¿El aforista es un fingidor?
Ricardo Álamo.- Resulta curiosa, si no paradójica, la actitud que José Luis García Martín viene mostrando desde hace ya algún tiempo con respecto a los libros de aforismos, dado que por un lado nunca ha ocultado su poco interés por escribirlos al tiempo que, por otro lado, cualquier lector más o menos avisado se habrá dado cuenta de la cantidad ingente de aforismos que el escritor de Aldeanueva del Camino ha ido dejando diseminados entre las páginas de una parte no desdeñable de su obra (sobre todo en sus diarios, pero también incluso en algún que otro poemario). Bien es verdad que en relación a lo primero García Martín ha sido máximamente consecuente consigo mismo y, a excepción de este Indicios racionales que acaba de publicar, hasta el momento solo había dado a la imprenta un único libro (Todo lo que se prodiga cansa).
La paradoja estriba entonces en que, pese a sus reparos por la confección de ese tipo de libros, en ningún momento sin embargo ha cesado su compulsiva tendencia a escribir aforismos. Aforismos que él mismo unas veces los nombra como tales y otras, en cambio, los llama ocurrencias, frases, bagatelas, apuntes o crípticas anotaciones, como si con ello quisiera quitarle importancia a su propia producción aforística o no deseara que lo encuadraran como uno más en las filas de ese creciente ejército de escritores que hoy en día se dedican a fatigar ese género. Pero sea por una cosa o sea por otra, el caso es que su obra aforística no para de aumentar, y actualmente la cifra de aforismos que lleva escritos se acerca peligrosamente a los tres mil, que para un autor que no se ha mordido la lengua a la hora de manifestar que una de sus mayores obsesiones en materia literaria es no escribir jamás un libro de aforismos es, como poco, digno de estudio.
Indicios racionales abunda en los temas que más recurrentemente frecuenta García Martín, que suelen ser además los que más importan al común de los mortales: la soledad, la vejez, el amor, la felicidad, la amistad, la verdad, la mentira, Dios…, pero también, y no en menor medida, la poesía, los poetas, el tiempo (no el meteorológico, sino el vital), la inteligencia, la estupidez y la muerte. Obviamente, son temas clásicos sobre los que existe abundante literatura en todas sus formas, pues quien más o quien menos que se haya puesto a escribir difícilmente no habrá dejado impresa alguna reflexión, corta o larga, sobre esos o parecidos asuntos. Sin embargo, la particularidad de los aforismos recogidos en Indicios racionales estriba en que muchos de ellos están escritos —aparte de con cierta contundencia— en un registro de voz que se diría fingida o figurada, pues el «yo» que le da expresión a cada una de sus ideas parece metamorfoseado, como si en realidad no se correspondiera íntimamente con el «yo» del propio autor que las sostiene.
«El poeta es un fingidor», y García Martín bien que lo sabe. De ahí que no resulte nada extraño que una y otra vez parezca que juegue a fingir que finge que no lo sabe, convirtiendo así la ironía y el guiño cómplice con el lector en una presencia constante a lo largo de casi todo el libro. Incluso el título está puesto en clave irónica, pues no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que esos indicios no deben ser entendidos como sospechas o meras conjeturas, sino como pruebas irrefutables para su autor de que quiere pasar por ser alguien a quien nunca le faltan razones para justificar cualquier cosa, incluidas, por descontado, sus propias contradicciones. Leyendo sus aforismos se diría que a García Martín lo que más le sobra son razones para todo, y que no cree que haya persona más capaz para razonar impecablemente que él mismo, pues según asegura «Razonar es una costumbre que no suele tener la gente» y «”El hombre es un animal racional”, decía Aristóteles. Lo de animal está claro, pero lo de racional está por ver».
¿Narcisismo? ¿Vanidad? ¿Autocomplacencia? ¿Ombliguismo? A tenor de lo que a veces manifiesta rotundamente no parece que no sea así, como cuando por ejemplo afirma: «Solo he conocido a una persona con la que me apetezca pasar las veinticuatro horas del día: yo mismo», «Mientras me siga queriendo no todo está perdido. Mientras me siga queriendo ¿quién? Yo mismo, por supuesto» o «Todo lo que tiene que ver conmigo me interesa».
¿Finge García Martín cuando se expresa de esta manera? ¿Juega a no ser él? ¿Es solo una pose literaria para ocultar su verdadero yo? ¿Trata de desconocerse a sí mismo o que los demás lo desconozcan? Fernando Pessoa —uno de sus más admirados poetas— dejó escritas unas palabras que muy bien podrían responder a esas preguntas: «Conocerse es errar, y el oráculo que dijo “conócete” propuso un trabajo mejor que el de Hércules y un enigma más negro que el de la Esfinge. Desconocerse conscientemente: he aquí el enigma. Y desconocerse conscientemente es emplear activamente la ironía. No conozco cosa mayor, ni más propia del hombre en verdad grande, que el análisis paciente y expresivo de los modos de desconocernos, el consciente registro de la inconsciencia de nuestras consciencias, la metafísica de las sombras autónomas, la poesía del crepúsculo de la desilusión».
A mi modo de ver, ese recurso a la práctica activa de la ironía es el que emplea García Martín en las opiniones, ocurrencias o disquisiciones sobre sí mismo, que ni mucho menos habría que tomárselas al pie de la letra, ya que el autorretrato que aparece tras su autoconocimiento —como el pessoano— es claramente errático. De ahí que él mismo no tenga reparos en afirmar categóricamente: «Me trato siempre con todo respeto, pero nunca me tomo demasiado en serio». Y es precisamente esta falta de seriedad la que explica la diversidad de ecos y de voces que utiliza para conformar su propia imagen contradictoria («Cierro los ojos y unas veces me gusta lo que veo y otras no»).
Asimismo, esa diversidad de ecos y de voces le sirve también para adoptar múltiples tonos, unas veces moralizante, como de consejas de vieja («Si la vida se te hace cuesta arriba, piensa que será peor cuando todo empiece a ir cuesta abajo», «Mejor que ser apreciados por muchos, serlo por las personas que uno aprecia», «Disfruta de los pequeños placeres de cada día antes de que los eches de menos») y otras veces poético («Sin la luz de la melancolía, la mayor parte de la belleza del mundo resultaría invisible»).
De lo que más adolece el libro es del frecuente recurso a la anáfora, de ciertas repeticiones y de ligeras variaciones sobre un mismo tema, así como de algunos aforismos no muy afortunados por no ir más allá de lo insulso. Como muestra de lo primero, sirvan estos ejemplos: «Viajar lejos, muy lejos, pero a un sitio que está aquí al lado», «Recordarlo todo es tener una pésima memoria», «Decir siempre lo mismo, pero cada vez de distinta manera», «Tengo claro que hay cosas que nadie tiene claro». Ejemplo de lo segundo sería esta ristra de pares: «Cambiar de rutinas puede convertirse también en una rutina», «Cambiar de costumbre puede ser también una costumbre», «Me gusta dejar de lado mis rutinas para darme luego el placer de recuperarlas», «Ningún regalo como recuperar rutinas», «Hay una epidemia contra la que nunca se inventará vacuna: la de la estupidez», «Nada hace tanto daño como la estupidez, el virus más contagioso de todos y contra el que no se ha inventado vacuna». Y en cuanto a lo tercero: «No hay cara sin cruz», «Todos los días me aburro un poco», «Las mañanas saben a gloria», «No tengas demasiada prisa por llegar a la meta»). Claro que como a García Martín le sobran razones para todo, él mismo se encarga de autodefenderse de esas repeticiones y de esa insulsez apostillando que «Las cosas importantes hay que decirlas más de una vez» o «No me preocupa repetirme, nadie se toma la molestia de leerme salvo a salto de mata».
Por fortuna, esas recurrencias no son la norma en el conjunto del libro, aunque su autor debería estar más atento para no incurrir tan frecuentemente en ellas. Gratifica, en fin, que entre las páginas de estos Indicios racionales abunden los aforismos punzantes, como estos que dicen: «Las tonterías ayudan a vivir, la inteligencia a sobrevivir», «El amor es a menudo sin porqué, pero para el odio siempre hay motivo», «Dios no sabe nuestro idioma y por eso necesita intérpretes», «Ser libre es estar solo». Y es que si por algo se caracterizan muchos de los aforismos de García Martín es por no andarse por las ramas e ir directamente al grano, sin hacer concesiones a lo melifluo.
José Luis García Martín, Indicios racionales. Polibea, Madrid, 2022.