Tierra de paso
Héctor Peña Manterola.- Mi madre me enseñó que lo primero que debe hacer uno es presentarse.
Me llamo Héctor Peña Manterola, soy escritor y el último año he colaborado con este medio aportando reseñas de autores nóveles, entrevistas a literatos, cineastas… Quizá me hayas leído. Tal vez no.
Esta primera entrada toma prestado el nombre de la columna como ciertos autores el de sus personajes célebres. De un tiempo a esta parte se destila el ‘la autora de Harry Potter’, ‘el escritor de Sherlock Holmes’, o cualquier caso similar, como si una vez publicadas las novelas y alcanzada la fama —acompañada de una nada desdeñable cuantía económica— el autor perdiera tanto su alma como su documento de identidad.
‘Tierra de paso’ o, haciendo honor a la justicia, ‘La Tierra de Paso’, también tiene su aquel. Pero, como es secreto, me lo guardo a fin de conservar lo mencionado más arriba.
El caso es que cada dos semanas me tendréis por aquí hablando sobre un tema concreto, desarrollándolo, disertándolo. Bienvenidos al laboratorio, espero que no os asquee diseccionar una rana.
Comencemos. El pasado viernes me acerqué a una tertulia histórica que el emérito Ramón Maruri impartió en Cabezón de la Sal. Con la destreza que se le supone, el historiador adornó su relato sobre la investigación histórica con numerosas guirnaldas del mundo contemporáneo, del presente que nos sostiene y del futuro que nos acecha. El grueso de la tertulia orbitó respecto a un tema marcado: ¿qué caracteriza al historiador? Tomen estas palabras como mías, ya que mis conocimientos, pese a haber cursado la misma carrera, distan tanto de los de Maruri como una hamburguesa de McDonald’s de un buen cachopo. Al historiador le define la capacidad de elaborar una buena reconstrucción de la historia a partir de las fuentes. El buen historiador —odio repetir tanto una palabra en un texto— encuentra un nicho donde poder decir algo que no se ha dicho o corregir un error, y lo ataca. Sin formación universitaria podría llegar a convertirse uno en un gran historiador si el estudio del contexto y de las fuentes lo permite. Claro que luego existen los círculos académicos, y una larga sucesión de circunstancias más favorables que otras.
Pero la Historia, con mayúscula, está al alcance de quien quiera mirar a través del microscopio del tiempo.
Hasta ahora.
Uno de los temas que salió a relucir en el evento guarda relación con cierto artículo que publiqué hace poco en este medio: la inteligencia artificial, esa gran bomba que aparentemente va a cambiar el mundo. Quizá no sea hoy —aunque ya comienza a hacerlo—, tal vez tampoco en un par de años. Pero al igual que la máquina de vapor revolucionó las comunicaciones a finales del s.XVIII, o que más recientemente los motores de búsqueda en Internet pusieron al alcance de todos un acceso ilimitado a información de lo más variopinta, la inteligencia artificial nos permitirá ascender un nuevo peldaño en el desarrollo.
¿En qué afecta esto a la Historia, diréis, como disciplina académica?
Sencillo. Por supuesto, no de la manera en que puede revolucionar la robótica o la medicina. Pero tengamos en cuenta por un momento que existe una migaja de verdad en mi planteamiento anterior: la reconstrucción histórica parte de las fuentes —vestigios, testimonios…— y toma forma al construir una narrativa. Las inteligencias artificiales de generación de textos trabajan a partir de bases de datos alimentadas con terabytes de información, y el monstruo sigue creciendo. Si toda esa información existente en las fuentes sirviera para alimentar a una súper inteligencia artificial… ¿no será capaz de elucubrar un sinfín de hipótesis acompañadas de una estadística de plausibilidad que construyan la Historia? ¿Dónde queda el trabajo del historiador, cuando la máquina, además de decirnos qué debemos hacer —¡aprende de nuestros hábitos, no solo de los de consumo!— nos señale de dónde venimos?
Este es un tema que, como cualquier otro, está sujeto a interpretación. Lo que está por llegar con suerte lo veremos y, como tantas otras profecías agoreras, algunas se cumplirán parcialmente y otras en absoluto. Pero, cuando no ya un profesional, sino una eminencia, comparte su preocupación sobre un tema que comienza a ser tangible, el buen oyente atesora las ideas, las hace propias, y diserta sobre ello. Si se da un paso más allá, como un servidor, las comparte. ¿Cuál es vuestra opinión?