‘Diario de Italia’, de Marina Hernández
Diario de Italia
Marina Hernández
En el mar
Toledo, 2021
111 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Al final todos los viajes son un lamento, porque los momentos felices que supusieron han muerto. La sensación es la de seguir vivo en un mundo que se ha ido poblando de fantasmas, porque los fantasmas tienen una consistencia muy parecida a la de los recuerdos. Imaginar que aquellos instantes siguen vivos es un ejercicio que pude llevarnos a la melancolía o a la brega: nos sabemos capaces de repetir no ya los instantes, sino las sensaciones. Uno se muere de pena muchas veces viendo las fotografías y apenas le queda el recurso de aturdir a un amigo mientras lo hace, explicándole lo divertido o gozoso que fue vivir aquellos minutos. O puede recurrir a la literatura, que es un intento de vivir de nuevo los sucesos, de reintroducirlos en esos espacios que permiten los huecos que hay entre los pulmones y el corazón. Y, mientras tanto, como hace Marina Hernández, intentar definir en qué consiste el viaje y en qué consiste el proceso de escritura, o la necesidad de escribirlo. O tal vez de reescribirlo, porque este Diario de Italia obedece a una reformulación de los apuntes tomados a lo largo de unos días en esa tierra de luz y de calma.
El espíritu de la obra es el de un dietario elaborado, lo cual puede parecer un oxímoron, pues se supone que el dietario es espontáneo. Pero la poesía, y la proximidad a lo poético está puesta sobre el tapete, requiere elaboración; tal vez no reescritura, pero sí un proceso de maduración y decantación. No se puede ser lírico sólo con la pretensión. El lirismo que transmite este diario es el de un lamento, porque nos enfrenta la actualidad a la memoria, porque vuelve a mirar hacia un mundo que no entiende. Aunque reconoce que no existe otro motivo para mirar que no sea nuestra perfecta incapacidad para no entender las cosas. En estas páginas apenas hay historia y sí una situación, que se describe con sencillez, y que representa las virtudes, de todos conocidas, que se atribuyen a las culturas y los parajes del Mediterráneo: ahí está nuestro anhelo de observar en solitario, nuestra impresión de recargar la vitalidad que precisamos para disfrutar de la luz y de la amistad, la reiteración de nuestra intención de ser humildes, ahí está la calma y el deseo de reposo. Como en todo dietario, la autora habla de sí, pero sin incurrir en tentaciones narcisistas, sin caer en la autocomplacencia. Se agradece, y mucho, el tono natural y directo con que nos trae su memoria.