UNA CALLE, UN LIBRO

Calle Saint Honoré de París, “Ilusiones Perdidas” de Balzac

En París siempre paso por esa calle. No  me gusta dejar de hacerlo. En ella pasaron tantas cosas. Por allí pasaban las carretas hacia la Bastilla con los condenados a muerte en la Revolución Francesa. Allí pintó Camille Pisarro su cuadro más sugestivo.

Y allí vivió al principio Luciano de Rubempré en “Ilusiones perdidas”  de Balzac. Con qué ilusión leí esa novela, que era el retrato también de tantas de mis ilusiones perdidas. Cuanto sentí lo que sintió Luciano de Rubempré, perder tantas cosas, y a pesar de todo estar tan vivo. Soñar, amar, regresando caminando a Angulema donde vivió su infancia y su juventud, donde la duquesa lo protegió y le hizo soñar tantas cosas.

A la calle Saint Honoré acude el gran personaje, al tugurio donde se esconde, para decirle que se aleje de la duquesa, que no es de su mundo. Y el joven entusiasmado no le hace caso, pero acaba fracasando. Se hace algo famoso, se corrompe, entra en los manejos del periodismo y la política, se echa una amante prostituta, siempre idealiza a su duquesa. Acude a los salones y suelta ironías y se pone de moda. Pero acaba regresando, con sus propias piernas, por el polvo y los caminos de Francia, hasta Angulema de su infancia. Y aún entonces, como un espejismo, tiene una última ilusión, sale en el periódico provincial, como una figura literaria regresada de París, como un acontecimiento. Porque un viejo amigo suyo dirige el periódico local.

De todas las novelas de Balzac es la más emotiva y la más inolvidable. Y tenía que desarrollarse en esa calle tan parisiense y tan única, donde ocurrió todo, donde cayeron las lluvias de los siglos. En esa calle tan larga, que hace curvas, que tiene cafecitas con mesas pequeñas de manteles rojos, que tiene glorietas y estatuas de ilusión.

Antonio Costa Gómez   Pisarro, “Calle Saint Honoré, efecto de lluvia”, Museo Thyssen