en que todo el mundo trata de justificarse.
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Si comparamos con la conducta de las fieras, la vergüenza por la conducta propia o ajena es la expresión máxima del hombre civilizado.
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A veces un valiente no es más que aquel que no soporta el ridículo. Por ello, la mayor valentía es aquella que se necesita para hacer el ridículo.