«Panaderos»: obreros de hoy, explotación antigua, novela con mucha energía cinematográfica

Horacio Otheguy Riveira.

Las páginas llegan cargadas de sensaciones tan intensas que aprendemos a cuidarnos del polvillo de la harina culpable de provocar sinusitis; las horas son muchas en la creación de sabrosos manjares, y el aroma de felicidad e inquietud invade al lector. A este cronista, por completo.

Como un torrente llegan las vicisitudes del joven protagonista, contadas en primera persona, afrontando como un corajudo capitán las agitadas aguas impulsadas por hechos reales que se adivinan enseguida por los muchos datos que se ofrecen de la maquinaria, siempre bien enlazados con las emociones de los seres que hacen funcionar los variados mecanismos; todo imbricado con una vida cotidiana que parece siempre igual, plana, hasta que se producen tragedias e insólitas alegrías.

El estilo narrativo respira al unísono con el cine de Kieslowski, Ken Loach o los Hermanos Jean Luc y Pierre Dardenne, los cuatro se me han ido apareciendo como buenos amigos, asomándose página a página, atentos al devenir de los padecimientos de trabajadores de una panadería de un hipermercado en Buin, provincia de Maipo, Chile, de unos 110 mil habitantes; un marco de referencia geográfico que respira con la misma intensidad que todas las situaciones presentadas sin pausa que pueda distraernos de la esencia: la urgente necesidad del sostén económico pero también el placer del trabajo bien hecho, la dificultad de enfrentarse al explotador dentro de una sociedad muy cerrada, y el deseo imperioso de la mayoría de la gente de traspasar la intensidad del trabajo y lanzarse de pleno al sofá frente al televisor, los dichosos videojuegos,  o a dar rienda suelta a un deseo sexual imperioso, como, por ejemplo, en un gran frigorífico donde el culo se enfría, pero el gusto no lo quita nadie, ya que «algún sacrificio habrá que hacer».

La novela tiene la música de las máquinas, y puede ir del blanco y negro al color, según las imágenes que cada lector o lectora vayan siguiendo la aventura entretejida de accidentes, amistades duraderas, y esa soledad infranqueable con la que conviven quienes entregan la mayor parte de sus vidas a una labor que enamora al consumidor, ignorando las condiciones laborales de quienes se la sirven en bandeja.

Panaderos, de Nicolás Meneses, entreteje pasiones y rutinas con sorprendentes giros, desde la perspectiva de un muchacho que trabaja duro para pagarle el instituto a su conflictiva hermana menor, dentro de una familia con dificultades… Desde esta base, trasciende la peculiaridad localista para universalizar la difícil supervivencia de los que son víctimas de la creación de grandes fortunas.

Sin victimismo recalcitrante, y aportando un panorama muy completo de colectivo e individual, hay que añadir como especialmente meritorio el uso parcial de modismos que no enturbia el muy interesante dominio del castellano con el que se ha desarrollado toda la novela… hasta arribar a una última parte en espiral, con un final a la altura de la intensa energía cinematográfica desarrollada.

Edición: Sonia López Baena. Imagen de cubierta: El panadero (2016) Marcos Roda Fornaguera.

 

Marraquetas y hallullas: panes populares en Chile; muy presentes en la fábrica del  Hipermercado San Francisco, donde transcurre gran parte de la novela.

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«[…] Cumpliendo horario cualquier movimiento es autodestructivo, nuestro cuerpo puede detonar por cualquier parte en cámara lenta y dispensar esquirlas por toda la escena. Es como una etapa difícil de un juego de guerra, donde sin querer recibes balazos de todas partes. Eso pienso mientras miro a mi mamá con el brazo derecho enyesado y la mano izquierda tiritando con la cuchara de té dirigiéndose a su boca. Se accidentó en el packing de kiwis y tiene licencia para dos meses. como trabaja de temporera, quedará sin sueldo este invierno. Tampoco tiene seguro médico porque, como trabaja de temporera, no tiene contrato. El contratista solo cumplió con llevarla al hospital y traerla a la casa. Cuando se fue, me imaginé un camión chocándolo y llevándose toda la cabina delantera de su furgón escolar en desuso. No entendí por qué mi mami, antes de partir, le dio las gracias…».

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«[…] Los cabros en un momento se miran taciturnos, y por mutuo acuerdo deciden contarme lo que estaba detrás del accidente del Sergio. Habla el Juanito. Llevaba casi siete años en la panadería. Estaba Chato. No querían despedirlo. Su mujer lo había dejado. Se había llevado a los niños. Tomaba en exceso. Engordó más de diez kilos. Le dio depresión. Hasta que lo vio en las noticias : un trabajador que perdió una mano en una construcción recibió una indemnización millonaria. Cada parte del cuerpo tenía un precio. La mano, veinte millones; una pierna, diez; la cabeza, cincuenta. Llegó curado, se mojó y lavó los dientes, y llegando por la mitad del turno metió la mano en los rodillos de la sobadora. Pude ver muy clara la escena, me mordí los labios hasta sacarme sangre. El Sergio era peleador, reclamón, inquieto, cariñoso. Les cubría la espalda a todos, cuando los pillaban comiendo se ponía a discutir con los supervisores, de modo que al final los que tenían que pedir disculpas eran ellos. En la panadería empezaron a echar a trabajadores del turno, a subirles la carga de trabajo, la exigencia de producción, a controlar las salidas e ingresos (…) El Sergio Faúndez sacrificó su mano para darle una lección al supermercado. Una lección incomprensible. Por suerte no la perdió. Vinieron de la Inspección del Trabajo, de la ACHS, de la Seremi…».

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«[…] Mi papá sigue afanado a la iglesia. Se trajea para salir a predicar los domingos después de las charlas. Afila su bigote espeso con la punta de la lengua y se lo moja cuando toma mucho té. Al menos no anda evangelizando a su familia. Se conforma con su salvación. Canta del himnario canciones fúnebres, de redención y salvación para las almas terrenales. De su apariencia elegante destaca su manga derecha vacía y su camisa rosada bajo el terno. Aunque lo jubilaron después del accidente, recibe tan poco de pensión que, para parar la olla, trabaja en las ferias de los alrededores vendiendo herramientas. El único día que descansa es el domingo. El domingo se trabaja para dios, sentencia muy convencido de su inversión….».

Algunos personajes de la novela. De izquierda a derecha, el Kano, el narrador (el propio Nicolás Meneses), el Yona, y abajo, el Chocolate. Para la foto, sus uniformes impecables, como la sala que les rodea, ya puesta en orden, el trabajo terminado. Emocionante encuentro de amigos que son también personajes literarios en variados conflictos, redescubiertos en páginas inolvidables.

Nicolás Meneses nació en Buin en 1992, es autor de dos poemarios, dos novelas y un libro de crónicas. Dirige el sello Provincianos Editores, donde publica a autores chilenos de regiones diversas. Compagina la escritura con la docencia y la crítica literaria.

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