“La deuda prometida”, de Félix Moyano
UNA METAFÍSICA DEL DESENCANTO
Por Asunción Escribano.
Felix Moyano (1993), cordobés de nacimiento, publicó su primer poemario, Insostenible, en 2017 con el que obtuvo el II Premio Valparaíso de poesía, a partir del cual fue considerado -en palabras del jurado- como “espejo de su generación”. Posteriormente, en 2019, con el libro Los amores autómatas, obtuvo el Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros. Con su tercer poemario, que hoy traemos aquí, La deuda prometida, logró un accésit en el premio Adonáis, galardón que, después de setenta años de historia, sigue siendo el que consagra a los poetas más jóvenes. Así, muchos de quienes lo obtuvieron en su momento (tanto el primer premio como el accésit) se sitúan hoy en primera fila de la poesía nacional.
Este poemario (cuyo encabezamiento alude a una conjunción entre la “tierra prometida” y “lo prometido es deuda”) apunta temáticamente a la deuda que todos contraemos al nacer: la muerte, y por ello está dominado por una atmósfera de desencanto, matizada por una ironía sutil e inteligente, que se suma a un profundo lirismo formal. Estructurado en dos apartados, el primero de ellos se titula “De todo lo visible”, y el segundo está precedido, en consecuencia, por el lema esperado de “Y lo invisible”.
Precisamente, como un credo poético personal, el libro despliega ante los ojos una metafísica cruzada por momentos cotidianos. Una lavadora que sustituye al sonido del mar en una alegoría en la que refleja una vida hecha de instantes insignificantes, de los que se pueden extraer, si uno los contempla detenidamente, grandes lecciones de vida. Así, por ejemplo, en el poema homónimo “La deuda prometida” se concluye la fusión de cómo todo lo bello se enhebra a todo lo terrible, lo enlaza como una moneda de dos caras inseparables, como presagiara el verso de Rilke. Esa es la deuda que asumimos al nacer, parece decir el escritor, “porque esa es la deuda prometida”, concluye.
En estos primeros poemas aparecen las figuras familiares sirviendo de hilo conductor de los aprendizajes intensos. La abuela, la madre, el padre…, aparecen al otro lado de la pantalla del ordenador y anticipan la muerte inevitable, y también enseñan al hijo “a guardar los deseos/ en un puño”. Pero también, enredado en esta certeza, está el amor que pertenece a todo lo visible. Y entre certezas afectivas, el día a día despliega su afán: skype, webcam, netflix, just eat, la lavadora, la televisión, no son sólo reflejos del diccionario de uso de una generación que ha aprendido de manera natural a convivir con ellos, sino que, sobre todo, funcionan como un telón de fondo que hace resaltar el pensamiento de un tiempo al que no se le puede dar la espalda. A veces, en ese tráfago de velocidad temporal y su presagio de final inevitable, un momento salva de todo, un golpe de belleza, de plenitud, dice también su presencia diaria sobre el mundo y lo redime: “Veo la tarde caer sin advertencias/ y en el aire afilado que acompaña/ la promesa de una nueva mañana/ veo belleza.”
La segunda parte “Y lo invisible” se construye sobre el cuerpo y su conciencia. Sobre los espacios físicos interiores, las sensaciones, los huecos que se sienten como falta de plenitud. Los poemas se llenan de símbolos: el pájaro que atraviesa el costado: “Aletea y remueve:/ ardiendo en la mañana. Me despierto/ sangrando y con temblores, repleto de sudor,/ pero tu mira el pájaro, ¡qué lindo!/ ¡Qué bello el dulce pájaro y su canto!” La piel que se desprende, la deuda contraída al nacer que hace latir al corazón ferozmente.
También está cruzado este apartado por la permanencia de las huellas de los que nos dejaron, los que ya no están y que miran desde arriba, y todo lo que se derrumba, en un precioso homenaje a aquel Quevedo melancólico: “Miré los muros blancos de mi casa” y termina el poema con la certeza ausente: “Yo seguía mirando, pero tú ya no estabas”.
Pero entre toda esta derrota un nombre lleno de luz salva: “En ti se abre una grieta por donde entra la luz”, señala el poeta. Y también un salmo, y un nuevo Pablo cayendo del caballo. Y siempre el amor de cada día, en cuyas manos “cabe cuanta ternura es posible”.
Es La deuda prometida un poemario muy hermoso. Una escritura que nace de la conjunción del pensamiento y de la observación de la realidad más inmediata. Y también del corazón, de sus heridas y de sus esperanzas, que extrae lecciones de vida tamizadas por una ironía elegante e inteligente. Un poemario aparentemente sencillo, pero que, muy lucidamente, enhebra entre sus versos homenajes a otros escritores y obras con las que el poeta dialoga intertextualmente, a la manera de rendido homenaje a sus maestros. Félix Moyano se desvela en él como el poeta grande que ya ha mostrado ser en numerosas ocasiones. Pero nunca tanto como ahora.
Félix Moyano
La deuda prometida (accésit del Premio Adonáis 2021)
Madrid, Adonáis, 2022