“Cómo guardar ceniza en el pecho”, de Miren Agur Meabe
Por Jorge de Arco.
Ve ahora la luz, con traducciones del euskera al castellano de la propia autora, Cómo guardar ceniza en el pecho (Bartleby Editores), de Miren Agur Meabe, galardonada con el premio Nacional de Poesía 2021.
Nacida en Lekeitio (1962), es amplia su trayectoria en el campo de las letras donde ha obtenido en tres ocasiones el Premio Euskadi de Literatura Juvenil; también en poesía, pues ya en 2001 y 2011 fue distinguida en dos ocasiones con el Premio de la Crítica por Azalaren Kodea (El código de la piel) y Bitsa eskuetan (Espuma en las manos), respectivamente.
Ahora, su quinto poemario, ha tenido el reconocimiento de un jurado que ha sabido valorar su madurez expresiva y su lúcida heterogeneidad a la hora de comunicar un mensaje multiforme, dispar en su temática, pero aunado en la manera de comprender la existencia y la creación.
No en vano, la propia autora confesaba recientemente en una entrevista que “entre mi vida y mi obra hay una unidad total”. Y al hilo de estas páginas, puede hallarse ese nexo que situará al lector en un universo cómplice, cercano a la diaria batalla que ofrece lo cotidiano:
Luchar agota.
Luchar es reinventar los cuatro puntos cardinales.
Luchar parece inútil.
Luchar, no renunciar al propio lugar.
Hay en estos poemas, que combinan el verso con la prosa, una clara celebración de la experiencia como forma de vehicular la vibrante sorpresa que guardan las albas. Y, a su vez, hay una forma excepcional de afrontar todo aquello que guarda relación con la memoria. Porque la escritora bilbaína se sabe deudora de un ayer que es hoy su patria mejor, su cobijo más profundo. Desde él, se inquiere, se rebela, se emociona, se culpa…, y anhela reconstruir esos pedazos rotos que fueron dejando los años. No hay espacio aquí para el artefacto literario ni el oropel, tan sólo la sinceridad de una palabra que cala hondamente en los adentros y se hace pecado y melancolía, ventura y desamparo:
¿Cómo guardar ceniza en el pecho?
No existe método.
Tan sólo resistir en el lindero
sin pensar en eso que se añora.
Aceptar que la vida no dispone de ningún plan para nosotros.
Y cuando sea la hora,
soltar la urna, cruzar la falla.
No importa si es de noche.
Responder, dure lo que dure la llamada.
Dividido en siete apartados, “El método”, “Un álbum”, “Fósforos”, “Viaje de invierno”, “Tempo giusto”, “Esa puerta” y “El estigma accidental”, el volumen converge en la búsqueda de una lumbre (“Toda biografía emite un átomo de luz”) que clarifique la introspección del yo y salvaguarde en buena medida su conciencia. La arquitectura humana ofrece, sin duda, sus grietas, y en el intento de dar solidez a su condición, se afana la autora vasca para reflejar con honestidad sus estados anímicos. Y lo hace mediante una palabra que habla y que medita sobre su cotidianeidad, y la cual deviene, al cabo, en inquietud y en duda, en ausencia y en amor:
Vuelvo a abrir la puerta del jardín.
Un otoño eterno se derrama
sobre los racimos.
Hoy te desnudaré sin tocarte
Ahora no tienes cuerpo
(…)
No soy tu consorte viuda enamorada;
Tan sólo una amapola y su toxina.
No puedo abrazarte cada viernes,
ni aliviarte con agua de limones.
Estamos, en suma, ante un poemario de extrema y externa intimidad, que revisa y refunda un modo de expresar y de sentir el mundo circundante, con sus amargas verdades y sus complejas dichas. Un poemario, sí, de una clarividente intensidad, en donde cabe cuanto nos hace y nos deshace, cuanto dicta la realidad y el deseo que nos torna humanamente finitos:
En la alberca, las ranas liberan sus sílabas
monótonas como la temperatura de la muerte.
Cuántos muertos aquí entre la hierba,
a punto de despertar con el próximo lamento.