El cine y Edith Wharton. «La edad de la inocencia», 1993.
Por Catalina León.
Entre todos los libros escritos por Edith Wharton (1862-1937), La edad de la inocencia es el que ha despertado mayor interés entre los cineastas. De modo que se han realizado nada menos que tres adaptaciones. Para los lectores de Wharton no resulta extraño: la historia contiene todos los ingredientes que en el cine ofrecen un valor añadido. Romance, adulterio, crítica social, abandono, alegría y dolor a la vez. Y personajes muy interesantes y bien construidos entre los que destaca el trío protagonista, la condesa Ellen Olenska, mujer de carácter; el joven Newland Archer y su prometida, la extrañamente ingenua May Welland. En torno a ellos se mueve la comedida y, a la vez, transgresora alta sociedad neoyorkina de finales del siglo XIX, que la autora conocía muy bien y que critica en la mayoría de sus libros, denunciando tanto el ocultamiento como el puritanismo de sus miembros.
La primera versión cinematográfica se hizo en el cine mudo en 1924, en una película de Wesley Ruggles con el protagonismo de Elliot Dexter, Beverly Boyne y Edith Roberts y la segunda es de 1934, con Irene Dunne, Helen Westley y John Boles como protagonistas y la dirección de Phillip Moeller. Entre medias se llevó a Broadway. La versión que nos interesa es la tercera, que dirigió Martin Scorsese en 1993 y que recibió una buena acogida de crítica y público pero una indiferencia casi total de la Academia de Hollywood pues tan solo obtuvo un Oscar al vestuario (a cargo de Gabriella Pescucci), seña inequívoca de fracaso. Ni siquiera la hermosa música de Elmer Bernstein ni la asombrosa dirección artística de Dante Ferretti fueron premiadas.
Scorsese utilizó una voz en off (Joanne Woodward en el original y Núria Espert en el doblaje en español) para dar a conocer con detalle la intrincada arquitectura de la sociedad en la que se desarrolla el argumento, pero ese recurso también fue criticado por levantar un muro entre el espectador y la historia. Los secundarios son un laberinto de familias, descendientes todas ellas de los primeros irlandeses y holandeses que llegaron al Este de los Estados Unidos constituyéndose en su primigenia aristocracia, que quieren conservar su propio status a base de combatir a los arribistas (aunque estos tengan mucho dinero) y de respetar las normas internas que se basan en ocultar los escándalos y seguir la tradición. Una historia victoriana sin reina Victoria.
La novela se había publicado primero por entregas en el Pictorial Review y en 1920 salió en forma de libro en Londres y Nueva York. Su acogida fue tan buena que ganó el Pulitzer un año después. Edith Wharton fue la primera mujer que obtuvo este prestigioso galardón. Pero la temática de la novela sigue siendo actual y así lo consideró Scorsese a la hora de elegirla para hacer su gran obra sobre los sentimientos. Jay Cocks y el propio Scorsese escribieron el guion adaptado y destacaron cómo los tres protagonistas, atrapados en un forzoso entramado impuesto, se saltan las reglas establecidas, al igual que otros secundarios ilustres que representan el fiel de la balanza de aquella sociedad. La presencia de Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer) trastoca la vida de estos personajes porque tiene un “pasado”, cosa que ninguna mujer decente debería tener y, sobre todo, porque no se avergüenza de ello y se exhibe con toda naturalidad en la ópera y las cenas, sin pedir perdón por haberse divorciado de un tipo bastante miserable. Ellen se viste de colores inapropiados, no manifiesta ningún pesar por su situación y habla a los hombres de igual a igual. Pero, además de Ellen, también el joven y comedido abogado Newland Archer (Daniel Day-Lewis) va a cambiar el paso cuando se enamora de Olenska estando recién prometido con una chica adecuada, virgen, sensata y discreta, May Weland (Winona Ryder) que, rizando el rizo, acoge a la prima Ellen con naturalidad y desafía a las mentes rectoras de su mundo mostrándose con ella en público con total familiaridad. La manera en que estos tres personajes, unidos en un círculo amoroso, se desvían de lo establecido es muy diferente, porque mientras que Olenska es transparente en sus intenciones y sus actitudes, May tiene un doble fondo que desconocemos y una especie de transigencia dudosa que nos inquieta. Ese matiz está muy bien captado en la película.
Scorsese no escatima a la hora de mostrar, con un preciosismo lento y detallado, la elegancia de los salones, de las funciones de ópera o de las cenas de esta sociedad tan exigente. Sin embargo, este alarde no llega a tanto como para suplantar el relato de lo sustancial de la historia, que no es otra cosa que la lucha de esos tres personajes y la resistencia exterior que ofrecen el resto de los miembros de su ámbito vital, incluidas, por supuesto, sus familias. La película va de la ostentación primera a la emoción final, cuando la realidad se impone sobre los sentimientos y debe primar el sentido común a la manera en que ellos lo conciben. Ese retablo social tenía los días contados: la película, como el libro, son el canto del cisne de una época que terminaría para siempre con la Gran Guerra. Pero en aquellos años eso era imposible de imaginar. Lo más difícil de conseguir no era la reproducción de los ambientes, los salones, el vestuario, los cuadros o los gestos, sino la ironía sutil pero certera que impregna Edith Wharton a su obra, porque, en realidad, a ella no le gustaban esa sociedad ni ese tiempo y sus palabras y sus acciones lo revelan a cada paso de una manera inteligente pero implacable. Ambas, película y libro, mantienen, eso sí, una prudente distancia de los protagonistas de la historia, dando la sensación de que ha de ser el espectador, o el lector, con su propio juicio, el que dictamine de qué lado está en esta guerra de opciones que coloca en un lado de la balanza los sentimientos y en la otra las convenciones. No se puede señalar qué triunfa sin desvelar el dramático final, ampliamente simbólico en la película, más sencillo en el libro. Si después de leer este libro (algo que sería de desear si la película te gusta) todavía hay quien piense en Edith Wharton solo como una “discípula aventajada” de Henry James es que no ha captado la genialidad de una escritora única. Scorsese se dio cuenta de ello.
Breve reseña técnica:
Título original: The Age of Innocence, 1993. Estados Unidos. Columbia Pictures.
Director: Martin Scorsese
Guion: Jay Cocks, Martin Scorsese. Adaptación de la novela del mismo título de Edith Wharton.
Música: Elmer Bernstein. Fotografía: Michael Ballhaus
Reparto: Michelle Pfeiffer (Ellen Olenska), Daniel Day-Lewis (Newland Archer), Winona Ryder (May Welland), Joanne Woodward (voz en off), Richard E. Grant (Larry Lefferts), Alec McCowen (Sillerton Jackson), Geraldine Chaplin (señora Welland), Robert Sean Leonard (Tedd Archer), Stuart Wilson (Julius Beaufort), Alexis Smith (Louisa van der Luyden).