En defensa de la tradición humanística
José Luis Trullo.- Los días 23 y 24 de marzo de 2023 va a celebrarse la primera edición del Congreso Nacional de Humanistas, un evento que está llamado a convertirse en una referencia en el panorama español en torno a una de las figuras más amenazadas en nuestros días: la del humanista, entendido tanto en su significado lato (en cuanto defensor de la dignidad, singularidad y excelencia del ser humano como criatura) como estricto (en cuanto amante de los frutos del espíritu humano, de las artes y los saberes, en los cuales encuentra motivos para reconocerse y construirse como persona). Van a reunirse para exponer sus puntos de vista y debatirlos con sus colegas una pléyade de autores e investigadores procedentes de varios campos del conocimiento: filosofía, filología, historia, teología y antropología, reconstruyendo así la transversalidad que ha caracterizado el espíritu humanista desde sus orígenes, en los albores del Renacimiento italiano, y que en las últimas décadas se ha visto minada por la hiperespecialización del saber.
El lema elegido para esta convocatoria inaugural no puede ser más oportuno: “Aut Traditio Aut Nihil”, o lo que es lo mismo, sin tradición no hay salvación. Múltiples son los signos de que no es ociosa la alerta a salir en defensa de nuestro legado cultural: desde diversas instancias se espolea la deconstrucción, cuando no la demolición de aquel canon que ha sido elaborado, conservado y transmitido de generación en generación durante siglos, por no decir milenios; se queman, censuran y reescriben libros; se ponen en la picota a los grandes autores y las grandes obras del pasado; se descuelgan cuadros de los museos por no coincidir con cierta sensibilidad contemporánea, la cual parece ser capaz de transigir solo con aquellos espejos en los que se sienta plenamente reflejada. Esta intolerancia (que no por haberse producido también en otras épocas resulta menos ilegítima y bárbara) denota una pulsión excluyente, a pesar de acogerse a una supuesta “voluntad de inclusión”, y azuza una espiral totalitaria cuyos antecedentes inmediatos podemos encontrarlos en las revoluciones culturales protagonizadas por el fascismos y el comunismo en el siglo XX, con los resultados por todos conocidos.
Creo que no hay que insistir demasiado en el valor y la oportunidad de convocar a representantes de distintas ramas del saber para poner pie en pared y romper una lanza, o las que sean necesarias, en defensa, no de la tradición como un bloque pétreo bajo el cual hay que sepultarse, sino como un arsenal de sugestiones e invitaciones al diálogo amoroso y cómplice con el pasado. Reducir nuestra memoria a un catálogo de cromos complacientes para con la estricta actualidad y sus valores siempre cambiantes aplasta el espectro del espíritu humano contra un cristal demasiado fino y relativo: no se respira mejor en una pecera pequeña que en un charco de grandes dimensiones. Precisamente una de las grandes oportunidades que nos brinda la aparición de internet consiste en sacar a la luz nuevos tesoros que nos permitan matizar y complementar nuestra comprensión de la herencia recibida de nuestros antepasados. No permitamos que los nuevos bárbaros (que, esta vez, no vienen de fuera del imperio, sino que están siendo alumbrados y alimentados desde el interior del mismo, quién sabe con qué propósitos) cieguen estas brechas de luz en el muro, imponiéndonos su visión estrecha y opresiva de la historia. Pongamos sobre la mesa el eterno valor de lo humano, plasmado en obras plenas de verdad y de belleza. Acojamos la tradición para reflexionar tanto sobre lo que fuimos y ya no queremos volver a ser, como sobre aquello que, precisamente porque nos constituye en cuanto humanos, jamás podremos dejar atrás porque, haciéndolo, perderíamos nuestra dignidad, y quién sabe si nuestro espacio en la tierra.