“Victoria menor”, de Luis Escavy
Por Jorge de Arco.
Con Victoria menor, Luis Escavy (1994) obtuvo el premio “Adonáis” 2022. Graduado en Filología Clásica y profesor de Latín y Griego en un instituto de Almería, el poeta murciano firma su segunda entrega tras Otra noche en el mundo (2021).
Este “cancionero amoroso”, tal y como lo denominara el jurado que le otorgó el galardón, es, también, un ejercicio de introspección, un íntimo adiestramiento de la conciencia de cara a combatir complejos momentos. Porque desde donde verdean los enigmas de la existencia, el misterioso bosque de las propias emociones, brota con vigor el verso de Luis Escavy, en un empeño de ajustar cuentas con lo mejor y peor de lo cotidiano:
Pero dentro no hay nada o no hay
nada de lo que queremos.
Solo hay muchas calles,
edificios sin luz, parques llenos de algo
donde ya no encajamos
y una lluvia que moja los escombros del mundo.
SI por nosotros fuera,
aquí estaría el final: un suburbio lluvioso,
una arteria del cielo que se ha roto en la tierra,
pero otra vez es el alma
quien defiende y levanta nuestro nombre.
Dividido en dos apartados, “Edificios sin luz” y “La casa de cualquiera”, el volumen va signando los márgenes por donde el sujeto poético derrama su decir: desamor y amor se reparten un discurrir cronológico que se sumerge en el dolor y la desventura hasta remontar en momentos corazonados y plenos de esperanza. El poder de lo empírico, de lo aprendido a ritmo de caricias y de heridas, se torna un punto de inflexión revelador, y dador, al mismo de tiempo, de un luminario bálsamo para establecer unas fronteras distintas a aquellas que rozaron el desamparo:
El amor se parece a un descampado
Con una casa en medio, destruida.
(…)
El amor dura un tiempo, deja marcas
e inscripciones profundas, cicatrices
en sus muros que muestran, orgullosos,
un idioma perdido.
La mirada del poeta va adueñándose de lo perdurable y de lo efímero, y frente a ese tejido óseo, pulcramente humano, su verso se acompasa y se decanta hacia el anhelo, hacia el asombro de una nueva certidumbre. A sabiendas de que “el amor también se dice lentamente”, su palabra pulida, serena, aborda la contingencia de un espacio y tiempo de afecciones, en los que resurge no sólo cuanto cabe en sus adentros, sino también en derredor. Cimentado en un discurso de profunda expresividad, su mensaje llega complementado por una sutil esencialidad, por un acentuado afán de superación de su ánima:
Entramos sin decir una palabra.
Liturgia de horas matinales
que precede a este día y al momento
donde el mundo comienza.
(…)
Estoy pensando en ti y estoy rezando,
pero voy a otro ritmo diferente
en el que dos amores se conjugan;
amor a la Palabra y la palabra
que recuerda mis labios y los tuyos.
Frente a la corporeidad que prende lo necesario de cada día, Luis Escavy ahonda en las preguntas (…¿Por qué pienso/ que me puedo extraviar sin que haya un orden?”) que son también sentimiento, luz solidaria, horizonte para un mañana que batalla por asomar sus respuestas; o lo que es lo mismo, pro hallar la sustantiva recreación de un universo mortal, si infinito.
En suma, un libro vívido, perseverante en su belleza, lúcido en la constancia de ser himno de vida, compromiso con lo más querido:
En el final no encontrarás el miedo
y tampoco la euforia que lo encubre
con sus falsos desfiles de entereza,
sino un dolor sereno y victorioso.