“Estrella del desierto”: Harry Bosch y Renèe Ballard en busca de huidizos asesinos
Horacio Otheguy Riveira.
Renée Ballard y Harry Bosch trabajan juntos para dar caza a la «ballena blanca» del detective, el asesino de una familia, y paralelamente al monstruo que violó y mató a dos mujeres: una adolescente blanca de alta burguesía, y una joven afroamericana que intenta abrirse camino. Casos “abiertos”, crímenes sin resolver, que acumulan muchos años sin investigación.
A Ballard y Bosch, le separan bastantes años de edad. Ningún romance les une, ninguna pulsión sexual, si bien hay una sensualidad, “suave como un visón”, que les permite protegerse mutuamente ante las situaciones más complejas, y sobre todo en las más difíciles a la hora de compartir sus capacidades para alterar las reglas burocráticas de la institución policial que limita, coarta e impide cumplir objetivos. Bosch desde cierta altura paternal o rebelde ante la autoridad de ella, debido a la edad y la experiencia, con situaciones de excelente interrelación: una línea argumental muy bien tratado en esta ocasión.
Ha pasado un año desde que la detective Renée Ballard abandonó el cuerpo de policía cansada de la misoginia, la desmoralización y una burocracia interminable. Sin embargo, después de que el jefe de policía en persona le dijera que podía elegir su propio destino en el departamento, Ballard recupera su placa y deja la «sesión nocturna» para reconstruir la Unidad de Casos Abiertos en la codiciada División de Robos y Homicidios. Así surge esta Estrella del desierto, novela número 26 con Harry Bosch de protagonista. El veterano policía lleva muchos años rondando un caso que le atormenta por su brutalidad, que han dejado por imposible de resolver: el asesinato de toda una familia a manos de un psicópata que sigue en libertad. Pero antes habrá de moverse por las pantanosas aguas de los asesinatos de las dos mujeres y la corrupción política y policial…
Renèe Ballard le hace una oferta que no puede rechazar: trabajar con ella como investigador voluntario en la nueva Unidad de Casos Abiertos, una vez instalado, al tiempo que deberá ocuparse de otro caso irresuelto, podrá perseguir su «ballena blanca» respaldado por los buenos recursos del Departamento de Policía. Abocado a la solución de un oscuro crimen de una chica de 16 años en su propia cama, se las apañará para seguir investigando, esta vez con mejores condiciones técnicas que en el pasado, el bárbaro crimen de una familia cuyos restos fueron encontrados por casualidad bajo un gran árbol…
«—Está bien, acepto —dijo—. ¿Tendré placa?
—Ni placa ni pistola. —Respondió Ballard—. Pero tienes esas seis carpetas. ¿Cuándo puedes empezar?
Bosch recordó por un instante las pastillas que había alineado en la mesa unos minutos antes.
—Cuando quieras.
—Bien —dijo Ballard—. Te veo el lunes entonces. Habrá un pase para ti en la mesa de entrada y luego te conseguiremos una tarjeta de identificación. Tendrán que hacerte una foto y tomarte las huellas.
—¿La mesa está al lado de una ventana? —Bosch sonrió al decirlo.
Ballard no sonrió.
—No tientes a la suerte».
*** *** ***
«De camino a la salida de la sala de archivos, se detuvo y miró por uno de los pasillos. A ambos lados había estantes repletos de expedientes. Algunas carpetas se veían azules, otras ya descoloridas; algunos de los casos estaban contenidos en carpetas blancas. Se adentró en el pasillo y caminó lentamente junto a las carpetas, recorriendo las encuadernaciones de plástico con los dedos de la mano izquierda al pasar. Cada una de ellas contenía la historia de un asesinato sin resolver. Era un lugar sagrado para Bosch. La biblioteca de las almas perdidas. Demasiados crímenes para que él, Ballard y los demás pudieran resolverlos. Demasiados para calmar el dolor algún día.
Cuando llegó al final del pasillo, dio la vuelta y caminó junto a la siguiente fila. En esas estanterías también se apilaban las carpetas. Un tragaluz en el techo dejaba pasar el sol de la tarde, proyectando luz natural sobre muertes por causas no naturales. Bosch se detuvo un momento y se quedó quieto. Solo había silencio en la biblioteca de las almas perdidas».
*** *** ***
«Eran las 7 de la mañana y, según su teléfono, la temperatura ya alcanzaba los 26 grados. Pasó por delante de la cabina y se adentró unos diez metros en la maleza. Encontró el lugar con facilidad.
El solitario mezquite seguía allí, dando sombra a las cuatro columnas de rocas apiladas para crear una especie de escultura que marcaba el lugar donde se había encontrado la sepultura. Tres de las columnas
de rocas se habían desmoronado con el tiempo, derribadas por los vientos del desierto o los terremotos.
Para Bosch era otro lugar sagrado. Era el lugar donde había terminado una familia entera. Un padre, una madre, una hija y un hijo asesinados y luego enterrados bajo rocas y arena. Nunca habrían sido encontrados de no haber sido por una expedición geológica de la Universidad de California que estudiaba la salina cercana en busca de pruebas del cambio climático.
Bosch se dio cuenta de que una profusión de flores había brotado alrededor de las rocas y del tronco del mezquite. Cada flor tenía un botón central amarillo rodeado de pétalos blancos. Estaban a poca altura del suelo y probablemente obtenían agua y sombra del mezquite.
Bosch sabía que las raíces del mezquite podían extenderse veinticinco metros a través de la roca, la arena y la sal para encontrar agua. Estaban hechos para mantenerse en pie en los entornos más hostiles».
Hieronymus “Harry” Bosch nació en Los Ángeles en 1950. Su madre, prostituta, le puso el nombre en homenaje al pintor conocido como El Bosco (Países Bajos, 1450-1516). Tras el asesinato de ésta pasó su infancia en orfanatos y familias de acogida sin conocer a su padre. Con 17 años participó en la guerra de Vietnam, fue una “rata de túnel” su misión era meterse en los túneles para encontrar y matar al enemigo.
Al regresar conoció a su padre en su lecho de muerte y comenzó a estudiar, pero el rechazo de sus compañeros por los jóvenes que habían luchado en Vietnam, le hizo abandonar los estudios e ingresar en la policía en Los Ángeles. Ha trabajado durante más de 30 años en diferentes departamentos: como patrullero en la época de la contracultura y las protestas contra la guerra, en la división de Hollywood, Robos y Homicidios… Tras abandonar por un corto periodo el cuerpo de policía para trabajar como detective privado, se reincorporó y trabaja en el departamento de Robos y Homicidios, primero en Casos Abiertos y luego en Homicidios Especiales, una brigada de élite que se encarga de investigaciones complicadas. A menudo reclama la ayuda de su hermanastro, Mickey Haller, abogado defensor, personaje que también cuenta con novelas muy interesantes (El abogado del Lincoln, El veredicto…).