Cuando la alegría es un valor seguro: “Todas las criaturas grandes y pequeñas”
Por Catalina León.
Los seguidores de la serie Todas las criaturas grandes y pequeñas coinciden en que verla les proporciona una saludable dosis de bienestar. Incluso aquellos que no aman a los animales y no son aficionados al medio rural. Porque el secreto quizá está en una conjunción de elementos que son infalibles: idílicos paisajes, historias sencillas, ambientación agradable, buena música y una gente estupenda. Además, verosimilitud. Hacer un héroe de un veterinario no debería extrañarnos. Muchos niños quieren ser veterinarios. Y muchas personas tienen a sus mascotas como parte de la familia. No obstante, hay una limpieza de caracteres, una bonita disposición a disfrutar en todos los protagonistas de esta serie que resultan contagiosas. Y la vida diaria te trae tantos motivos para la desazón que se agradece enormemente un producto así. Por eso las tres temporadas han tenido un gran éxito. Acaba de estrenarse la tercera en Filmin.
Esta vez comienza con los preparativos de una boda. Helen, esa muchacha tan guapa, de bonita figura y precioso cabello castaño, va a casarse con James Herriot, el ayudante de veterinario que llegó a Skaldale House, Darrowby, Yorkshire, para trabajar con el experto pero huraño señor Siegfried Farnon. Aunque la boda es inminente, su profesionalidad llevará a James a atender a los animales enfermos incluso con el riesgo de no llegar a tiempo a la ceremonia. Eso es vocación. Los enredos entre unos y otros terminarán colocando en el dedo de la novia un curioso anillo nupcial hecho con una cuerda. No sé yo cómo reaccionarían algunas de mis amigas en esa situación. Pero Helen sonríe y dice que no pasa nada. Así comenzará la nueva vida del joven de cara franca y expresión sincera y su esposa, en un pequeño espacio de la propia consulta-vivienda (con una cama que se rompe y una cocina llena de humos) compartiendo avatares con su jefe, ahora socio, el hermano de este y la práctica e inteligente ama de llaves, señora Hall. Una casa dirigida por Hall tiene que funcionar bien a la fuerza.
Hay un aire de camaradería entre la pareja que resulta envidiable. Hoy diríamos que forman un buen equipo. En aquellos años de entreguerras, con secuelas sin superar y nubarrones bélicos en el horizonte, tenía que ser por fuerza más necesario para soportar las necesidades y, sobre todo, la incertidumbre. Esa incertidumbre empieza a sentirse y supone un añadido más a la historia. Pero el paisaje, el trato con los animales, la charla superficial en el pub, las horas de la comida (ya sabemos cómo los ingleses nos han mostrado su gastronomía a través de libros y películas), los pequeños roces entre los habitantes de la casa y ese toque de tierno humor, de ironía sin maldad, convierten la tercera temporada, igual que sucedió con las anteriores, en un bálsamo para el espectador. Nos acoge y nos cubre con su sencillez, nos revela que la bondad es una fuerza que tiene tanto poder como para limpiar la suciedad de los días negativos.
Puede parecer mentira que una serie del género “campiña inglesa” (cuya cumbre literaria es, sin dudarlo, la obra de Jane Austen) sea capaz de ponerse en el gusto de los espectadores por delante de los noir trepidantes, la corrupción política filmada, los policíacos franceses o nórdicos tan de moda, o las películas impactantes desde el punto de vista de los héroes o las tramas eróticas. La sencillez vende, la bondad todo lo consigue y la ternura es un valor. Pero, sobre todo ello, la alegría, esa baza única que no puede superarse, contagia al espectador que se dispone a relajarse, a dejar atrás la ansiedad, la locura de las redes sociales y la inconsistente levedad de un tiempo que atemoriza a la par que atrae: nuestro mundo.
Los cinco protagonistas son perfectos: Nicholas Ralph es James Herriot el joven y guapo veterinario que llega a trabajar como asistente y tiene que aprender y enamorarse allí. Samuel West es Siegfried Farnon, el veterinario jefe, bastante brusco, un entendido en la materia, pero también tiquismiquis y poco comprensivo en ocasiones. Rachel Shenton es Helen Alderson, la chica, la guapa y sana muchacha que conquista el corazón de Herriot con su franqueza y su personalidad. Callum Woodhouse es Tristan Farnon, hermano de Siegfrid y quien más soporta sus pesadas reconvenciones, además de tener un aire bromista e inmaduro que da lugar a muchas tramas. Y Anna Madeley, una guapa mujer, es la señora Hall, sensata, amable, dispuesta e inteligente. Todo lo que hay aquí es aprovechable: vida cotidiana, hermosos paisajes, pequeños detalles llenos de buenos sentimientos, una música evocadora y un hermoso retablo provinciano que atrae y que te enseña algunas cosas fundamentales que los seres humanos no deberíamos olvidar. Poco dinero, poco poder, mucho trabajo y mucho amor. Una receta infalible. A todas nos gustaría pasearnos por aquellas calles, vestidas de rojo corinto, con botas de cordones y un coqueto sombrerito.
En realidad son historias autobiográficas a partir de los libros de James Herriot (1916-1995) seudónimo del escritor James Alfred Wight, que fue veterinario rural en ese condado. Como detalle entrañable está la última aparición de la inolvidable Diana Rigg (1938-2020), Emma Peel en la serie de los años sesenta Los Vengadores, aquí en el papel de la señora Pumphrey.
En la tercera temporada hay historias nuevas. Aparece el amor de muchas formas. Tristan y Florence comenzarán un romance contra algunas opiniones y la señora Hall tendrá un pretendiente al que no hará mucho caso. Ella lleva el peso del problema con su exmarido y del rencor que le guarda su hijo. En estos episodios James sentirá que los jóvenes que se alistan están cumpliendo con un deber que él no puede cumplir y hay una maravillosa aparición en forma de un niño pequeño que llega de su colegio a hacer prácticas en la clínica. Un niño que viene a decirnos que la profesión no se acaba nunca. El mazazo llegará cuando la historia grande se superponga a la pequeña historia de cada día. En la radio se oye a Neville Chamberlain declarando la guerra a Alemania. Es 1939 y es el horror.
Realmente viendo la serie te dan ganas de tomar un té fuerte, con leche y azúcar y uno de esos pasteles tan sabrosos y recién hechos. Todo ello en una mesa verde con un mantel de flores y unas tacitas de porcelana.
me encanta la serie. miro los episidios una y otra vez repetidos y tanto ver a los actores como la historia me llenan de alegría y una nostalgia que no sé de donde viene
verla la serie siempre me.deja una sonrisa y una bella sensación de paz