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Ammonite (2020), de Francis Lee – Crítica

Por Jordi Campeny.

Vilafranca del Penedès acogió, a principios de mes, la décima edición del festival de cine Most. En él se vio, entre otras películas, la flamante y contundente ganadora del Festival de Málaga: El ventre del mar, de Agustí Villaronga, que clausuró el certamen. Unos días antes, pudimos disfrutar por primera vez en pantalla grande de la hermosa, contenida y finalmente apasionada Ammonite, historia de amor y sexo entre dos mujeres en la Inglaterra victoriana.

En el mes del Orgullo repuntan en pantallas de cine y caseras, vía festivales y plataformas, las películas de temática LGTBI. Afortunadamente, cada vez son más las propuestas que, desde múltiples miradas y ángulos, abordan la diversidad sexual y afectiva. En estos momentos en que parece que cierto discurso homófobo vuelve a colarse por las grietas de algunos espacios y tribunas, cabe reivindicar, con más fuerza si cabe, todas aquellas representaciones que abogan por la tolerancia y la libertad.

Como es sabido, la realidad de la mujer y el deseo femenino han constituido desde siempre una especie de tabú, y ha sido muy paulatina su incorporación tanto en el discurso público como en su representación en el mundo del arte. También en el cine LGTBI. Ya hace tiempo que el amor y el sexo entre hombres tienen su espacio en el mundo del cine; son múltiples los títulos y los directores que lo han abordado a lo largo de los años. Las historias de amor entre mujeres, sin embargo, más allá de que se han explorado menos, se han tratado –mayoritariamente– desde un prisma notablemente distinto al de los hombres. Ha habido cierto pudor en mostrar abiertamente el deseo lésbico; entre el sexo entre mujeres y el espectador siempre ha habido una especie de halo traslúcido que nos ha impedido ver cristalinamente esta realidad. En algunas ocasiones, por omisión, se ha buscado el tono tenue y delicado; la belleza de lo sugerido pero jamás mostrado. En otras, por exceso, se ha buscado garantizar el goce del público masculino heterosexual, a golpe de cliché y ensoñaciones lúbricas. Uno tiene la sensación que ha costado dar en el clavo, pero que, poco a poco –muy poco a poco– se está logrando.

Hay excepciones que podrían impugnar esta teoría; por ejemplo, la grandiosa La vida de Adèle (2013) o, sobre todo, películas que han ido presentando varias directoras a lo largo de los últimos años y que están aportando nuevas miradas, capas, matices y mucha verdad. Y, sin duda, ello contribuye a contarnos –a todos– un poco mejor. En el terreno que nos ocupa, el de las películas de temática lésbica, tenemos un nombre propio en el cine europeo que bien podría ser una especie de faro: Céline Sciamma. Su (pen)última película, Retrato de una mujer en llamas, obra maestra, guarda algunos puntos en común con Ammonite –película dirigida, en este caso, por un hombre; el inglés Francis Lee–. Han sido varias las voces que las han comparado llegando a la conclusión, la mayoría, que Ammonite se sitúa algunos peldaños por debajo. Ambas son dramas de época en los que el deseo femenino permanecía sepultado bajo llave, en las catacumbas de la intimidad de cada mujer. Ambas cintas se desarrollan en un pequeño pueblo frente al mar y sus historias se cuecen bajo la superficie, a fuego lento. Ambas hallan en su contención –expositiva, argumental e interpretativa– uno de sus rasgos identificativos. Y, en ambas, el amor y la pasión acaban erupcionando y ardiendo.

Ammonite, menos preocupada que Retrato por deslumbrar con cada plano, es un viaje evocador y finalmente muy emocional y físico hacia las pulsiones y el deseo oculto de sus protagonistas. Francis Lee, su director, confirma aquí el talento que ya mostró en su melodrama gay Tierra de Dios (2017), que podría constituir, junto a Ammonite, una magnífica sesión doble cualquier tarde de filmoteca. Y así podríamos recuperarla en pantalla grande, puesto que la película ha pasado directamente a plataformas sin detenerse en salas comerciales. Qué torpe y nefasta decisión.

Los espectadores merecían dejarse arrastrar, en una sala, por este torrente emocional y sensible –sin sensiblería– que es Ammonite. También es una pieza de cámara, un dueto interpretativo de primer nivel entre Saorsie Ronan y, sobre todo, Kate Winslet. La Winslet. La actriz del momento y de todos los momentos. Pocas intérpretes embelesan con la fuerza y unanimidad que lo hace ella: nos fascina la actriz y nos fascina la mujer. Está en un momento especialmente dulce; ha conquistado a medio mundo por su interpretación en la serie de HBO Mare of Easttown. En Ammonite está, de nuevo, sublime. Cada interpretación suya se nos antoja la mejor de su carrera. Poco importa que se meta en la piel de una detective de cuarenta y cinco años, con patas de gallo y arrasada por su pasado o en la de una paleontóloga lesbiana, en la Inglaterra ultraconservadora de 1840, abrasada por el deseo.

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