Dark Investment nos conduce al mundo oscuro de las finanzas

Portada de Dark Investment Incidente Calcabrina

Un cómic de acción trepidante, y repleto de humor, donde Javier Ara y Manuel J. Rodríguez nos muestran lo que se puede hacer para obtener nuestros mayores deseos.

Hace algunos años, Javier Ara nos llamó mucho la atención con Atraco a mano alzada, un trabajo impresionante sobre el que haremos un análisis detallado en otro momento. En esta ocasión, se atreve a plantear un mundo alternativo donde el mundo financiero también se ocupa del negocio de las almas. Esta idea, como todos sabemos, no es nueva. Eso de “vender el alma al diablo” ya lo trató Goethe en su afamado Fausto.

En esta ocasión, Mefistófeles no es un personaje sino todo un entramado financiero contextualizado en un mundo neoliberal y mercantilizado. De ahí que nos encontremos una reconversión economicista del mito de Fausto. En este sentido, la propia obra me lleva a hacerme una pregunta sobre si Ara pretende hacer una crítica al sistema social actual o, simplemente, utiliza la idea como recurso narrativo. Me inclino por la primera y, desde luego, la intención me parece brillante. Al fin y al cabo, en numerosas ocasiones vemos que muchas personas, a nuestro alrededor, parecen estar dispuestas a vender su alma por estar jóvenes, tener dinero, un cuerpo de escándalo, etc.

Ahora bien, Dark Investment no es Fausto, más allá de lo dicho. La obra tiene un fuerte aroma al cómic estadounidense, repleto de acción, persecuciones trepidantes y mucho, mucho humor. En este sentido, la capacidad que tiene Ara para hacer reír es envidiable. De hecho, el personaje de Angélica es enormemente divertido. Su mordacidad, unida con un carácter típicamente comercial (agresivo y directo), la convierten en uno de los éxitos del cómic.

Por desgracia, Ara estructura una narración escrita tan vertiginosa, que, en ocasiones, se vuelve algo difícil de seguir. Creo que es debido, fundamentalmente, al uso de un lenguaje financiero un tanto técnico. Por supuesto, eso resta poco al trabajo, aunque puede llegar a provocar cierto “desenganche” del lector.

Por su parte, Manuel J. Rodríguez, estructura una narración visual muy nítida y sin recargar demasiado las páginas. Esto es un acierto, puesto que facilita la inmersión del lector en la acción. En otras ocasiones, me he encontrado trabajos que introducen tantos elementos en la narración visual que terminan confundiendo al lector. Rodríguez logra que el lector siga la obra perfectamente y estructura las páginas con viñetas amplias, las cuales incrementan la sensación de acción y de inmersión.

Además, Rodríguez utiliza recursos típicos del cómic de humor para mostrar las expresiones de los personajes, sin caer en excesos. Esto mantiene el carácter desenfadado del trabajo, sin que pierda la profesionalidad y seriedad de un trabajo de acción. En este sentido, recuerda levemente a la industria nipona.

En definitiva, estamos ante un trabajo realmente divertido que, aunque puede parecer juvenil, no lo es tanto. De hecho, no tengo claro que pudiera llegar a gustar a este grupo de edad, por el guion algo técnico del que hemos hablado. Ahora bien, de cualquier manera, es un trabajo imaginativo y con el que pasaremos un rato muy agradable.

 

Por Juan R. Coca

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