Vinicius de Morais en Río de Janeiro
Por Antonio Costa Gómez.
Entramos en el bar “Garota de Ipanema” donde Vinicius de Morais un día recordó a una chica como un oleaje en la playa y exclamó en tono confidencial “mira que cosa más linda”, y la exclamación sonó en el mundo entero. En la playa de Ipanema, alargada como un cuento antiguo, nos volvimos mitológicos y agradecidos. Vivíamos en un hotel decadente en lapa, un barrio portugués y saudoso. Íbamos por barrios peligrosos sin miedo, subimos en tranvía al temido barrio de Santa Teresa, nos asomamos al palacete donde Isadora Duncan bailaba tañendo el mar al amanecer. Fuimos a la mágica Buzios, donde Brigitte Bardot escapaba de los ruidos de Europa en el abrazo intenso del atardecer. Como aprecia uno entonces el mundo concreto, ese planeta colmado de olores y sabores, y desprecia el digitalismo desnutrido. Y solo nos robaron la última tarde en el barrio elegante. Fuimos a la policía (porque si no nos daban otro pasaporte) y a la funcionaria le preocupaba sobre todo si en español se dice “estuve” o “he estado”.
Vinicius de Morais publicó un libro de poemas y crónicas titulado Para vivir un gran amor, y en la prosa poética que da título mezcló el juego con la pasión, el humor con la hondura, Rilke con Rabelais, el tono del trovador con el tono del canalla. Empieza: “Para vivir un gran amor se necesita mucha concentración y mucho seso”. Y se pone estupendo “Para vivir un gran amor es necesario consagrarse caballero y ser de su dama por entero. Hay que hacer del cuerpo una morada donde clausurarse para la mujer amada y apostarse fuera con una espada”. Y es necesario tener muchísimo cuidado con quien no está enamorado. Y tener un pecho de remador y mirar siempre a la amada como la primera novia. Pero al final posa el vértigo en lo concreto: “¿Y qué hay mejor que ir a la cocina y preparar con amor una gallina con ricas y gustosas tortitas para su gran amor?”. Lo mismo hacía Cunqueiro. Y Heine.