“Grial” y “Luz cenital”, de Rafael Talavera
Por Jesús Cárdenas.
Rafael Talavera (1948) ha entregado más de una veintena de libros de poemas, entre los que se encuentran la antología Gran angular, Colibrí, Miraba las cenizas y Un devenir furioso, por destacar solo algunos de los últimos títulos. En esta ocasión, presenta un par de volúmenes para la editorial Vitruvio, Grial y Luz cenital. Ello muestra un afán apasionado por la escritura poética, un poeta conocido aunque la crítica haya pasado por alto sus obras; un hombre entregado a su destino: crear belleza mediante las palabras.
De Iniesta (Cuenca), Rafael muestra su capacidad de emocionarnos con la intención de transmitir ideas de una manera elegante. Traza el ideario temporal con armonía, empleando un léxico sugerente, siempre en busca de certezas pero hallando demasiadas interrogantes. Por ese camino, el trazado de la propia existencia, indagaba José Ángel Valente: un transitar cuya única brújula era la intuición. Aunque nuestro poeta se mueve como pez en el agua en pasos cortos, su discurso poético no se encierra en un bosque; antes al contrario, su contenido se revela mediante un ritmo cadencioso y un puñado de símbolos.
Tanto Grial como Luz cenital aparecen dispuestos los poemas por orden numérico. En el caso del primero la poética del lenguaje claro es deducible a tenor de algunos ejemplos: “y me duermo desnudo / como un ángel en brazos de la niebla”. En cambio, como poeta dúctil que es, practica los versos tendidos con la misma solvencia: “pero no hay que fiarse: pues mil ojos / espían desde la penumbra de los nichos”. En el aspecto formal vemos que en este libro se acerca a lo experimental, algún reducto de las vanguardias: los inicios de versos carecen de mayúsculas o de signos de interrogación. Esto, tal vez, se deba al entendimiento de que la poesía se muestra como un género en el que se puede innovar, donde quizá los comienzos no le resulten tan atractivos como los finales. El experimento forma parte del juego, del arte de combinar palabras. Versos que seducen y en otros casos ironizan, así da entrada a otra corriente de la poética de Rafael Talavera: la crítica. Porque, también, la poesía se pregunta por las cosas que pasan ante nuestros ojos, del mismo modo origina una reflexión:
el rey ha muerto! –
por más que vuelen nubes
sobre prados verticales
dónde la roja ley:
en el vino? en la sangre?
en la caída copa?
En Luz cenital la exposición del sujeto se convierte en un punzón, con interrogantes acechando. Refiriéndose en la primera composición que conforma este volumen el sujeto se pregunta por el augurio que vendrá tras la muerte de Ofelia en estos términos: “y cuanto a tu paso se rezaga y suspira: toda esa desdichada comitiva / vestida de preámbulo, pero preámbulo de qué”. El poema se remata por medio de una violenta aceleración de los acontecimientos gracias a la prolepsis y a la interrogación, pregunta inquisitiva.
El poeta se pregunta por lo ignorado, o lo comúnmente descartado por la gente. Fija su atención y se abre la dialéctica. En lo temporal, como en Eloy Sánchez Rosillo, como a su vez su maestro, Antonio Machado, transpira la naturaleza: “Envueltos en la plácida brisa del huerto / frutos rojos dindonean en los árboles, silenciosos, y caen. // Así es, sin más. ¿Para qué tanta fábula?”. Los elementos de la naturaleza nos muestran la sencillez de las cosas, el final que es paz, y la vida, que habrá sido lo más plena posible termina de un plumazo, sin dramatismos, sin necesidad de darle más vueltas al asunto; ley de vida.
En suma, dos dignas entregas líricas de Rafael Talavera que aportan a su trayectoria consolidada motivos que vienen repitiéndose en su poética, especialmente cuando se entrega a la Naturaleza, donde equilibra la emoción y la reflexión de manera prodigiosa.