‘La soledad de Hans Teodore Mankel’, de José Luis Muñoz

CARLOS MANZANO.

Lo primero que se me ocurre decir de “La soledad de Hans Teodore Mankel “ (Bohodón Ediciones, 2023), la última novela del prolífico y brillante escritor José Luis Muñoz, es que se trata de un libro que no se lee de un tirón ―por fortuna, añado―, porque hay en sus páginas tanta enjundia y tanta miga que resulta imposible no detenerse de vez en cuando, tomar aire y repensar con tranquilidad lo que se acaba de leer. Igualmente, la exquisitez con que nos son narradas las vicisitudes del protagonista, a través de largos párrafos construidos con frases encadenadas que se suceden con una naturalidad y al mismo tiempo con una elegancia sobresalientes, nos invita a leer con la lentitud que exige lo sutil y riguroso a la vez: no estamos ante un libro de consumo rápido que se devore en un tiempo breve para pasar de inmediato al siguiente, sino ante una delicada propuesta literaria que debemos paladear con placer, con regusto, con usura incluso, es decir, con plena conciencia de lo que estamos haciendo.

Hans Teodore Mankel trabaja como lector en una pequeña editorial muniquesa; aparte de eso, lleva años siendo un eterno aspirante a escritor. Tiene publicada una novela que ha pasado con más pena que gloria y que en su momento recibió una crítica demoledora, pero eso no le impide reconocer la excelencia cuando cae en sus manos. Y eso es lo que le sucede con un manuscrito que descubre olvidado en un rincón de la vieja editorial donde trabaja: desde las primeras páginas queda fascinado por la brillantez con que está escrita, la extraordinaria carga literaria que atesora. De aquí en adelante iremos conociendo tanto el contenido de la novela recién descubierta como las reacciones que provoca en el fracasado escritor muniqués, convencido de haber encontrado una obra sobresaliente, una de esas pocas obras maestras que de cuando en cuando el destino pone en nuestras manos.

“Aquel libro no solo estaba impecablemente bien escrito, sino que era sólido, reflexivo y estaba cruzado de arriba abajo por la pasión amorosa, por la violencia de los sentimientos, por la locura de las pasiones desbordadas que no conocen límites”.

Ello da pie a José Luis Muñoz, auxiliado por el pobre Mankel y los varios sucesos que jalonan su vida, a proponernos diversas reflexiones acerca del hecho literario en sí, del sentido auténtico de la autoría, del funcionamiento del mercado editorial y de la dosis de impostura que un escritor exhibe de manera inconsciente a través del acto mismo de crear.

“El escritor construye mundos y personajes de los que es dueño, a los que manipula a su antojo, a los que hace vivir y morir. No puede moldear el mundo real y se dedica a hacerlo con el mundo ficticio. A veces creo que escribir es la constatación pública de un fracaso que, encima, queremos revertir en éxito. El éxito lo tiene el arquitecto que diseña un aeropuerto, el médico que salva vidas, el político que toma decisiones importantes para el país, pero nosotros nos dedicamos a elucubrar e inventar absurdas historias que tienen lugar en nuestras cabezas para que otros, aun con un comportamiento mucho más absurdo, nos compren y nos lean”.

En cierto momento la novela ―siempre a través de las reflexiones y vivencias de su protagonista, Hans Teodore Mankel; no hay que olvidar que estamos ante una obra de ficción― cuestiona incluso qué hay de auténtico de un autor en su obra, en qué medida una pieza es producto de la idiosincrasia del escritor que la ha ideado, la proyección de su propio ser, o si en realidad durante el proceso creativo entran en funcionamiento otra clase de resortes ignorados incluso por el propio autor que conducen a una obra en esencia ajena a su creador, como si esa persona real que camina por las calles como un ciudadano más apenas tuviera conexión con el producto-objeto que ha elaborado.

“No, no parecía ningún genio, era alguien tan vulgar como podía ser él mismo, escribía sobre algo que otro había vivido, como un parásito, no tenía glamur, ni talento humano, ni don de gentes, ni tan siquiera cultura, no era atractivo, era perfectamente anodino y gris y, sin embargo, dentro, quizá en sus entrañas, en no se sabe qué parte del organismo, había algo, recóndito, que había alumbrado esas páginas de maravillosa literatura que le corroían de ira porque él era incapaz de escribirlas”.

Literatura y vida, honestidad y farsa, verdad y ficción, son algunas de las cuestiones que aparecen de manera clara y valiente en la novela, a las que el protagonista se enfrenta, bien a su pesar, con más torpeza que pericia, y a las cuales José Luis Muñoz quiere aproximar también al lector para que, de alguna manera, recoja, comparta o rebata las reflexiones que el bueno de Mankel va elaborando acerca de los diferentes elementos que conforman el hecho literario. “La soledad de Hans Teodore Mankel” es, me atrevo a decir ―a pesar de que siempre he evitado decir a nadie lo que tiene que hacer―, una novela que todo aquel que participe de alguna manera en la farándula literaria debería leer, aunque más allá incluso de eso y más importante aún, he de decir que José Luis Muñoz nos ha regalado una vez más una gran novela y una magnífica pieza literaria.

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