Un musical con el espíritu de Shakespeare en «El combate del siglo»

Por Horacio Otheguy Riveira

Vibrante drama musical enmarcado en el Excelsior, un cabaret de Barcelona que nace con fuerza casi al mismo tiempo en que llega cargado de sueños en 1916, Arthur John Johnson, boxeador conocido como El gigante de Galveston, donde nació en Estados Unidos. Desde esa llegada eufórica hasta su muerte en 1946 en Carolina del Norte —otra vez en su país natal—, esta obra transcurre munida de intenciones diversas y notablemente influenciada por el cine de boxeo, ciertamente mucho más prolífico que el teatro que en España cuenta con muy pocos ejemplos (Esta noche gran combate, de Fermin Cabal, Urtain, de Juan Cavestany...), también tocados por el influjo extraordinario del cine, generalmente crítico con el contexto social del pugilístico deporte.

Sin embargo, la presente versión que vemos de un gran combate por el campeonato de pesos pesados entre un negro y un blanco en medio de un racismo exasperante, tiene un desarrollo de ficción alejada de los tópicos biográficos; un drama social que, en gran medida, transcurre en el cabaret barcelonés entre canciones y jazz de la época, al tiempo que se recorren episodios americanos como flashbacks de una película. En «El combate del siglo», escrito y dirigido por Denise Duncan, contamos con canciones y bailes de tres artistas de cabaret dentro de una escenografía generosa en sugerencias por lo mucho que permite del viaje permanente de recuerdos, presente convulso, futuro inabarcable… empezando con una carcajada triunfal del protagonista, risotada espontánea que aparece de distinta manera varias veces como seña de identidad, y que recupera en la recta final, como si fuera un Falstaff de Shakespeare, autor que El gigante de Galvenston idolatraba y recitaba de memoria.

Del genio inglés, Denise Duncan aprovecha el aire canalla de su gran personaje, un hombre enorme física y emocionalmente, lleno de contradicciones, canalla y pícaro, al tiempo que ingenuo perdedor en los embates más profundos, además de víctima del desprecio hacia su raza hasta el día de su muerte con 68 años, en 1946, año todavía muy lejano de las conquistas sociales de la integración racial, aún hoy en entredicho, dados los crímenes cometidos por la Policía y otras instituciones…

Pero entonces todo era mucho peor. Le persigue la diferencia en Barcelona, donde vive en diversas etapas de regreso a su país, a su vez turbulentas; en la Ciudad Condal es acosado por un comisario, interesante personaje ausente del que se habla lo suficiente como para saber que es un corrupto que hay que sobornar para poder sobrevivir.

«Nunca más me dirán negro de mierda», grita Johnson rodeado de mujeres que adora y olvida con la rapidez de un niño musculoso que no soporta estar solo y cuyos divertimentos suelen oscilar entre la ternura seductora, la sexualidad exuberante y la fuga de todo compromiso entre rayas de coca y botellas de alcohol.

Una escena capital

Si todo el recorrido en casi dos horas resulta muy interesante con bien señalados “picos” por donde crece el potente trama, hay una escena capital, sin duda clave para ahondar en la tensión emocional del personaje: cuando se reencuentra con su madre, ya mayor, pero dueña de una personalidad fascinante que envuelve al hombre-niño como una osa en un múltiple abrazo de amor y camaradería. Las carcajadas que comparten, la ternura de la que son capaces hace nido en manos de sus intérpretes,  Yolanda Sikara (que pasa en un pispás de la borrachina estrella de cabaret, a la canosa madre con voz aguardentosa, de la euforia propia del alcohol a la emoción del reencuentro con su hijo gigantón revenido en crío necesitado de protección) y Armando Buika que tiene en esta situación un lugar predominante para exhibir recursos de comediante que, en gran medida, se ven limitados por el borde trágico de su recorrido. En esta escena con su madre el conflicto del hombre recio pura dulzura estalla en risas de felicidad cuando explica que ¡en Europa blancos y negros comparten los baños! E igualmente eufórica, su madre le responde: ¡Culo blanco, culo negro, misma mierda! La alegría de tomarse en solfa sus desgracias raciales porque están juntos, y eso es lo que importa, cuenta con una dramatización digna de ovación.

Denise Duncan, nacida en Costa Rica, arraigada en Barcelona, es una mujer de teatro muy completa con amplia experiencia, sobre todo en Cataluña. Evidente su talento para armonizar, como dramaturga y directora, las distintas partes de este fresco psicosocial que resulta emocionante por su peculiar visión del pavoroso conflicto racial junto al ángel que desprenden todas las situaciones engarzadas en torno a números musicales extraordinariamente interpretados por las tres mujeres que asumen muchos personajes, pero que a la hora de cantar y bailar se apartan “naturalmente” de la trama y montan cuadros que, a lo largo de la función, son siempre muy agradables, con voces espléndidas, y capacidad de sorprendernos.

La vitalidad invencible de gente que se abraza al dolor y lo reconvierte en un festival de risas y caricias.

Armando Buika con Yolanda Sikara y Queralt Albinyana —de negro— junto a Andrea Ros, de lunares. Boxeador, cabareteras y joven esposa atribulada. Tres actrices-cantantes-bailarinas de postín y un hombre más atormentado de lo que es capaz de reconocer.
Álex Brendemühl a cargo de hombres radicalmente racistas. Personajes violentos mecidos por un odio irracional, lo mismo como periodista, boxeador o fiscal en un juicio. Eso sí, el magnífico actor tiene ocasión de ilustrar una encantadora escena tocando el saxofón, como si se hubiera fugado del pavoroso cielo blanco.
A cargo de los personajes más variados, cuando cantan y bailan glorifican el género con admirable personalidad: Queralt Albinyana, Yolanda Sikaram, Andrea Ros.

 

Escrita y dirigida por Denise Duncan
Texto escrito en el marco del programa “Autor en residencia” de la Sala Beckett
la temporada 2019/20

Jack Johnson, Foto Wikipedia.

Reparto (por orden alfabético): Queralt Albinyana, Àlex Brendemühl, Armando Buika, Andrea Ros, Yolanda Sikara

Escenografía Víctor Peralta
Iluminación Guillem Gelabert
Vestuario Nina Pawlowsky
Dirección musical Marco Mezquida
Espacio sonoro Jordi Bonet
Músicos de la banda sonora grabada Manel Fortià (contrabajo), Carlos
Falanga (batería) y Marco Mezquida (piano)

Grabación estudio Jordi Bonet y Marçal Cruz (OIDO)
Vídeos promocionales Raquel Barrera

Fotografías Kiku Piñol

 

CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL. TEATRO VALLE INCLÁN, SALA FRANCISCO NIEVA:

HASTA EL 23 DE MAYO DE 2021

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