Alcohol desde la adolescencia en «Las 7 muertes del Gato», novela de Gómez Cerdá
Por Horacio Otheguy Riveira
De niños a jóvenes adultos, un grupo de amigos de la periferia de Madrid se divierten con muchos juegos liderados por Germán, un Gato carismático al que velan en un tanatorio no más empezar la novela, y del que sabemos muy poco, pero el autor se ocupa de conducirnos por los senderos de la memoria de sus amigos, y otros personajes allí presentes, y hacernos conocer Las 7 muertes del Gato que empezaron a edad muy temprana cuando su alcoholizado padre le añadió anís a su vaso de agua. Al ver la cara del crío de unos 8 años, de sorpresa y asco y la consiguiente vomitona, todos los hombres que le rodeaban, ya con demasiadas copas típicas de una boda, rieron a más no poder. Primera muerte.
El Gato tiene un padre indiferente, que se vuelve feroz cuando bebe. Se transforma en un tipo imposible, agresivo, ciego de rabia. Aun así, el hijo le imita y en cuanto puede engañar al bodeguero habitual se lleva su primera botella de whisky, lo que le empujará a vivir una vertiginosa acción incapaz de controlar. Sobrevendrá su Segunda Muerte.
Los hechos se suceden narrando los recuerdos de cada amigo y amiga a manera de flashbacks, como estamos acostumbrados a ver en películas y series, afianzando un estilo de notable agilidad, capítulo a capítulo, muerte a muerte simbólica, hasta dar con un estremecedor final donde Germán-El Gato se erige como un personaje trágico de gran alcance poético.
«… Cuando llegó al callejón, Frankenstein, estaba a unos quince metros de él. (…) Estaba perdido, pues el callejón no tenía salida, era una auténtica ratonera, y terminaba en una tapia de ladrillo de unos cuatro metros de altura. Intentar dar la vuelta y esquivar a Frankenstein le resultaría prácticamente imposible.
Pero en ningún momento Germán pensó en rendirse. Con las fuerzas que le quedaban, aceleró el paso, corrió hasta la tapia de ladrillo y trepó con una facilidad que a él mismo sorprendió y que dejó a Frankenstein con la boca abierta. Luego corrió por encima de la tapia y saltó al tejado de una casa. Y de ese tejado, a otro. Y después desapareció.
Esteban, Benja, Grego y Nilo no podían creerse lo que estaban viendo. Agazapados tras la vieja puerta del solar, no se habían perdido detalle. Contenían las ganas de vitorear a Germán por su hazaña, pero la presencia de Frankenstein los mantenía prudentemente en silencio.
Solo cuando el hijo del frutero aceptó su derrota y se marchó de allí, comenzaron a saltar y a gritar de júbilo. Germán apareció más tarde en la caseta. Traía los brazos y las piernas arañados y sudaba como si saliera de una sauna finlandesa. Se abrazaron formando una piña y después, reviviendo los momentos de más emoción, se comieron la fruta del botín.
—Tenías que haberte visto —comentó Benja con la boca llena—. Trepabas por la tapia como…
—Como un gato —Nilo completó la frase—.
—Como un gato perseguido por un perro de presa.
Y en aquel momento Germán se convirtió en el Gato».
Esta gran novela —que no omite la dureza de muchas situaciones que se viven a diario— está dirigida a lectores de entre 14 y 18 años, pero como siempre sucede con Gómez Cerdá, atrae a cualquier lector adulto bien dispuesto a dejarse llevar a través de una narrativa hábil en la creación de sucesivas intrigas entre emociones bien medidas. El escritor delinea su historia junto a las de los amigos del protagonista en un intenso recorrido por la ruptura de la inocencia de los chicos al convertirla en un polvorín de ansiedades con el común denominador de la soledad entre adultos rotos, incapaces de prestarles atención.
Alrededor del querido amigo ya muerto, a causa de uno de sus arrebatos, se dan cita los recuerdos que hacen de cada capítulo un recorrido profundo, emocionante, por las 7 muertes del título, las zonas por donde todos tuvieron algo que ver, pero el líder, el muchacho con madera de héroe se inmola en un ritual trágico donde el brío fantasmal provocado por el alcohol se expresa como un terrorista dentro de su cuerpo, especialmente el cerebro, que es el lugar preferido de la bebida que destroza la existencia de todo el mundo, pero que en edades tan tempranas tiene difícil solución, si no se ataja a tiempo.
Sin sermones ni agobiantes discursos, con férrea documentación en muy entretenida recreación literaria, Alfonso Gómez Cerdá nos involucra de tal manera en Las 7 muertes del Gato que da pena que se acabe.
«(…) Había recibido la noticia por la mañana como un golpe brutal y desalmado. Al escuchar la voz de Nilo por el teléfono, aquellas palabras indecisas, titubeantes y asustadas, creyó que su cuerpo era invadido por una materia espesa y fría que se iba solidificando sin remedio. Y ella no podía hacer nada, sino insistir con angustia a su terrible mutación. (…) Se pasó el resto del día encerrada en su cuarto. Su pensamiento no podía apartarse ni un segundo del Gato. Recordaba la cantidad de veces que le había dicho que se estaba matando. Y aunque se lo decía en serio, muy convencida, siempre había pensado que de la advertencia a la realidad mediaba un abismo, el abismo que acababa de cruzar inesperadamente.
—Te estás matando —le había repetido tantas veces.
—Lo que hago es vivir más deprisa.
—No te engañes.
—Los que vivimos más deprisa, vivimos más —reía el Gato—. En el mismo tiempo somos capaces de hacer más cosas que los demás.
—Te estás matando.
En ningún momento se le había pasado por la imaginación que sus palabras encerrasen una advertencia seria, una premonición. Se trataba de una simple forma de hablar. Te estás matando. A veces exageramos las cosas para que la idea que queremos transmitir quede más clara. Te estás matando. Lo había explicado en una ocasión el profesor de Lengua: era un recurso literario, una forma coloquial de expresarse. Te estás matando. Se lo repetía una y otra vez, pero ¿cómo iba a imaginarse que eso iba a suceder en realidad?».