Victoria Camps y Juan Dávila: formidables en la violencia y la ternura de «Dani y Roberta»
Horacio Otheguy Riveira.
Situaciones realistas entre personajes marginales que van de la agresividad hacia una desbordante ternura en busca, sin saberlo, de una rara especie de amor entre ruinas.
El trasunto de los amores cuesta arriba —y a menudo cuesta abajo— es una constante de la historia narrativa en cualquier formato. Más aún en el teatral donde la difícil interrelación entre seres al margen de la conocida como “normalidad social” tiene célebres autores. Doble peso en el hecho de que ya se representó en Madrid en 2017 por otra puesta en escena. Así las cosas, pocos minutos pasan para sentirnos atrapados con el mismo hechizo que ante cualquier historia bien representada. Lo clásico o tópico se vuelve novedad con la que el espectador quiere acompañar a Dani y Roberta y llegar al final como si fuera la primera vez. Meritorio triunfo de esta producción.
ESCENA 1
DOS MESAS, CADA UNA ILUMINADA CON SU PROPIA LUZ. ROBERTA está
sentada de mal humor en una de las mesas, bebiendo cerveza y comiendo
cacahuetes de un bote. Entra DANI, con una jarra de cerveza y un vaso. Se
sienta en la otra mesa. Su mano está llena de moratones, y una de sus mejillas
está cortada. Se pone un poco de cerveza en su vaso. Un momento de silencio.
Dani: ¿Me das unas aceitunas?
Roberta: No. Son mías.
Dani: No te los vas a comer todas. Dame una al menos.
Roberta: Que te jodan.
Dani: Vale.
Roberta: ¿Quieres olivas?
Dani: Si.
Roberta coje el bol de aceitunas y los pone en la mesa de Dani, y se va directa a
su mesa para sentarse.
Roberta: Te las puedes comer, yo ya no quiero más.
Dani: Gracias.
Roberta: De nada.
Dani: ¿Quieres cerveza?
Roberta: No.
Dani: Vaya mierda de bar. No hay nadie aquí.
Roberta: Por eso me gusta.
Dani: ¿Por? ¿No te gusta la gente o qué?
Roberta: No, no mucho.
Dani: A mí tampoco.
Roberta: ¿Que te ha pasado en las manos?
Dani: Pelea.
Roberta: ¿Con quién te has peleado?
Dani: No sé, unos tíos ayer por la noche. Esta noche también hay.
Roberta: ¿Dos peleas?
Dani: Si.
Roberta: ¿Y eso?
Dani: No lo sé, los tíos me rayan, y me caliento. […]
John Patrick Shanley es un dramaturgo y guionista muy interesante, fiel a la tradición de los autores teatrales americanos, eminentemente intimistas, de O´Neill a Tennessee Williams o Edward Albee. Para esta ocasión Victoria Camps lo tradujo, se ocupó de la producción, y además coprotagoniza. Una buena unión a la que se suma la notable experiencia de Cristina Rojas en la dirección, creadora de una puesta en escena que avanza con espléndido ritmo, seriamente encariñada con las emociones de dos personajes áridos, temerosos de ser destruidos… hasta que encuentran mágicamente una salida.
Lo que sería una tradicional neurosis urbana se convierte en una intensa historia de revelaciones, ensueños y posibilidades de reconstrucción por muy “imperdonable” que se crea Roberta, y demasiado rabioso que se considere Dani, de fácil mosqueo y más fácil aún tendencia a golpear… hasta “dejar muerto al que me ha tocado los cojones”.
Si en el texto el realismo circula muy medido, en un contexto de templadas situaciones, la directora consigue que los intérpretes logren una verosimilitud conmovedora. Algo que suele resultar muy pobre cuando se deben encarar personajes muy alejados del contexto cultural de los actores. Victoria Camps y Juan Dávila transmiten una química hecha a base de sensibilidad, mucho trabajo y buena técnica. Es la impresión que dan a lo largo de una espléndida pieza de teatro psicológico que, sin interrupción, la dividen en tres áreas. La primera en un pobre bar. La segunda en la habitación independiente que comparte Roberta en la casa de sus padres, un ámbito que construyen los propios actores acompañándose de sus primeros sonidos orgásmicos, esa excitación primordial de quienes descubren sus cuerpos sin mostrarlo en escena, acomodando objetos, paredes, cama… siempre vocalizando a la vez los sonidos del placer sexual. Música celestial que rápidamente reacomoda la situación esencial…
Más adelante habrá otra transición formidable en la pareja durmiente, abrazados de diferente modo en un largo silencio que lleva al público a compartir el silencio sin tensión, a la espera de que la obra termine con final abierto o continúe por otro derrotero. Un tiempo teatral muy logrado, como todo lo demás en impecable recreación de una tragedia que se va convirtiendo en un cuento de hadas delirante con un epílogo en el que circula la aspiración a la felicidad como un viaje imaginario empeñado en avanzar con los pies en la tierra y las manos entrelazadas.
Dani: Una novia. Vestirte de blanco y todo. Flores. Fui a una boda una vez. Ellos
se marcharon por un jardín muy bonito. Todo lleno de rosas alrededor. Nunca
vi tantas rosas juntas. Abejas zumbando. Un montón de flores también.
Salieron y todo el mundo empezó a tirarles arroz. ¿Por qué hacen eso?
Roberta: No lo sé.
Dani: Y entonces la novia salió. El novio era un cero a la izquierda. Estaba bien.
(Coge la muñeca cuidadosamente.) Pero era la novia. Ahí llega la novia, ahí
llega. Estaba sentado en un banco de piedra, esperando que saliesen. Cuando
vi a la novia, me quedé parado. Ella era tan… Me quedé flipando. Ese precioso
vestido blanco. Un velo. Flores en su mano, cintas ondeando al viento.
Pequeñas cintas. Y todo alrededor de ella. Todas esas rosas. Y las abejas
zumbando. Y chicas guapas. Y todo el mundo vestido en ropa elegante.
Entonces todos empezaron a tirar arroz. No a lo bruto. Suave y con delicadeza.
Amistosamente. Yo olvidé tirar el mío. ¿Quieres oír algo muy loco? Algo
patético.
Roberta: ¿Qué?
Dani: No te lo voy a decir.
Roberta: Venga, ¿Qué?
Dani: Bien. Quería ser la novia.
Roberta: Eso es patético, sí.
Dani: Quería ser la novia. Caminar y salir por la puerta grande. Vestida en
blanco. Música. Flores por todas partes. Todo el mundo siendo simpático
conmigo. Sentirme especial, ¿sabes? Especial. Si, quería ser la novia.
Conocía el texto de John Patrick Shanley por una escena que representé en la escuela Nancy Tuñón (Barcelona), de un ejercicio que hicimos todos en clase. Cuando me mudé a Madrid, me acordé de esa escena de Dani y Roberta, busqué el texto en internet y solo estaba en inglés. Lo leí y no paré de llorar viendo las cosas que se decían el uno al otro, esas palabras tan duras… ¡y me enamoré! Así que empecé a traducirlo sin saber si lo iba a hacer, no sabía si los derechos de autor estaban disponibles o no, pero me apetecía traducirlo. Después de tenerlo traducido, busqué quién tenía los derechos y llamé a la agencia. Pude conseguir los derechos y eran tan grandes las ganas que tenía de llevar esta obra a cabo que opté por producirla yo misma. Esta es la versión que hemos hecho esperando que el público empatice con estos dos seres perdidos. Victoria Camps.
Dramaturgia: John Patrick Shanley
Traducción: Victoria Camps
Dirección: Cristina Rojas
Reparto: Victoria Camps y Juan Dávila
Diseño de escenografía: Federica Ghio
Diseño de vestuario: Cristina Rojas
Diseño de iluminación: Taxa Guijarro
Fotografías de ensayo: Federica Ghio
Diseño y maquetación: Isa Comín y Judith Santos
Foto cartel: David Sagasta
Producción: Victoria Camps