100 años de… El chico (The Kid) de Charles Chaplin
Por Gerardo Gonzalo.
A picture with a smile, and perhaps, a tear…
Estas son las palabras que aparecen en el primer rótulo de la película y que ya nos advierten de la experiencia que nos va a deparar esta obra magna del cine que es The Kid (1921). Una historia que nos hará reír y llorar al mismo tiempo y que este año 2021 cumple 100 años desde su estreno.
Y es que no puede estar exenta de emoción una historia, que ya en la génesis personal de su creador, arranca de las entrañas de la tragedia vivida por el propio Charles Chaplin, que días antes de empezar a rodarla, pasó por la terrible experiencia de la muerte de su hijo poco después de nacer. Ese sentimiento paternal, se vuelca en un niño que podría ser el propio Chaplin cuando era pequeño, sin padres viviendo entre la miseria y los orfanatos, que toma aquí el cuerpo de Jackie Coogan. Pero al mismo tiempo, es también ese padre con un sentimiento de pérdida tan reciente, que se agarra con desesperación al pequeño protagonista.
Desde el punto de vista cinematográfico, The Kid es el primer largometraje de Charles Chaplin, en el que vuelca todo ese talento que hasta entonces había mostrado en sus películas cortas y que aquí, eleva a la categoría de arte para mostrarnos a la vez su verdadero yo, sus orígenes, su más profunda intimidad y sus motivaciones personales a través de sus vivencias como artista y ser humano.
El argumento es propio de un gran melodrama, una mujer soltera abandona a su hijo recién nacido, se arrepiente, pero al intentar recuperarlo, el niño ya ha desaparecido. Un pobre vagabundo lo ha encontrado y lo acabará acogiendo, no sin antes intentar deshacerse de él. Tras este planteamiento, la historia da un salto de cinco años, donde ya vemos al chico con su padre el vagabundo en ese día a día lleno de miseria, dificultades y pequeñas aventuras pero con un fondo de ternura, complicidad y amor incondicional entre ambos.
A partir de aquí alternamos momentos de comedia pura, con persecuciones desternillantes, peleas y una picaresca propia de los que se buscan la vida desde el pozo de la miseria. Pero al mismo tiempo, se entrelazan unas bellísimas escenas de cotidianidad doméstica, del día a día, desde la higiene más básica a la comida, donde todo está impregnado por un intenso amor, ternura y complicidad entre ambos, que conforman una pareja perfecta en la que el niño, que ya es Jackie Coogan, se convierte en una especie de pequeño Charlot, mimetizado con el padre.
Esta sea quizás la clave del film, ya que para una historia tan potente y sensible, hay que presentar una actuación verosímil a la altura de lo que se cuenta y si ya el talento de Chaplin estaba fuera de toda discusión, a este se le une el hallazgo que supone la interpretación de Jackie Coogan, sin duda una de las más auténticas y estremecedoras de la historia del cine. Y es que como el propio Coogan reconoció años más tarde, lejos de interpretar, estaba sintiendo de una forma tan verdadera, que lo que vemos no es una actuación sino pura verdad, pura emoción real.
De hecho aún hoy, pasados cien años de su estreno y unos cuantos visionados por mi parte, me resulta imposible no emocionarme en la parte final de la película (y al que no le pase lo mismo tiene en mi opinión un serio un problema) ya que pocas veces el cine ha mostrado una emoción tan intensa y tan verdadera entre un padre y un hijo que realmente no lo son. Una mezcla de amor profundo que se entrelaza con la rabia y desesperación de Chaplin cuando le quieren separar de su hijo, encarnando la pura imagen de alguien al que parece que le han arrebatado la vida y que sabemos que será capaz de cualquier cosa para recuperar en la pantalla lo que no pudo hacer en la vida real, salvar a su hijo y estar con él el resto de su vida.
En resumen, The Kid condensa en apenas una hora lo mejor del cine. Acción, emoción, risas, lágrimas a través de la genialidad de, para muchos, la mayor figura artística del siglo XX que es Charles Chaplin. Una película que todos deberíamos ver al menos una vez al año, disfrutar, emocionarnos y poder así cerciorarnos de que nuestro corazón sigue latiendo y sintiendo. Porque The Kid es un viaje a la emoción y una lección de amor al cine y a lo que más queremos. Todo ello desde el artificio del cinematógrafo, pero al mismo tiempo mostrando la verdad latente de unas interpretaciones y unos personajes atemporales y más auténticos que la vida misma.
Si la habéis visto, sabéis de lo que hablo, si no, que envidia me dais, porque aún podéis sentir el vértigo emocional que provoca descubrir por primera vez una obra maestra.