El ‘Libro de la cuadratura del círculo’, de Al-Yáhiz
RICARDO MARTÍNEZ.
Sabiduría y amenidad no suele ser un combinado frecuente, pero he aquí que la novedad (a pesar de tratarse de un texto del siglo VIII) nos viene dada, para gozo lector, en este libro breve pero lleno de reclamos por su prosa elegante, por sus gotas (o algo más) de sabiduría, por su sentido incluso de una cierta ironía “… la controversia es razón de enojo: cuando más cercano se halla el hombre de la ira divina es al encolerizarse, lo mismo que más se allega a Su misericordia cuando se echa de hinojos para orar”
Su contenido pareciera antiguo pero no por los temas aludidos, tratados, sino, acaso, por la forma de hacerlo. En variadas formas distintas se nos advierte, siempre con un lenguaje distinguido, alusivo y directo, y con una voluntad didáctica cargada, en algunos momentos, de pasajes emocionantes, de los distintos avatares con que nos mueve (o conmueve) la vida y en ello se nos revela el secreto del vivir, las razones de una cultura, la necesidad del aprendizaje, el diálogo y el bien decir para sentirse ubicado y en equilibrio en ese escenario tan sencillo (aparentemente) e inexcusable (siempre) que es la realidad.
Algo de ello se nos advierte en la presentación cuando se nos dice que las 207 consideraciones o máximas aquí recogidas “integran un recorrido panorámico maravilloso, en el más amplio sentido del término, acerca de la sociedad y los tiempos en que fue escrito” (y cuya vitalidad permanece, como bien podrá comprobar el lector) Y continúa: “En el caudal de informaciones de suma amenidad e interés que aporta se encuentra desde folklore árabe preislámico, magia, ángeles, profetas, genios y alquimia, a leyendas y cuentecillos sin precio, creencias de las distintas gentes que poblaban el califato, botánica, zoología…, en lo que acaba constituyendo un fresco incomparable de la cultura del siglo IX abasí”
Y la didáctica se obtiene al poco: “Cierto es que las ínfulas que alberga Satán de triunfar en quienes son como tú no las tiene con otros; ni tampoco halla en otros las razones que para tal triunfo encuentra en ti” (70) En otro tenor: “Ah, tú que me escuchas, no te asombres ni pienses que soy exagerado; que si lo vieras sabrías que me quedo corto al referir sus merecimientos, pues es un hombre de naturaleza libre, generoso de raíz, plantado en buena tierra, de encomiable crianza; que se alimentó de bondades y vivió en la dicha. La educación lo refinó; la amplitud de ideas lo templó; el saber caló profundo en él (105)
En otras ocasiones, invoca de una forma educada y constructiva al necesario interlocutor, que es la forma que tiene el texto de llegar a nosotros: “Hazme saber de tu opinión tocante a la poesía que recitamos en el sueño, más bella que la cual aún no hemos oído otra ni despiertos; a la poesía que creamos en el mismo curso de la plática, al comparar unas cosas con otras, al dormir, al estar mermados o menguados de fuerzas; esa poesía cuyo autor nos es desconocido o casi, sin que pueda andar en cálamos noticia suya, ni ser felicitado o reprobado”(142) O bien: “La razón, hoy en día, es cosa peregrina; se ignora a quien la posee” (207)
En fin, como conclusión, parece inevitable la expresión de despedida: “Que Allah nos otorgue la justicia y nos guarde de agravios (…) ¡Qué excelentes son Su ayuda y su confianza!” Un texto, cabe decir, acaso, como un precedente al modo de aquellos “relox de príncipes” que circularon unos siglos más adelante en nuestra España donde se trataba de instruir a quien había de tener la potestad de hacerlo (y que poco caso hizo de ellos, a tenor de los resultados que la historia nos ha ido revelando)
‘Homo homini lupus’, reitera la historia.